"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 29 de julio de 2022

Frustración

 


Ahora eres tú quien te debes mirar a ti misma, si puedes y lo logras. ¿A cuántos hechizaste y destruiste con tus ojos homicidas?  Sé víctima de tu frustración para que comprendas, impelida por un instante de pavor que precede a tu muerte, lo que otros sintieron cuando los petrificabas. 

Di. ¿Qué experimentas en este instante letal en que la harpé del héroe venga a los desdichados? ¿Qué sensaciones te acometen cuando ni siquiera tienes un tiempo de redención? ¿Cuánto te aflige saber que ya no habrá pensamiento ni anhelo ni goce como los que tu turbia condición hicieron presa en ti? ¿Cómo interpretar el espanto que tu rostro sangra? Lacerada por la separación y la pérdida del resto del cuerpo los cabellos se te rebelan generando coléricas culebras. ¿Es el movimiento reptante e inquieto de la maraña ensortijada lo que te asusta? ¿Temes que tu antiguo rostro soberbio sea carcomido por las mensajeras del fin de tus días? ¿O es la memoria de tus actos funestos que no te perdona? De nada te vale ya el temor imprevisto al héroe que llegó para vengar a cuantos convertiste en roca. Su espada ha sido fatal, pero no menos que la mirada de acero con que sentenciabas a los más débiles. 

Pero yo te comprendo. Comprendo que también tú, única mortal entre tus hermanas, pagaras un precio por tu belleza. Comprendo que la frescura y el color de tus cabellos, tan exuberantes y altivos, desatasen los celos de la omnipotente diosa. Los dioses son coléricos y se muestran a veces tan mortales como los humanos. Ni siquiera ellos pueden admitir que un mortal posea tanta sabiduría o belleza o capacidad amatoria como las suyas. No admiten competidores, ni juegos entre humanos y dioses si no les son favorables, ni enseñanzas que les cuestionen dejándoles en entredicho si no en ridículo. Nunca estaré de acuerdo con que la diosa ejecutara tu condena haciendo de tu cabellera un nido de reptantes. Si antes otro dios soberano y oceánico te violó, como cuentan algunos, o al que te entregaste condescendiente y apasionada, como dicen otros, desatando bien tu propia ira, bien la ira de la diosa, también puedo entender tu posterior reacción. Pero, ¿por qué han pagado cuantos seducidos te han mirado con fijeza, atraídos por tu hermosura y por tus ojos indescifrables, tu afán vengativo? 

Volverás a habitar el inframundo, demediada eternamente y trastocado tu rostro en la imagen del horror que te produces tú misma. Yo siempre evité contemplarte de frente y ahora la sigo evitando porque el rostro del espanto también mata. Y no hay égida donde te reflejes que me dé total seguridad.  




* Medusa, por Michelangelo Merisi da Caravaggio.

martes, 26 de julio de 2022

Kafka está en todas partes, pregúntenselo si no a Sebastian Haffner

 


Si alguna vez había leído el cuento de Kafka Ante la ley no había visto en él más que una de las críticas que con claridad o veladamente hace el escritor de Praga al funcionamiento rígido de las sociedades, a la esclerosis de la administración y a sus sistemas de control y anulación del individuo. Pero repasando un tema espinoso de la historia contemporánea, el fracaso de la revolución alemana de 1918/1919 y el desarrollo de la República de Weimar hacia el abismo, me he topado con los estupendos textos de que el berlinés Sebastian Haffner -Alemania: Jekyll y Hyde. 1939, el nazismo visto desde dentro o el espléndido Historia de un alemán, además de La revolución alemana de 1918/1919- hace gala por su conocimiento sobre aquellos períodos turbios y turbulentos, antes de su exilio en 1938.

Es precisamente en su obra La revolución alemana de 1918/1919 donde el prólogo nos ofrece una interpretación peculiar del escrito de Kafka, que acaso no tiene que ver con la intención del checo, pero que Haffner saca su jugo adaptado a las circunstancias. Adjunto lo que Haffner escribe:


"Franz Kafka en su relato Vor dem Gesetz (Ante la ley) narra la historia de un hombre que solicita entrar a un implacable guardián y que pasa toda su vida esperando ante la puerta, siendo rechazado una y otra vez, pero sin perder la esperanza, intentando vanamente persuadirlo. Finalmente, en la hora de su muerte, el guardián le grita al oído que ya va perdiendo: Esta entrada estaba especialmente reservada para ti. Ahora me voy y la cierro.

