"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 29 de octubre de 2023

El niño de puntillas

 


El niño se pone de puntillas. 
Mira qué alto soy, dice. ¿Lo seré más? 

Lo serás, le responde el poeta. Pero más importante que llegar alto es llegar lejos. 

¿Cuánto de lejos? ¿A otra ciudad? ¿A otro país? 
¿A otro continente? 

Si sabes tomar la dirección adecuada llegarás al mejor destino. 

¿Cuál es ese destino?, y el niño está perplejo. 

Aquel que permite preguntas inteligentes y ofrece respuestas oportunas .
Allí donde aprenderás a conocerte. 

¿Y dónde está? ¿Hay que andar mucho?

Sí y no.
Está dentro de ti y la caminata te llevará toda tu vida, apostilla el poeta.



viernes, 27 de octubre de 2023

¿Qué hay arriba?

 



Y allí arriba, ¿qué hay, abuelo?, pregunta expectante el niño
señalando el cielo.
 
Otros mundos, dice el anciano. 

¿Como este? 

Ni mejores ni peores que este.

¿Y más arriba de esos mundos? 
Todo.  Más mundos. 

Entonces, ¿es como una escalera, abuelo? 

Una escalera sin peldaños. 
Un río sin puentes. 
Una avenida con unas luces encendidas y otras apagadas. 

¿Podríamos tú y yo llegar allí?, 
inquiere excitado el niño. 

Ya estamos viajando, replica socarrón el viejo,
¿no te habías dado cuenta?



lunes, 23 de octubre de 2023

Turbulencias de un turbulento

 



"Errante voy igual que la chalupa
a la que empujan vientos en discordia,
y uno y el otro amor me tienen dividido"

Ovidio, Amores, II.


El peso de la duda  es siempre gravoso. Incluso puede traspasar los límites de resistencia.  El pensamiento se paraliza. El cuerpo se resiente. En el fondo no se trata de una mera aunque complicada elección entre personas o situaciones, si bien en ocasiones se ve uno en la tesitura. 

Hasta qué punto se puede vivir sin elegir. Ni siquiera la atracción hacia personas, actividades o cosas se tienen claras. Conozco personas que pueden mantener en paralelo sentimientos y sensaciones análogos sobre diferentes sujetos que les seducen o a los que simplemente ven con algún interés. O acerca de diferentes ideas o proyectos. O en ese cúmulo de aspiraciones ideales que fantasean en nuestra mente para cambiar el mundo y que nos llevan por sendas peligrosas y nos invitan a entrar en ámbitos desquiciados. 

¿Peligro de dispersión? La elección, no siempre factible ni posible, salvo que se acuda al olvido o a la desconsideración de anteriores experiencias, redunda sobre todo en el conflicto entre dos tiempos en los que suele moverse un individuo. Los tiempos no son factores puramente lineales. No se reducen a un pasado o  a un presente. Mucho menos se explican por la ficción de un futuro que no está jamás garantizado para nadie. Los tiempos son, ante todo, espacios, contenedores de vida donde nos vamos sumergiendo y de los que esperamos aprovechamiento aunque haya a su vez o en su lugar desperdicio. A esos espacios tiempos se les puede aplicar términos como experiencias, vivencias, quehaceres, realizaciones. Normalidad es la palabra más repetida. O irregularidad, si la primera no  estabiliza.  El bagaje de conceptos es amplio y lo que busca cada individuo -el particular concepto de cada cual- lo adapta a lo que considera su interés. O su necesidad.

Hay verbos que justifican cada opción. Los años jóvenes son los años del alarde. Quiero experimentar, digo de pronto. Procuro convivir, se me ocurre. Pretendo lograr un objetivo que me deje satisfecho. Busco una adaptación que suponga avanzar hacia la posesión y la seguridad, fantaseo. Me como la vida, opina el más ramplón de los humanos gallitos. En cada tiempo late la sustancia de los días que es percibida por cada uno a su modo. De manera incluso turbulenta, y solo él sabrá si destructiva. 

