"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 31 de diciembre de 2019

El faro, entre dos mares, que siempre acaban siendo el mismo




















Ambos están al borde, y él lo dice. ¿Al borde de la noche o al borde del día? ¿Al borde de una jornada o al borde de otra? ¿Al borde del año que llega o del que se va? ¿Nos movemos entre dos mares o entre dos tierras? ¿O puede que entre dos vidas?, preguntas en cascada de ella. Tal vez entre dos luces, responde él. Navegantes somos, pero la vida no es solo metáfora. Alguien dijo que partimos de una costa para llegar a otra, confirma ella, que probablemente es la misma de antes de nacer. Y mientras navegamos, sometidos a los riesgos de penalidades varias, de seducciones fatales, cuando no de un naufragio definitivo, miramos ansiosos entre la niebla. ¿Dónde el faro que nos indique la proximidad del objetivo, pero también de los escollos, para alcanzarlo? Como Ulises, sugiere el hombre, siempre estamos buscando el retorno al origen, pero nuestro origen está en un no lugar. anterior a sí mismo, justo de antes de hacer visible nuestra presencia. Ella y él se quedan callados. De pronto hablan al unísono: Pero, mientras tanto, estamos. Y rompen a reír.


2020 en ciernes.


domingo, 29 de diciembre de 2019

Lolita no se ha ido con Sue Lyon



“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita". 

Los que hayan leído la novela de Vladimir Nabokov recordarán el incendiario comienzo. Y a medida que avanzaran en la narración se habrán construido una representación de la adolescente a la imagen y semejanza de sus deseos personales. Otros recordarán la película de Stanley Kubrick, pero ahí las expectativas de cualquier clase de espectador convergían en una única: Sue Lyon. ¿Con cual quedarse? ¿Con la que hicimos ficción al leer la compleja novela de Nabokov? ¿Con la Lolita que nos impuso el genial Kubrick? Sin duda, al menos para mí, con ambas. Ni la novela es superada por el film, ni este se deja pisar por la novela, simplemente porque no se trata de ir a la contra un medio del otro. Smplemente porque son expresiones diferentes. Habrá quien diga: es que la Lolita de Kubrick desplazó al personaje del papel, puesto rostro y cuerpo por cada lector. ¿Será que perfeccionó el director lo imaginado por los lectores?

Lolita en la versión Kubrick se llamó Sue Lyon. Novela o cine, ¿no nos hicieron ambas Lolitas sentirnos un poco el seductor seducido Humbert Humbert? Sue Lyon ha muerto hace dos días a los 73 años. Lolita sigue viva, seductora, juguetona y dicharachera. Francamente, un buen homenaje sería ver de nuevo la película. Porque ya tengo previsto desde hace tiempo releer la novela, pues creo que en su día se me escaparon algunas cosas (léase interpretaciones), no sé si muchas o pocas.



(Fotograma de la película de Kubrick)

viernes, 27 de diciembre de 2019

¿La tormenta? ¡La belleza!




El cielo cubría con presura el día. Dijo azarado el discípulo: Maestro, corramos a ponernos a cubierto, que la tormenta nos va a pillar. El maestro lo miró con desdén: Quien no se deja alguna vez tocar por la tormenta no sabe lo que es la belleza del Tao. El alumno insistió: ¿Pero acaso quiere el Tao que se nos calen los huesos y nos cojamos una pulmonía? Y el maestro: El Tao quiere lo que quiera la tormenta. El alumno, díscolo, no lo acababa de aceptar: Pero la tormenta no es un ser ni un cuerpo ni una voluntad. ¿Ah, no?, saltó el maestro. ¿No tiene energía, no tiene forma, no tiene insistencia? Por supuesto, dijo el joven. Pero no es una persona como nosotros. Por eso mismo ella no necesita el Tao, aseveró el anciano. Porque en su bravura ya porta el desenlace de la calma. Maestro, no estoy convencido. Me hiere un viento gélido, la humedad me encoge, el temblor del cielo me abruma. Entonces el maestro le interpeló: ¿Por qué ves en la tormenta solamente el lado oscuro, como si fuera reflejo de tu alma pavorosa? ¿No te das cuenta de que lo que llevas dentro de ti, como lo que mueve la tormenta, es la latente manifestación de la Belleza?