La historia del Imperio (Reich) y de la socialdemocracia alemanes recuerda este relato kafkiano. Al surgir casi simultáneamente parecían estar hechos el uno para la otra: Bismarck trazó un marco estatal en el que podría desarrollarse la socialdemocracia y esta esperaba que algún día podría dotarlo de un verdadero contenido político de forma duradera. Si lo hubiese logrado, tal vez existiría hoy el Reich alemán.

Pero ya sabemos que no lo consiguió. El Reich cayó en las manos equivocadas y se hundió. La socialdemocracia, que desde el primer momento se sintió llamada a dirigirlo y que quizá hubiese podido salvarlo, nunca reunió en los 74 años de existencia del Imperio ni el valor ni el vigor suficientes para hacerse con él. Como el personaje del relato de Kafka, la socialdemocracia se había instalado cómodamente ante la puerta. Y también a ella la Historia le podía haber gritado al oído en 1945: Esta entrada estaba especialmente reservada para ti. Ahora me voy y la cierro

Pero al contrario que en la historia de Kafka, en esta hay un instante dramático en el que todo parece cambiar. En 1918, ante la derrota inminente, los guardianes del Reich abrieron a los propios dirigentes socialistas la puerta de entrada, cerrada durante tantos años, y los dejaron pasar voluntariamente a las antecámaras del poder, no sin segundas intenciones; y entonces las masas socialdemócratas se precipitaron hacia el interior, empujando a sus dirigentes y arrastrándoles hacia la última puerta, hasta el mismo poder. Tras medio siglo de espera, parecía que por fin la socialdemocracia alemana había alcanzado su objetivo.

Y entonces sucedió algo increíble. Sus líderes, que habían alcanzado a regañadientes el trono vacante conquistado por las masas socialdemócratas, movilizaron inmediatamente a los antiguos guardias de palacio, ahora sin señor, y mandaron echar de nuevo a sus seguidores. Un año después, los mismos líderes volvían a encontrarse fuera, ante la cerrada puerta, y para siempre.

La Revolución alemana de 1918 fue una revolución socialdemócrata sofocada por los dirigentes socialdemócratas: un suceso sin par en la Historia".


Esto lo escribió Sebastian Haffner en Berlín en enero de 1979. Se puede discutir lo que interpreta desde el punto de vista de la historia, pero no el uso metafórico de un texto de Kafka, que demuestra que Franz está por todas partes.





domingo, 24 de julio de 2022

Ante la ley. Cuento de Franz Kafka

 


Ante la ley 

Franz Kafka 




Ante las puertas de la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. 

El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar. 

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora. 

La puerta que da a la ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice: 

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera. 

El campesino no había previsto estas dificultades; la ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. 

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice: 

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo. 

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino. 

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable. 

-Todos se esfuerzan por llegar a la ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar? 

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora: 

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla. 





* Óleo de José Hernández.






viernes, 22 de julio de 2022

Gravedad

 


¿Será ya esto la muerte, Karl? Pesa la vida presenciando pérdidas. Los días son onerosos cuando tienes la sensación de que los caminos se cierran. Pero ¿acaso podíamos elegir? No quisimos pasar por la puerta cuando podríamos haberlo hecho. Y cuando intentamos optar ya no se nos permitía acertar. ¿Qué cuenta el individuo ante la oleada de un tiempo que conduce a la masa hacia un mundo donde habita la sinrazón? Karl me decía que siempre hay que invocar la resistencia personal. Aunque dé la impresión de que es inservible. A pesar de que no sea reconocida por otros, sino más bien denigrada. Todos han elegido seguir como ciegos al hombre providencial. ¿Por qué la gente no despierta y deja de creer en la patraña de una providencia que no es tal? Encerrada en mi visión pesimista de la vida sé que no gusto a nadie. Te gustas a ti misma, no es poco, me decía Karl. Mis conciudadanos se entregaron hace tiempo como autómatas a las falsas promesas. Se confundieron de Prometeo y respaldaron uno que, lejos de romper sus cadenas sujetó sus vidas con dobles eslabones. ¿Tanto pueden influir las palabras que se venden como bellas y que miman los oídos de los que no saben o no quieren distinguir? Palabras que no valdrían más de no ser porque están respaldadas por fuerzas siniestras, la mano dura, el control social. ¿Será ya esto el perecer, Karl? Aún tengo que escuchar con frecuencia, a pesar de cuanto está sucediendo, que él o ellos, y lo dicen con entonación de letras mayúsculas, nos lo han dado todo. Si yo les replico que somos nosotros, cada paisano, cada alma, quienes hemos dado hasta el sacrificio vacilan, pero no acaban de reconocerlo. Pesa sobremanera la tozudez insana y despersonalizada de quienes se niegan a la vida. Grava la obscena ambición sobre nuestras cabezas. ¿Cómo acabaremos?