El hombre y la sustancia del tiempo. El individuo crece, quiera o no, con unos límites aunque juegue a una duración persistente cuando no sueña con una eternidad imposible. Sabe que tiene sus fronteras -otros hombres, sus capacidades, sus recursos, sus ámbitos cambiantes, su salud, sus satisfacciones, sus insuficiencias- y que jamás podrá traspasarlas. Se acomoda a ellas y ensueña. Inventa, desde el origen de los siglos, representaciones que le consuelen y le den confianza (otros dirían esperanza o resignación) y las otorga carta de fiabilidad superior. 

Heredo lo anterior, lo que he mamado, le da vueltas el hombre en su torbellino. Tras los tiempos del mito, tras los edificios artificiosos de las religiones, tras la convulsión de una laicidad racional. No son lo mismo, pero los hombres se entregan a cualquiera de ellas. Muchos prefieren que otros decidan por ellos. Pero si él, el individuo, quiere sentirse dentro de sí más proyectado duda y elige. Todo le parece poco. Él se cree más. Y por ejemplo inventa el arte, la minoría. Y por inercia genera el amor, no menos arte pero más pretencioso y al alcance de cualquiera. 

El amor no está inventado del todo hasta que cada individuo no roza algo de lo que así se denomina, siquiera por un consenso formal. ¿Cuánto hay de ficción o de imaginación en lo que se llama amor? ¿O acaso el amor solamente consiste en ese ejercicio de ensoñación, de levantar castillos en el aire que comprometen las vidas? 

El hombre en su noche retorcida recuerda pensamientos aparentemente opuestos que había leído o escuchado. O que él creía superados. Amemos lo disperso, dijo un sabio. Amemos lo que se captura, dijo otro pensador. Amemos lo que se nos permite amar, opinó el más agudo de todos. El hombre inquieto se limita a llama amor a aquello que le da una cierta satisfacción a sus emociones, una dosis de seguridad que apoye un equilibrio, un mecanismo que ajuste las fuerzas en choque que le conmueven y eviten su destrucción. ¿Será por ello por lo que media siempre la existencia de otro sujeto que participe con él? Y cuando ese otro sujeto, hombre o mujer, aparece ¿no se activan el deseo y sus lenguajes múltiples para converger?

Pero eso ¿le desfigura o le configura? Tal vez se desenvuelvan ambas proyecciones. Como en cualquier otro tipo de pensamiento, el hombre tiene que desalojar lo que considera apagado y activar aquello que busca que le dé luz. En esta historia de  miradas inasibles, piensa desde su encogimiento de la noche, donde él mismo merma, que se halla apresado entre dos tiempos inexistentes, uno vinculado al recuerdo y su significado y otro a lo que aún no nace pero que persigue con primitiva esperanza. Y se atenaza ante el terror que le produce tener que elegir. Intuye que tiene que posicionarse, que no puede vivir siempre en un continuo proceso de armarse y quedar desarmado. ¿Hay otra posibilidad para su inquieta personalidad? ¿Habrá alguna claridad, no digo ya una certeza, en una elección? 

Torturado por la memoria incisiva de la mujer grávida y agitado por la atracción de la recién conocida el hombre muta lentamente hacia el sueño, que presume desasosegante. Qué presuntuoso soy creyéndome el objeto de deseo de ambas. Si acaso ellas no son de nadie ni quieren serlo. Si tal vez me presto únicamente como enlace al que ellas solo solicitan ocasionalmente. Qué desordenado y difuso me encuentro, piensa divertidamente. Mas se regodea en su desorden, se revuelca en su propia inmundicia, y se extravía, un día y una noche más, en la complacencia de su dispersión.





* Fotografía de Edouard Boubat.

sábado, 21 de octubre de 2023

Unos cuantos membrillos

 


Max me ha traído membrillos. No puedo decirte que me traes un puñado de membrillos, le digo, porque obviamente no cabría más de uno en la mano. ¿Cómo denominar este conjunto? Di solo unos cuantos membrillos, matiza Max. Los coloco en el plato para que posen. Son la estrella del otoño, salta Max con una sonrisa que parece emular la alegría de los membrillos. Me han transmitido su luz, pero no solo me entusiasma su colorido. Es su forma tan imperfecta que no imprecisa. Sus curvaturas, como rincones de la piel de un cuerpo. Pero es también su textura, esa especie de dureza y pelusilla externa que resguarda una carnosidad generosa, y que se hace querer por la mano que los toca. ¿Quieres decir que es uno de los frutos que nos comunican una percepción más sensual?, le insinúo al palpar uno de ellos con lentitud. Max se dispone a sacar una imagen instantánea del bodegón. Prueba a responderte a ti mismo, remata mientras se entrega a eternizar aquella belleza.