(Arriba: Ukiyo-e de Utagawa Hiroshige)


miércoles, 25 de diciembre de 2019

Del humilde filósofo Chuang Tse al muy inefable President de la Generalitat y a su Corte y sus cohortes celestiales




El gran sueño


Los que están soñando que están comiendo y bebiendo y se despiertan, se echan a llorar. Los que están soñando que están llorando y lamentándose y se despiertan, se van de caza. Cuando soñamos, no sabemos que soñamos. Incluso interpretamos el sentido de lo que soñamos mientras soñamos e ignoramos que estamos soñando hasta que nos despertamos. De igual modo habrá un gran despertar tras el cual sabremos que esto es un gran sueño que soñamos. Los tontos, sin embargo, creen estar despiertos y se dicen a sí mismo que saben.




Texto de Chuang Tse. Estado Song, Antigua China. 369 ac - 286 ac. Tomado de la edición de Alianza Editorial "Chuang Tse, Textos escogidos". España, 2019.

martes, 24 de diciembre de 2019

Redacción infantil al calor del TBO




"Mi padre me acaba de traer el TBO. Esta semana es especial porque está acabando el año. Lo llaman el almanaque. Qué excitado me pongo cuando cae en mis manos. No sé ni por dónde empezarlo.

Hace frío en toda la casa. Solo vivimos tres familias en el edificio, dos arriba y una abajo. La galeria no hay quien la pise en invierno, y en verano el calor pega lo suyo. Aquí en la cocina se está calentito. Es donde hacemos la vida. 

Mi madre prepara la cena de la Nochebuena mientras en la radio ponen canciones de uno que canta no sé qué de unos angelitos negros. También dan villancicos. Mi madre tiene encendida la radio mientras para en casa. Por las noches escucha bajito una emisora con muchas interferencias y ruidos donde hablan desde fuera de España y que al principio ponen una canción que le gusta mucho a ella titulada algo así como Suspiros de España. A veces la voz se va, otras vuelve, mi madre tiene mucha curiosidad por lo que dicen, pero no me quiere explicar de qué se trata. Me hace callar. Yo suelo seguir jugando o leyendo un cuento de aventuras.

El fogón donde se cocina es de esos que llaman bilbaína, y se calienta con piñas y carbón. Para encenderlo mi madre quita primero las arandelas por donde se mete el combustible y con una hoja de periódico prende las piñas. Cosa de la resina que aún conservan; cuando cojo alguna de esas piñas me pringo de esa sustancia pegajosa. Luego las piñas transmiten el fuego al carbón y el calor arreciará. Ver cómo las bolas de carbón se convierten poco a poco en brasas es algo que me gusta mirar, y dan ganas de tocarlas. Eso sí, hay que vigilar de vez en cuando que no falte y que no se apague. Y cuidar el tiro de la chimenea para que el humo salga y no se concentre dentro. La cocina es el alma de la casa. Para hacer las comidas y para refugiarnos. 

Los pucheros y las cazuelas tienen ya sus años y, por lo tanto, sus abolladuras. O algún asa desprendida. En el horno siempre hay uno o dos ladrillos, porque por la noche, envueltos en papel de periódico, se meten en las camas y así uno no tirita. En un vasar hay tazas, unos platos de sopa y otros planos, y en un cajón se recogen los cubiertos. Mi cuchara y tenedor son pequeños, como corresponde a mi edad y al tamaño de mi boca. Mis padres utilizan además un objeto circular para la servilleta, o bien hacen un nudo con ella y así diferenciarlas.

Mi madre ahora está aderezando el besugo, es el plato rey de esta noche. Antes, entre mi padre y mi madre han estado pelando un cardo monumental. Poca gente conoce el cardo en esta ciudad y en el mercado las mujeres le preguntan a mi madre cómo lo prepara. Ella, todo orgullosa, se deleita explicando lo que hay que hacer. Lo sé porque la acompaño algunos días a los puestos de fruta y verdura que hay al aire libre. En estos días fríos las mujeres que venden suelen ponerse un brasero. Se echan encima un chal. Mientras, algunos hombres acarrean desde el mercado de abastos lo que ellas van a vender en sus puestos. Así que la calle se llena de carros, los que se llevan a mano, otros con caballería. De vez en cuando aparece el carro de piñas arrastrado por una mula lenta y vieja o el lechero con el burro y las alforjas de lecheras grandes para ir repartiendo por las casas.