* Autorretrato de Käthe Kollwitz

miércoles, 20 de julio de 2022

En reconocimiento a José Antonio González, barrendero muerto al pie de una tarde de más de 40 grados

 


Un barrendero que cae muerto en pleno trabajo en una tarde de plomo  de cuarenta y pico grados ¿qué es? ¿Un héroe o un antihéroe? ¿En qué nómina de reconocimiento se inscriben los albañiles que mueren en una obra, los conductores profesionales que se estrellan, los brigadistas apagando un incendio o los barrenderos limpiando las calles? Por citar casos recientes. Siempre me ha ha hecho gracia aquella expresión: muerto en acto de servicio, que se aplicaba a  ciertos sectores de actividad pública en señal de reconocimiento formal. ¿Se aplica acaso a alguno de los anónimos caídos por la actividad cotidiana que beneficia a toda la sociedad? No lo sé. Pienso que el mejor reconocimiento es corregir lo que está mal. Los horarios, los medios de trabajo, la percepción salarial, la organización laboral, en definitiva. José Antonio González, sesenta años, caía muerto por un golpe de calor limpiando las calles. Otros, y pienso con especial ironía en autoridades y beneficiarios de la plusvalía generada por un empleado, estarían tan ricamente a la misma hora refrescándose en sus piscinas particulares. Ya digo: ironías de la historia cotidiana, la de los muertos anónimos en verdadero acto de servicio.



(Fotografía tomada de internet)

domingo, 17 de julio de 2022

Curiosidad

 





Ogni pensiero vola
(Cada pensamiento vuela)

Inscripción en la boca de Orco, Sacro Bosco de Bomarzo.


Acaso de haber conocido el florentino esta boca del Orco hubiera aplicado también a ella: perded toda esperanza los que aquí entráis. Pero aún faltaban tres siglos para que uno de los principales de los Orsini levantara su laberinto fantástico. Y las ideas habían evolucionado mucho en ese tiempo transcurrido. De ahí ese lema que hoy figura como recepción: Cada pensamiento vuela

Vuela la manera de pensar de cada época, pero también la asunción de pensar por parte del individuo. A pensamiento efímero, pensamiento nuevo. A cada pensamiento intrascendente, pensamiento consolidado. A pensamiento vencido, pensamiento conquistado. Son voces que resuenan en el interior de la arquitectura del hombre devenido en morada infernal. 

Una morada que es de este mundo. ¿Qué otra cosa son los infiernos sino las aflicciones, los desatinos y las pérdidas? Si algo te aflige, cierra la herida. Si persistes en el error, revisa sus causas. Si duelen las pérdidas y las carencias, compadécete a ti mismo por no comprender los límites de la naturaleza humana

Descenso a la intimidad. Solo los espíritus débiles pueden sentir temor o rechazo ante un retrato en piedra. Parece oírse una voz ajena que se acerca. No soy yo quien engullo, sino la curiosidad que los mortales sienten. No soy un desmesurado rostro, soy una estancia de paso. Quien advierta pavor pero no manifieste asombro se pierde lo interesante que hay detrás

Retrato en piedra de la entrada a las tinieblas. Pero la oscuridad no es un fin sino solamente un trayecto a través del cual buscamos a trancas y barrancas la luz. No temáis las entrañas tenebrosas, porque no son vuestro destino. No os rindáis a las pruebas que encontréis ahí dentro. No os dobleguéis ante los seres monstruosos que aparezcan, pues no pueden ser la excusa para el abandono. No cedáis a las propuestas tentadoras, pues os desviarán de vuestro propio objetivo de purificación

El rostro de la boca del Orco simula la fealdad. Como la que cada uno de nosotros lleva pegada a su piel. Porque, ¿acaso hay mayor fealdad que la ignorancia? Traspasa las fauces del monstruo. Es el horror de no entender nada lo que debe darte miedo. Es tu mente obnubilada por la persecución de bienes la que te priva del bien de la belleza interior. Es la oportunidad que se te brinda de ser curioso la que te redime del desasosiego que causan las turbulencias. Orco te habla. Variedad de voces. Tú debes responderte a ti mismo.