   

miércoles, 18 de octubre de 2023

El paraíso de la voz


 

Ella lo da en pensar. Por qué le diría yo aquello tan explícito, cuando debería haber quedado en algo subliminal. Por qué al leerle mis poemas me respondería él con su voz enérgica pero envolvente, y yo no supe reaccionar con mesura.  Había elogiado con su prudencia habitual lo que yo le había recitado. Había desplegado el silencio que de ordinario significaba que aún meditaba, que era tanto como decir que degustaba. Retengo siempre tu tono, me acababa de decir, porque cuando me lees no solo es lo que has escrito aquello que me llega sino el sentimiento que impones en el aire.  Entonces no supe morderme la lengua. Cómo podría yo habitar en el paraíso tan extenso de tu voz, eso le dije. No sé si para sorprenderle y gratificarle o porque me salió espontánea y sinceramente. Él replicó entonces que era yo la que pertenecía al paraíso, no él. Él dijo que bajo sus pies habitaba un Hades que no le permitía vivir en paz. Dijo que si bien nunca encontraba un momento perdurable de calma al menos paliaba su dolor con alguno de mis poemas. Dio la impresión de rendirse y precipitó sobre mí aquella frase exultante como si la hubiera extraído de un mito. Si existe un ave del paraíso esa eres tú, dejó caer. Tu vuelo es irrenunciable y tu plumaje siempre se renueva para deslumbramiento de quienes te admiran. Le vi venir y a la vez huir. Pero tú...y le conminé a buscar entre ambos una explicación que no llegó a cuajar ni en su enunciado ni en su solución imaginaria. Eres vuelo y yo soy caída, me pareció escuchar de su boca cuando cerraba la puerta.



*Fotografía de Edouard Boubat.

lunes, 16 de octubre de 2023

¿Qué hay debajo?

 



¿Qué hay bajo el suelo, abuelo?, 
preguntó temeroso el niño. 

Agua, un océano extenso, 
le respondió el viejo. 

¿Y bajo el mar? 

Una profunda grieta de fuego.

¿Y más allá del fuego? 

Nada. 

¿Ni tú ni yo?, inquirió con angustia
la criatura al hombre de manos de hielo. 

Nada, salvo tú y yo.




domingo, 15 de octubre de 2023

Desde la vieja Sefarad

 




"Son tumbas viejas, de tiempos antiguos/en los que unos hombres duermen el sueño eterno/No hay en su interior ni odio ni envidia/ni tampoco amor o enemistad de vecinos/Al verlas mi mente no es capaz/de distinguir entre esclavos y señores"

Moshe ibn Ezra, filósofo judío de Al Ándalus, siglo XI.

Las placas metálicas de la fotografía reproducen el texto anterior. Se hallan sobre el pavimento del paseo central del Campo Grande de Valladolid. En el subsuelo se encuentra el cementerio o necrópolis de judíos vallisoletanos que habitaron entre los siglos XII y XV. 

Yo escribiría una nueva cita ahora:

"Las nuevas vidas deberían de aprender de aquellas viejas/ tender la mano a otras vidas que son como las suyas/ huir de las disputas y procurar la sensatez/ labrar el futuro superando los odios/ ceder las falsas primogenituras para no distinguir sino a un hombre único/ que no haga de la muerte ni una idea ni una religión ni un territorio ni una bandera ni un negocio"

Pero acaso estaría pidiendo peras al olmo y aún un cierto grado de utopía me hace decir lo que no parece que pueda ser.



jueves, 12 de octubre de 2023

La cinta bermeja

 



"Habítame en la sombra movible de tus labios 
hasta que todo mi cuerpo brille en plenilunio". 

Javier Lostalé, del poema Invisible, en Tormenta transparente.