Es un espectáculo ver cómo limpian mis padres ese tronco pesado, separando las hojas duras de fuera, rallando las que se van a aprovechar, para quedarse con el cogollo interior limpio. Se les ponen las manos de un tinte verdoso que les cuesta quitar, pero frotando con arena y estropajo lo consiguen. Luego mi madre ha partido en trozos lo más tierno del cardo porque va a servir para dos comidas. El cardo de primer plato en la cena y otra parte la reserva para la menestra de mañana, que es también fiesta grande, como dice mi padre. La menestra es un plato único, completo, y mi madre prepara una perola enorme porque suele participarla con vecinos. Luego los vecinos, como otros años, la elogiarán y mi madre con esos halagos suma puntos para lo que ella piensa que será ganarse el cielo. Tal vez ahora yo no lo entienda bien, pero de mayor seguro que apreciaré no solo la bondad de mi madre, sino cualquier clase de bondad que tengamos unas personas con otras. 

Así que como la cocina es pequeña va tomando olor a lo que se cuece en los pucheros. Mientras, en el rincón desde el que me siento para las comidas echo nervioso un primer vistazo al TBO y también al Pumby. Mi padre se ha permitido en esta ocasión comprarme dos tebeos. Hay que celebrar las vacaciones con la Familia Ulises, dice. Y encima me regala otro, aunque añade: para que seas buen chico. ¿Qué mas querrá? ¿Pensará alguna vez que no lo soy? Desde aquí veo en la poyata de la ventana que da a la galería una bandeja con el turrón. Mis padres dicen que es el único gasto extra que quieren permitirse. Pero yo creo que es que mi madre es muy golosa y como mujer del Norte más próximo a Francia tiene el sentido del gusto más finolis.

A la familia Ulises no siempre la entiendo, pero mis padres se ríen mucho con los despropósitos del cabeza de familia y la bronca que tiene con los demás, y las ocurrencias y chaladuras de la abuela. Yo prefiero a Morcillón y Babalí, porque el criado negro es más listo que el cazador blanco, que es un tontorrón y le salen mal las cosas. Y también me gustan los grandes inventos del TBO, que son como un laberinto, que nunca consigo saber si funcionan o no, si son de verdad o de mentira, pero eso me da igual porque me entretienen. En este número extra del TBO viene también una página con figuritas de belén para recortar y pegarlas a una cartulina. Luego se doblan por la base y ya está. El año pasado empecé a recortarlas pero me cansé pronto, porque no teníamos pegamento y mi madre preparó un engrudo con harina y era un rollo porque se pegaba mal.

Han llamado a la puerta. Seguro que son los vecinos de al lado. Nos llevamos bien entre familias. No sé por qué me da que la señora María ha hecho mantecados y rosquillas ricas y trae un plato para nosotros. Sí, es ella. El olorcillo de las pastas me abre el apetito".



(Aquí se corta la redacción infantil. Ocupaba cinco hojas, escritas a mano por las dos caras, de un cuaderno cuadriculado. Estaban metidas en el libro Miguel Strogoff, editado por Ramón Sopena, que adquirí en una librería de lance)


sábado, 21 de diciembre de 2019

Naida. El hombre abstraído




No quieras ver en la bola de cristal el otro lado del tiempo. Ni mucho menos trates de medir espacios que están constantemente en movimiento. Tampoco escudriñes en su fondo de algas verdosas el alimento que no ha sido dispuesto para ti. Ni recurras a fijar las fractales imágenes que se multiplican dentro de tu cuerpo. Pretender asegurar los rostros que han ido pasando delante de tu mirada sería un esfuerzo vano. Todos han cambiado y algunos han desaparecido. Retener las sensaciones gratas que te proporcionaron otros individuos será un vago recuerdo. Suspirar por paisajes inexistentes que conociste resultaría melancólico, luego fatal. A veces te preguntas: ¿he aprendido algo, poco o mucho? Has aprendido lo que has aprendido, lo imprescindible, no importa si ha sido tarde, pues siempre les queda a los humanos mucho por aprender. Estima, pues, tu bagaje que, al final, se perderá como el de todos en un viaje sin vuelta. Mantén la mirada detenida, absorta. Como si obrara cual hechizo sobre ti. Siéntete libre en esa contemplación ausente. Nadie te hipnotiza. Nadie te reclama. Nadie te impone. De los seductores quedarás libre. De los exigentes irás a su contra. De los autoritarios emprenderás la fuga. La esfera parece tener límites, solo porque cabe en tu mano. Pero en cuanto la sueltes su contorno quedará difuminado. Si crece tu mano la esfera crecerá. Si se encoge se adaptará a tu calor y no lo perderá aunque la prives de tu sujeción. Ella, cambiante entre tus dedos, es la representación del universo. Sin forma inmanente, vórtice en expansión, tránsfuga en vibración. Mientras la palpas sientes el vínculo con el todo. También tu dependencia del todo caprichoso. La bola solo es una luz que te recuerda que pasas y que dejarás de hacerlo. Pasar es dar pasos, en esencia no significa otra cosa. La vida solo habrá sido una sucesión dispar de pasos: no  habrá importado si subías o bajabas, si adelantabas o retrocedías, si aumentabas el ritmo o lo retrasabas, si alcanzabas algo o si te quedabas carente por el camino. Incluso cuando hayas creído permanecer quieto habrás sentido los pasos interiores. O acaso entonces es cuando más los percibías. Como pisadas sobre la tarima de tu imaginación inquieta, como huellas sobre la arena frágil de tus pensamientos activos y reactivos, como espuma irrepetible que surcaba por un instante tu orilla de deseos. Pasos ruidosos que se alejaban, pasos que prudentes se aproximaban con calor, pasos azarados en pro de metas improbables, pasos que eran como tus pasos. Hubo un tiempo y ya no. Disolución. Abstracción.