*Boca de Orcus en el Sacro Bosco de Bomarzo. Fotografía de Herbert List.


jueves, 14 de julio de 2022

Confusión

 


Lo peor estaba por llegar. Pero, ella tan joven, ¿cómo iba a imaginarlo, amigo Alesandrovich? No lo sé, tal vez hablasen de la situación con frecuencia en casa. O acusaran más las estrecheces y vieran las orejas al lobo. Pero vivían alejados. Las noticias corrían por todas partes, Petr Ivanov, y llegaban hasta lo más profundo de los bosques, no obstante el control de las autoridades. ¿Qué vería el pintor en aquella chica, amigo? Tal vez dos miradas. La de quien abandona el pasado de la inocencia y la de quien se empieza a encontrar recelosa ante un presente quebradizo. Y un futuro incierto, matizaría yo. No cabe concebir en alguien tan joven un gesto así, ¿no crees? Sí, lo creo, pero eran tiempos duros y una cosa es la versión que imponían los comisarios políticos por aquí y por allá y otra lo que creyeran o quisieran creer los herederos de los otrora mujiks. Naturalmente con sus consiguientes riesgos si no eran cautos y callados. Tiene un aire de contención confusa esta joven, Alesandrovich. Cuando uno recibe informaciones contrapuestas más que claridad lo que incuba es un desorden de pensamiento. Y además pienso que acaso habían purgado ya a algún miembro de su familia. Porque si era así lo que le vinieran contando desde el comité no le resultaría creíble. Hay que ser muy fuerte para desalojar el engaño, y eso solo es propiedad de algunos adultos que persiguen siempre la verdad en su fuero interno, mi estimado Ivanov. ¿No crees que tal vez esta joven ya estaba ejercitándose en una especie de resistencia emocional, Alesandrovich? Probablemente. Al contemplarla me pregunto si sobreviviría al futuro inmediato la chica del bosque. Yo me pregunto si nos haríamos la misma pregunta, sin un retrato delante, sobre millones de individuos anónimos que no sobrevivieron.





* Retrato del pintor ruso Kuzma Petrov-Vodkin, La chica en el bosque, 1938.


martes, 12 de julio de 2022

Una cita espléndida de Martinus von Biberach

 


No sé de dónde vengo, / soy quienquiera que sea. / Me muero, no sé cuándo, / me voy, no sé adónde, / me extraña estar tan contento.

Tal cita se le atribuye a un clérigo alemán de finales de la Edad Media, Martinus von Biberach. Dicen que si fue su epitafio. También parece que al reformista Martin Lutero tampoco le gustó, y le faltó tiempo para dar la vuelta a la estrofa corrigiéndola y volviéndola al redil. Vana pretensión. Como sin duda no gustaría a la Iglesia romana. A mí me parece que sintetiza espléndidamente un pensamiento nada equivocado ante la vida. El aparente y sano escepticismo no es negación de la experiencia vital. Ese final lo aclara todo. Creo que así nos vemos algunos.




(Fotografía de Juan Rulfo)


viernes, 8 de julio de 2022

Seguridad

 


Me han dicho que Denis también se ha hecho un retrato. Que no estaba convencido pero ha cedido a la verborrea y los consejos de algunos amigos. Algo nada frecuente en él. Dicen que se queja de que aparenta más joven, más risueño y de una pulcritud rayana en la ridiculez. Cuando le vea le aconsejaré que no se apure por ello. Que la gente no le va a recordar por el retrato, sino por su inmensa obra. O ve a saber si le recordarán, pues la ingratitud es un defecto humano.