El rojo de la cinta que permitía abrir el cuaderno también era el color de su delicado perfil. La bermeja intensidad hacía resaltar la boca de ella ratificando sus proporciones armoniosas. Al disponerse a tirar de la cinta lo recordó todo. El lento deslizar de sus dedos sobre los labios contenidos de la mujer del pasado. El trazo que dibujaba sentimientos, la lenta presión que recreaba el deseo, el rostro expectante que se iba disponiendo para una recepción de hecho nupcial. Ejercitaban un ritual pausado que les hacía progresar en su tanteo mutuo. Pasos que sustituían la ansiedad que inevitablemente latía en sus cuerpos para que el acercamiento adquiriese la envergadura que se merecían. 

No quiso ignorar que tal vez fuera aquella misma persona quien ahora, movida por algún prodigioso arrebato, le enviaba desde la distancia el pequeño cartapacio con el talento de un amigo pintor. ¿Lo habrá elegido por el contenido o por el detalle de su envoltorio?, pensó. En cualquier caso  este pequeño cordón puede abrir la puerta a un tesoro, y más conociendo el buen gusto de quien sabía hacer estética no solamente de su porte sino de sus palabras y de sus caricias. 

Se detuvo en un gesto indeciso. Como si al demorar la apertura del libro le esperase una pre lectura, que no había olvidado, de la inesperada personalidad de una mujer que hacía años había traído vértigo a su vida, pero también aliciente. Detuvo el lento correr del ribete como si temiera que al desatarlo las hojas dejaran emerger al oscuro y vengativo ángel que todo lo borra. Temía el efecto de una maldición como si se tratara de un ajuste de cuentas. Pero principalmente le asustaba verse privado de pronto de lo poco, pero selecto, que seguía reteniendo de otro tiempo. Los recuerdos. Y sobre todo el agrio sabor de las relaciones inconclusas. 

Se enredó. No lo abriré hasta que me reponga de la sorpresa, decidió infantil y tenso. No correré con la urgencia desatada con que entonces acudía a su llamada. Mantuvo sus dedos frotando sensitivamente la delicada cinta. La recorría de manera perturbadora, mientras su cabeza volaba al territorio extinto. 

Pequeño objeto que podía cerrar una puerta que la memoria había dejado abierta. O acaso le acechara la caja de Pandora. ¿Hay libros que no se deben abrir por muy atractivos que se nos ofrezcan?, se preguntó mientras un escalofrío, ¿o se trataba de un relámpago?, estuvo a punto de quebrar su cordura.





lunes, 9 de octubre de 2023

El horizonte del pasado

 




Se asomó al balcón. El vientecillo que antaño le hubiera sido grato ahora le escalofriaba. Pensó en la alteración de los cuerpos. Las células mermadas, los tejidos más frágiles, el organismo menos resistente a las temperaturas. Era una manera de imaginar, porque no podía saber qué pasaba ni con las células ni con los tejidos. La obsesiva costumbre de construir una explicación difusa, seguramente incorrecta, que le permitiera tranquilizar sus temores. Pero para ella, y más en su circunstancia presente, cualquier sensación era también idea, sentimiento, necesidad de ser explicada o al menos argumentada. 

Apoyada en la barandilla contempló el tráfago de gentes y de vehículos. Más allá del dique se extendía apacible la raya del océano, a cuya orilla había crecido, jugado, incluso despertado al amor. Le hará bien el paseo, pensó instintivamente. Te hará bien, le habló cariñosamente con la mano en su vientre. Pero esa mano en el atributo de su gravidez, que iba sin demora generando una vida, no era la mano sobre el amante. Era más bien sobre el ser que iba a ser amado por ella. Dos necesidades diferentes que a veces juegan en la balanza de la decisión o simplemente en la del lenguaje. Dos expresiones de amor, cuya aproximación solo reside en la utilización maleable de la palabra. Y tal término, amor, la turbaba y la sentía contradictoria, bien porque no admitía una definición convencional o porque dudase de su contenido. Tú estás aquí, habló a su vientre, y él, que es ajeno a ti, podría haber estado entre los dos. Pero, ¿y si acaso, de haber estado él, no hubiera querido tu presencia? ¿Y si debido a que nunca pudo afianzarse aquella relación sí que tú estás a punto de ser? 