(Eso escribe el extranjero en su soledad de días y de amantes. La noche es gélida. Lo accidental es nieve. Una farola fundida divide la calle en dos, como su vida)



miércoles, 18 de diciembre de 2019

Naida y Emina pasean por Tuzla




Qué apacible y entrañable paseo el que dan Naida y Emina por las sendas de Slana Banja. La fronda del parque se abre a su paso. Nosotras no estamos aquí para hablar de las guerras pasadas, ¿verdad?, dice Emina. Somos supervivientes de ellas y también hemos sobrevivido a los estragos del amor. ¿No es suficiente triunfo? Nos persigue el pasado, pero, ¿a quién no? Nos encontramos en un presente que tampoco para, y buscamos que nos llene de sentido. Mira esta ciudad, Naida. No es muy diferente a la nuestra. Tiene también sus muertos, cunden los monumentos que recuerdan viejos combates, se despliegan memoriales de víctimas, nos abruman con la evocación de los héroes. Todo eso, ¿condiciona la vida? ¿O más bien cierra una etapa? Porque las heridas las lleva cada cual, son intransferibles. Las pérdidas no se comparten. Lo que queda, sí. El extranjero suele decir que de atrás todo está perdido. Que del pasado no se sabe si hay algo que sirva, y que lo útil, aprender de los errores, no suele ser suficiente enseñanza. Las coyunturas son tan variables. Así que ni altares ni cantos a personajes desaparecidos. Tú y yo podemos huir de todo ello. Quien más o quien menos, sobre todo los más jóvenes, ya lo hacen. Naida mira entregada a Emina. Hay un silencio. El rumor de los árboles suple a las palabras. La luz colorea los cabellos de ambas mujeres. La brisa fría hace palidecer sus rostros. De pronto Emina dice: Tienes a tu hombre abandonado. Y Naida: Y tú al tuyo. Ambas ríen. Se envuelven en una picardía compartida. Es curioso, dice Naida. Siendo el mismo hombre es en realidad dos hombres. Un hombre no es un ser inmóvil, como tampoco lo es una mujer. Ser es siempre adaptarse a una circunstancia. Improvisar en una situación o adecuarse a otras personas. Cada individuo se hace o se descompone en función del otro, de lo otro. Cuánto te gusta jugar con las palabras, replica Emina. Tú las desentrañas, las creas para el momento preciso. Esculpes con ellas y de inmediato las palabras desaparecen. Solo se sabe si dejan marcas en quien te escucha, y si este lo manifiesta. Yo, en cambio, vivo la atroz pesadilla de las formas en la piedra. Si recogen las ideas que me vienen de pronto o las que quiero madurar. Un día me levanto y no sé avanzar. Otros día modifico todo lo anterior o me invento una dirección nueva en el volumen de la piedra. Ahora mismo dudo en terminar la escultura al poeta de mi pasado, al amor disuelto. Si termino la obra para mí será el olvido definitivo de Edin, aunque la ciudad lo sienta renacido. Algo inútil, porque el recuerdo no revive a nadie. Pero si intento acabar la escultura faltaré a la verdad, es decir, traicionaré mis sentimientos prácticos del presente, que pasan por el olvido. ¿No crees, Naida, que a los muertos hay que olvidarlos para no obsesionarnos y poder seguir viviendo? Un día fuimos privados de los vivos con los que crecimos, eso está ahí. No podemos ahora perder la perspectiva de la vida junto a los que viven. Naida observa el brillo en los ojos de Emina. Se deja llevar con ternura hacia la mujer que lucha consigo misma. Venir a Tuzla, prosigue Emina, es como tomar carrera en el trampolín para luego lanzarnos con más claridad al retorno cotidiano. Pero, después de estos días juntas, ¿vamos a ser las mismas en Sarajevo? Naida hace un mohín escéptico. Las vivencias con frecuencia corretean y no se sabe dónde se posarán después, responde. Como las cornejas que nos acompañan junto al Miljacka, son las intenciones las que definirán lo que hagamos.