Y de mí, ¿quién se va a acordar? Añádase un por qué, un cómo y un cuándo si se quiere. Soy de la opinión que muchas veces recordamos habitando un dónde. Vivimos pensando que las siguientes generaciones nos tendrán en su memoria y que de algún modo honrarán nuestro paso por la tierra, siquiera por haber sido progenitores. Aunque no estoy tan segura. Más allá del ansia por la herencia, ¿tendrán un huequito en su mente para nosotros? Por otra parte, si hablan a la ligera o con malicia cuando ya no viva me va a dar igual lo que digan. Los que me han conocido darán su parcial interpretación de la mujer. Los que no me hayan tratado incurrirán en repetir historias, y no digo ya tópicos, que nada me afectarán aunque sean imaginarias y desproporcionadas. Unos verán en mi actitud vital a la mujer seductora. Otros serán prudentes y me reconocerán como la mujer dialogante. Los estetas criticarán en mi retrato una pose de coquetería. Los divertidos contarán anécdotas sobre mis bromas. Los reaccionarios me señalarán confundiendo mi profundo uso de la libertad con lo que ellos llaman libertinaje. Moralina de celosos. Algunos más convencionales exagerarán mis dotes cultas. Aunque no faltarán quienes al verme con los dedos entre las páginas del libro comenten que no pasa de ser postureo. Los envidiosos, ¿y qué puede esperarse de ellos?, soltarán entonces habladurías varias sobre mí, deseosos de haber estado también bajo mi protección no solo afectiva sino material.

Han llegado a mis oídos algunas impresiones de quienes han pasado por mis salones. Unas de sincero respeto. Otras más bien morbosas, por ejemplo todas aquellas que más que impresiones son juicios de valor y se ceban en mis enamoramientos. Que si cuando estaba con Jean-Jacques ya me entregaba a Friedrich, que si lo intenté con el de Ferney e incluso que coqueteé con Denis o el Barón. Cito a estos por ser de los más conocidos. Jamás me han preocupado las impertinencias y las difamaciones o, diría más, nunca han podido conmigo. Una mujer que sabe ir siempre hacia adelante con claridad y firmeza no debe temer. ¿Que me gusta ser reconocida por aquellos que acojo y me frecuentan? Por supuesto, y a quién no. Tal vez el reconocimiento es la más sincera muestra de amor que pueden ofrecerse unos individuos a otros. En ese sentido valoro contenta lo que he dado y lo que he recibido. Todo ha tenido su interés, a pesar de diferencias, contrariedades y rupturas.

Pierre de Varennes, un amigo de provincias que apenas se exhibe por ambientes mundanos, ha dicho de mi postura en el cuadro que puedo dar satisfacción al criterio de todos. Que me van a interpretar con arreglo a la idea que se han hecho de mí al tratarme. Incluso, les caiga bien o me odien, me sentirán como una de las suyas. El sincero va a admirar mi prudencia. El ofendido se va a sentir a gusto al observarme rebajada de humos. El enamoradizo me va a tomar como rendida. El viajero, como una mujer dispuesta a las novedades. El despechado dirá que mi sonrisa es cínica. El culto querrá saber en qué página de qué libro he detenido mi lectura. De lo que opinarán mis criados, dice Pierre que mejor se lo calla.


 


* Louise d'Épinay, pastel de Jean-Étienne Liotard 

miércoles, 6 de julio de 2022

Peter Brook y su Mahabharata

 



"Todo había empezado con el joven indio que, durante los ensayos sobre nuestra función sobre el Vietnam, US, me había mencionado por primera vez la extraña palabra Mahabharata. La imagen que evocó me había venido obsesionando. Dos grandes ejércitos uno frente al otro, tensando las cuerdas del arco. En medio de ellos un príncipe, de pie, que pregunta: '¿Por qué tenemos que luchar?'