Qué complicados y paradójicos son los movimientos ocultos de la vida, se dijo, mientras inevitablemente le seguían viniendo recuerdos gratificantes del pasado. Todo lo que tenía ante sí ahora le hablaba con la precisión de un poema. El olor penetrante de la humedad salina, el perfil de un oleaje tibio e incesante, o el inextricable horizonte que contemplaba traían a su mente los días inexpertos que había creído felices. Y que, a pesar de la separación, creía todavía, o necesitaba creer, que lo habían sido. La atracción arrolladora entre dos que a los ojos ajenos se mostraban tan distintos. La conexión asombrosa que se daba entre quienes pensaban en plural sobre tantas cuestiones del mundo y de su tiempo. El rodaje de unos afectos que solo podían ser comprendidos a medida que se habían ido reconociendo en ellos. Las embestidas desinhibidas e intensas con que procuraban saciarse. 

Un relámpago de fuego le recorrió de repente el cuerpo. Percibió un golpe de voluptuosidad que desde el abandono de aquel hombre no había vuelto a conocer. ¿Pensará él lo mismo que yo pienso? ¿Será receptivo su instinto a algo semejante de lo que yo siento? ¿Le estará dando vueltas al pasado? ¿Hará la ficción, siquiera por un instante, de lo que habría sido una vida compartida? 

Envuelta en un vestido vaporoso, que permitía que el embarazo no diluyera la esbeltez que siempre le había caracterizado, la mujer enfiló por inercia sus pasos hacia la playa. Como si buscara fusionar dos amores que la realidad los hacía irreconciliables, pero que su deseo insatisfecho los unificaba. Se descalzó. Sus pies tomaron contacto con la arena. Junto a las huellas que iban dejando creyó ver que otras huellas semejantes a las suyas, quizá algo más hundidas, iban acompañándola. No tiene sentido, son ganas de martirizarme, se enfadó consigo misma. A ti ¿qué te parece?, preguntó a su entraña. Pero no obtuvo respuesta. Suspiró y mordió con cierta acritud el aire.  




* Fotografía de Édouard Boubat.

sábado, 7 de octubre de 2023

La ternura de Emma Igual

 


No es solo una fotografía simpática, no obstante el dramatismo que se oculta detrás. No hay en ella una simple joven que acaso por diversión se ha puesto un casco militar y ríe. Su alegría íntima se encuentra en su labor y en su entrega. El casco, una necesidad, a todas luces insuficiente. ¿A quién iría a ofrecer el ramillete de cardo que sujeta como si fuese una premonición de quien anhela aferrarse a la vida? 

Emma Igual, voluntaria de una oenegé dedicada a la evacuación de civiles en la guerra de Ucrania, transmite un estado de ánimo en medio del horror que ya quisieran los paniaguados de poltrona que ven los toros desde la barrera en todas las cancillerías de Europa. Emma Igual fue asesinada hace apenas un mes por el ejército ruso, que alcanzó con un proyectil al vehículo en el que viajaba en misión pacífica. ¿Cuánto se ha hablado de este sacrificio en la prensa española? ¿Uno, dos días...? Ciertas oenegés, que aportan y se la juegan en tantos lugares del mundo, y que tienen un rosario de muertos en acción cooperadora por mano militar, paramilitar, de sicarios o de burócratas, no reciben mayor reconocimiento. Como si lo suyo no fuera épico. Como si lo épico solo fuera el crimen. 

La ternura alegre que me llega desde esta imagen de Emma Igual no tiene precio. Desde aquel día fatídico, los vilanos andan desperdigados por Europa, sin ceder a los pinchos. Acaso buscan aterrizar en las conciencias, esa maravilla del cerebro humano que con frecuencia tiende a quedarse dormida.




miércoles, 4 de octubre de 2023

Insomne

 




Insomnio. El insomnio sería perdonable si no trajera consigo ese desorden de pensamientos que le perturban. Que no siguen una pauta racional, sino que se desbocan suscitando desazón e ira. 

Siente un cosquilleo atroz por todo su cuerpo, a ratos picores. Expande sus brazos sobre una cama tibia, que palía su propio sudor. Vueltas y más vueltas. Se recuesta de un lado y pronto le agota una pesadez incómoda. Prueba del otro lado. Por un momento tiene la sensación de que ha dado con la posición óptima que le va a propiciar el sueño. Dura poco y el desasosiego incrementa un comezón que le desespera. En su impaciencia gira y se coloca bocabajo, aun sabiendo que no va a resistir la extrema presión sobre sus pechos. Aprovecha para encender la luz. Se incorpora de medio cuerpo. Arrebuja la almohada y la utiliza de respaldo. 