(Fotografía de Inés González)

domingo, 15 de diciembre de 2019

Naida. De aquellos los expulsados




El extranjero iba absorto mientras merodeaba por aquel barrio del que le había hablado el buen Petar. La historia depara análogas experiencias a la humanidad, no importa el tiempo ni el lugar. ¿La historia o la vida? Se corregía a sí mismo, buscando la argumentación más lógica. Pero qué importa eso cuando el viajero se empapa de paisajes desconocidos. Miró la altura y recordó que desde allá arriba los francotiradores hacían la vida imposible a los sitiados, según le habían contado. Por qué vinculó un padecimiento reciente con otro antiguo, aunque de diferentes características, se lo explicó a sí mismo como una asociación de ideas desordenada. O acaso por la proximidad del viejo cementerio judío, donde yacían descendientes de los que fueron hace varios siglos expulsados de su propio país y acabaron en Sarajevo. Sintió con intensidad que los de aquella otra cultura le reclamaban. Sus pensamientos se alteraban a medida que caminaba entre tumbas maltrechas. Nadie está seguro en ninguna parte, pero como ocurre siempre, unos menos seguros que otros, concluyó con tristeza. Pero era emoción lo que percibía al penetrar en un territorio universal, el de los muertos. Los muertos pertenecen a la misma cultura, pensó. La de la nada. Da igual de qué país o religión o ideas hayan sido, lo cierto es que las tumbas los representan por lo que fueron, no por lo que no son ni volverán a ser. Se rió de su perogrullada. El hombre muchas veces pensaba de esa manera en apariencia contradictoria, pero era su estilo o, mejor, su método. Se provocaba a pie de cada nueva visión. Ya tendré tiempo luego de poner en orden lo que veo y cuanto me dice mi mirada. Al leer las lápidas en una lengua que prácticamente era la misma de aquel otro país de procedencia hace quinientos años el hombre se admiró pero también se hundió en un pálpito. ¿Cuántos como aquellos se habrán visto obligados a exiliarse desde su propia tierra en los últimos siglos? Se estremeció al recordar lo que había estudiado y lo comparaba con lo que seguía sucediendo todavía en tantos sitios. Minorías étnicas o culturales condenadas a irse a la fuerza de su mundo habitual, salvo que renegaran cediendo así ante la religiosidad triunfante. Minorías perseguidas hasta la muerte sin opción alguna, por mor de ideologías totalitarias. Minorías sentenciadas a la miseria por guerras y conquistas entre poderes hegemónicos y otros que pretenden serlo. Eran pensamientos viscerales, rápidos, cargados de pena y de espanto. Preñados de una bondadosa identificación con cualquier miembro del género humano que hubiera padecido. A todos nos puede pasar, concluía. A todos nos pueden despojar de lo poco que poseemos. ¿Nos quitarán también a nosotros el suelo bajo los pies, como a otros se lo han quitado?, se preguntaba azorado mientras contemplaba las tumbas ajadas de aquellos descendientes de los expulsados. Y sin embargo, pensó, qué torpes los ejecutores de la persecución. No pudieron quitarles el idioma común. Y qué hermosa gratitud la de los desterrados, conservando durante tantos años el mismo habla.