Una y otra vez, volví a aquella imagen. Un día hablé a Jean-Claude Carrière de la batalla, de las preguntas del guerrero. Quiso saber más y fuimos a llamar a Philippe Lavastine, el amigo erudito que había dedicado su vida a los estudios del sánscrito. Le pedimos que nos explicara la situación de los dos ejércitos, y quién era aquel príncipe y por qué pone en tela de juicio el significado de la guerra. Philippe empezó diciéndonos el nombre del príncipe: Arjuna. Después dijo que necesitábamos entender por qué su carro era conducido por Krishna, saberlo todo sobre los hermanos de Arjuna y sus primos, por qué estaban en conflicto y cómo habían nacido, y para ello teníamos que remontarnos a mucho tiempo antes de que fueran siquiera concebidos, a la creación del mundo. Oscureció y, cuando nos marchamos tarde por la noche, el minúsculo apartamento atestado de libros y papeles parecía relucir con la gran épica que acababa de empezar a desplegarse. Al día siguiente volvimos. Entonces una sesión sin aliento y asombrosa siguió a otra a medida que continuaba la historia, no en un orden lógico, sino como Philippe la recordaba, en toda su intrincada complejidad entrecruzada. Después, una noche, la historia había terminado. La habíamos recibido como lo hace un niño en la India, oralmente, de labios de un contador de historias. Al marcharnos en silencio, nos hallamos en la oscura, desierta calle de Saint André des Arts. Nos detuvimos. Supimos que compartíamos la misma decisión. No podíamos guardarnos para nosotros solos lo que habíamos oído. Teníamos que transmitírselo a otros a través de nuestro campo especial, el teatro".

Peter Brook. Hilos de tiempo. Editorial Siruela.


Peter Brook falleció el pasado 2 de julio a los 97 años. Entre tantas obras puso en escena su versión de Mahabharata. 







domingo, 3 de julio de 2022

Discrepancia

 


No me gusto. Yo no soy el de la pose. Discrepo. Mi amigo se empeñó en retratarme de andar por casa, pero una bata satén no la he usado jamás. Tampoco me reconozco en ese rostro en exceso saludable y despreocupado. No me veo con placidez rubicunda. Mis quehaceres me han tenido en vilo siempre. Las consecuencias de lo que he pensado y escrito, que no ha sido ni querido ser bien comprendido por ciertos portadores de las falsas verdades, han puesto a veces límites a mi libertad. Si no fuera por la satisfacción que me ha aportado el hacer avanzar mi proyecto compilatorio podría estar anímicamente peor. Y eso que ha podido irse al garete en más de una ocasión. También ha sido una compensación la ayuda y el interés de un número elevado de colaboradores. Y de los más íntimos, que tanto han aportado, qué podría decir. Que fue magnífica su proximidad, pero que, como en el amor, con algunos de ellos fue inevitable el conflicto o, si se quiere, el desentendimiento. Aunque puede que fuera a la inversa; tal vez algo recíproco. Los humanos somos propensos a acercarnos, siempre por necesidad, pero también nos resulta inevitable alejarnos, acaso por hastío. 

Mi amigo artista me sublima en exceso con sus pinceles. Se nota que a él mismo le pesa el estilo de trabajo que realizó en la corte de España. Flaco favor representarme como un escolar pomposo, que aparenta que escribe y que atiende con su mirada los pensamientos más idealizados. Yo, que tengo poco de idealista, que todo mi empeño es dar a conocer los avances del conocimiento humano y difundirlos para un buen uso del saber. Ese saber es el que puede abrir nuevos caminos que saquen a las gentes de la ignorancia. Que se convierta en herramienta para pensar por uno mismo y sirva para alejarse de las supercherías y por lo tanto de la esclavitud en que se ve sumergida la conciencia. 

Quienes vean mi retrato en el futuro pensarán de mí que fui un individuo apacible, risueño y disfrutando de toda clase de comodidades, no solo físicas sino sobre todo emocionales. Pero el padecimiento por las persecuciones de que he sido objeto dejan huella. La dificultades y endeudamientos de mi trabajo marcan y causan envejecimiento prematuro. Sin embargo hay algo en el retrato que me lleva a cierta condescendencia, haciendo que me reencuentre con un Denis auténtico detrás del Denis aparente. Y es esa actitud de movimiento casi imperceptible, más allá de la postura de un cuerpo y de la aparente felicidad de un rostro. Tal vez mi amigo el pintor no errase al captar, ¿cómo decirlo?, mi propio élan. Una actitud de progreso, de avance desde el pasado oscuro del que venimos todos al empeño por descubrir y consolidarnos en la luz. Es lo que más salvo de la obra. Esa leve alteración que huye de la rigidez. El dinamismo por ejercitar un ejercicio libre de las ideas. Y que recuerda que cuando uno piensa habla consigo mismo y, en mi caso, está a punto de hablar para los de más. Como si fuera a trasladar mi personal esfuerzo más allá del fin de mis días. Como un anhelo de continuidad. 




* Retrato de Denis Diderot, por Louis-Michel van Loo. 1767