Ha tomado un libro en cuya lectura viene avanzando lentamente los últimos días. Este es un buen momento para progresar en el relato, piensa. Ha leído un párrafo y no lo entiende. En realidad no es que no lo entienda. Es que no se ha centrado en él y la acción la confunde. Lo intenta de nuevo. Una vez más, otra. Cuando logra superar el párrafo e incluso el siguiente le salen al paso los personajes, que esgrimen nombres complicados. Le gusta lo que dicen y más lo que hacen, pero sus nombres enrevesados, o eso cree ella, entorpecen el avance. Se lía. Repasa de nuevo. Esto lo dice este personaje y el otro se cruza con este pero entonces surge aquel y le dice...

El texto se le desdibuja. Por un instante le parece que es efecto de una somnolencia que no se hace esperar. No quiere dejar el libro, por si acaso. Pone el dedo índice en la página a donde se llega y con los dedos adjuntos hace una pinza sobre el libro. Apoya el brazo en la sábana. Comprime la mano lectora, porque ahora su mano lee pero ella no lo capta, sobre su vientre. Un ligero abotargamiento arranca de ella una sonrisa de satisfacción. Incluso vislumbra cierto ensueño. Se paraliza lentamente. Sabe que cualquier movimiento leve puede dar al traste con su anhelo. Algo le dice que está a punto de caer rendida. Pero entonces ella lo piensa. Cae en el error de razonar un proceso que no debería considerar y dejar a la biología que siguiera su curso. 

Sus dedos se han agitado en torno y dentro del libro. Le pesan las piernas y se mueve para relajarlas. No hay manera, va a ser una noche en blanco, asiente molesta consigo misma. Ni lectura, ni orden en las ideas, ni capacidad para sugerir planes del día siguiente. Ni buenos ni malos pensamientos. Solo malestar. La crispación la invade, el hormigueo crece y muerde su piel. Si al menos él estuviese aquí, le da en pensar. Se ve frágil. De inmediato considera a la ocurrencia una especie de rendición. No puedo ceder a ningún sometimiento, reacciona rabiosa. La independencia bien merece el insomnio si es preciso. Y se escucha ridícula nada más decirlo. Me valgo por mí misma, se obstina Y luego: pero y si no es él...Si le borro de mi mente, si elimino su imagen, si recurro a un aparecido cualquiera que no se entrometa en mi vida pero que se deje llevar para una circunstancia como esta...

La palabra aparecido ha producido en ella el efecto de una excitación diferente. ¿En quién piensa? ¿En un mendigo, en un transeúnte, en la llamada a un conocido ocasional pero lejano, en alguien de pago? Se escabulle de sus dudas, reconfortándose. Se ha recogido sobre su abdomen, entrecruza sus piernas, se retuerce con las sábanas como si fueran las extremidades de otro cuerpo. Emite un nombre al azar que a ella misma le sorprende. ¿Habrá escapado de la novela? ¿Será su misterioso autor? 

Ahora, concentrada en su huida, le parece estar siguiendo un argumento ya sabido pero a la vez le resulta novedoso. Es la atracción de cambiar el orden de los episodios. Recrea al aparecido. No importa su rostro difuso, ni su constitución imprecisa, ni sus modales desorganizados. Ella lo modela a su gusto. Lo adapta. Lo dota de vida y dibuja los recursos que cabe esperar de aquel cuerpo fantaseado. Se alimenta de sus quimeras incesantes. Lo acoge posesiva, exultante de voluptuosidad. Ella se entremete en el personaje para que responda a sus exigencias. Se siente autora. Busca escribir con su propio tacto. Ha ahogado las palabras. Ha roto puentes con el mundo ordinario. Traductora sabia de sus sensaciones se entrega a través de un lenguaje gestual que solo ella domina. Arremete contra el insomnio sin ninguna clase de escrúpulos.




*Fotografía de Anna Bodnar.

domingo, 1 de octubre de 2023

El hombre asomado a sí mismo

 


No, no es correcto que uno tenga que responsabilizar de sus elecciones a las personas del exterior, reflexiona el hombre desde su atalaya inquieta. Las otras personas no tienen mucho que ver en las dudas de uno. No son culpables de las miradas ni de las atracciones en que se puede incurrir. Todas ellas aparecieron por azar una vez, y con mayor o menor fortuna se consolidaron en el personal mundo de afectos y emociones durante un tiempo. Nos arrimamos a su parapeto de protección, nos sujetamos a sus ofrecimientos, respondimos también a sus demandas. Hay atracción y rechazo alternos con los otros, hay opiniones que no nos gustan. Si no logramos entendernos dentro de nosotros, cómo van los demás a comprendernos. Pero esa dificultad no nos exime de tomar decisiones y, por lo tanto de acertar o de equivocarnos. ¿También estamos hechos un poco de cada roce que otras presencias nos acompañaron en alguna circunstancia y tiempo?

Mientras se abandona a la contemplación abstraída del paisaje el hombre no cesa y se prende en su vértigo de pensamientos. Se pregunta y se responde. Uno tiene que elegir dentro de sí mismo.  Debe cuestionarse qué parte de la propia personalidad debe tomar el relevo de la anterior. O bien, decidir si vuelve a reforzarse el hombre que fue antes. El de siempre. Pero, ¿existe un hombre fijo de siempre? No soy el mismo de la primera etapa, ni de la segunda, ni de la siguiente, ni siquiera el de ayer. A ratos me veo en mínimos; por momentos maximalista. Cuando me azuzan los nervios quisiera parar. Pero detenerme, ¿no es exponerme a dejar de sentir? ¿No es reducir el deseo y rebajar las intenciones? ¿No es desligarme de lo que me otorga confianza y me brinda seguridad? ¿No es eliminar la tendencia a cargar de excesiva vida la que uno es capaz de soportar? 

El meditador se ha quedado atrapado en un bucle. La sequedad de su boca lo denuncia. Se atropella en un vaivén de ideas y contradicciones. Detenerme sin bordear la muerte, se escucha. Y se descubre entusiasta con este giro verbal, falso, que le complace en su ampulosidad. Necesito una parada en la que me sienta menos incapacitado. Se trata simplemente de que no ceda a la afectación, de no eliminar lo que la naturaleza me proporciona para hallar satisfacciones. Desde fuera me observan como un ser contenido, amable, lejos de una actitud displicente. Si aceptan solamente esa visión allá ellos. Pero el castigo se agita adentro. Es la tensión por la que uno quiere evitarse a sí mismo, responsabilizando a los individuos que se cruzan en su vida. Injusto, acaso. Inevitable, también. Y se resiste. Me sublevo. Cuántos pasan a nuestro lado a lo largo de toda la existencia y nos acercamos a ellos siendo testigos, cómplices, colaboradores, servidores ocasionales en un grado u otro. ¿Todos permanecen en la misma actitud? ¿Con todos nos comportamos siempre de análogo modo? Cuántos testigos devienen en desconocidos, cuántos cómplices en traidores, cuántos que nos ayudaron nos abandonan, cuántos abrigos nos relegan a la intemperie. 

El hombre se queda de pronto en blanco, devorado por el rostro oscuro y desasosegante de una triple alianza de pensamiento, palabra e impulso. Recuerda con cierta inseguridad el encuentro de calle con aquella antigua referencia amorosa. Se sorprende a sí mismo con este eufemismo. Por qué. ¿Es que ya no creo en el amor?, se pregunta con cierto desconsuelo. ¿O es que el precio de percibir algo semejante y aproximado al amor pasa necesariamente por el saludable escepticismo? Si cuando ella haya parido voy a ver a su hijo será un acto de cortesía cercana que agradecerá. Pero, ¿cualquiera de los dos, o ambos, sabremos mantenernos en ese límite y distancia? Aquello es ya humo. No valen lamentos ni añoranzas. En la vuelta de mi madurez avanzada, se dice, sabré distinguir. Uno no debe cargarse de más peso de vida que la que puede resistir. ¿No puede?

 


*Fotografía de Willy Ronis.