El hombre solitario leyó con cariño y lentitud los nombres y los epitafios de las lápidas. Miró las fotografías. Calculó los años de vida que habían tenido. Se aproximó hasta las tumbas más antiguas; piedras hincadas, caídas, heridas por el olvido. Se sentó a contemplar como un empedernido paseante romántico la lluvia exuberante y protectora de los sauces llorones. Evocó a aquellos muertos más fieles con su pasado y su lengua. Ellos sí podrían decir con derecho y convicción, pensó, y no como los poetastros vacuos o los políticos oportunistas: nuestra lengua es nuestra patria. 






(Fotografía de Inés González)

viernes, 13 de diciembre de 2019

Naida. El viejo Petar Smajkic se acuerda del poeta





Cuánto le podría haber contado de Gorik al extranjero, le da en pensar al viejo Petar mientras sube hacia Kovacici, bordeando el viejo cementerio judío. Pero no ha insistido, otro día será. Sin embargo, a mí me ha incitado a recordar. Hago este camino de vuelta a casa trayendo a los muertos y evitando a los vivos, y eso duele. Hay gente en esta ciudad que cree que el poeta, por el mero hecho de serlo, es un ser puro. Alguien que canta verdades. Que Gorik lo era por lo tanto. Tal vez el extranjero piense lo mismo a través de lo que le haya contado Emina. Que le habrá contado lo que le haya parecido. La pureza, si existe, debe ser cosa de ángeles, porque Gorik tenía sus debilidades y, probablemente, sus maldades ocultas. Incluso conviviendo con Emina era un hombre atormentado. No he nacido para soportar ni a estas gentes ni a esta tierra, me decía algunas tardes que nos daban las tantas en la taberna. En ocasiones se sentía desesperanzado. No sé cómo me aguanta Emina. Eso decía Gorik. Los poemas que me leía no eran precisamente de confianza y cariño respecto a los humanos. Tan pesimistas, revelaban  las tinieblas íntimas del hombre. Pero tenían esa llama de verdad de quien expresa lo que siente, sin tapujos. Tenía derecho a escribir sobre su dolor y sus dudas. Es probable que debido a eso mucha gente no le considerase. No temía lo que opinaran los demás. Los radicales de entre los nuestros le reclamaban que escribiera más poesía a los valores del pueblo. Como si todavía estuviéramos en otros tiempos. Gorik respondía que había muchos pueblos y que además él no era de ninguno. Fue el sufrimiento causado por el asedio abyecto lo que le hizo escribir algo de la circunstancia. Hasta que llegó la tragedia. Los mal pensados llegaron a decir que se había expuesto a propósito. Que se lo dio hecho al francotirador. Los más religiosos difundieron que Gorik era un descreído que no valoraba la vida, y que de ahí el riesgo y, por lo tanto, el castigo. ¡Como si el valor y el mérito de vivir dependieran de una fe! Gorik tenía aprecio por la vida y Emina le insufló motivos. Pero él tampoco quería que el amor fuera una religión. Cuántas veces me decía: Petar, ni por la política ni por los dioses ni por la riqueza ni por la historia debemos tener fe. ¿Y por el amor?, le decía yo. Él respondía: el amor al menos se toca. Hiere o cura mientras está, aunque se pierda. Pero es otra cosa. Como sucede con el Arte. Además la fe es una imagen abstracta que siempre nos acaba traicionando, después de manipularnos cuanto quieren los que viven de sus negocios. A mí no me parecía ni insultante ni equivocado lo que decía, pero procuraba no seguirle demasiado la corriente para evitar que cayera en un desaliento total.

Durante el asedio de la ciudad Goric se creció algo más. Es sorprendente cómo hay gente que en circunstancias adversas, extremas incluso, se siente más fuerte. No tenía miedo a nada. Salvo a su propia fragilidad. Para él ser frágil era no acertar con las palabras, no traducir en un poema sus latidos de amor y muerte, tan cercanos, tan a disposición de cualquiera. No por ello dejaba de hablar conmigo. Cuántos grappas no nos habremos metido en el cuerpo. Escaseaba la bebida pero él sabía encontrarla. Un día le pregunté cómo se hacía con ella. Me pidió que guardara secreto. Me lo pasa un serbio de aquí. No lo digas, no porque me dé miedo que se sepa que me la proporciona un enemigo, sino porque no quiero que se corte el suministro. Eso me dijo y reímos como tontos. Tontos y desolados. Un día llega y me dice: he leído algo del poeta de verdad -él no se tildaba nunca ni de poeta ni de portador de verdades- de Sarajevo. Se trataba de un poeta que perdió a casi todas su familia a lo largo del asedio, unos por enfermedad no atendida, otros por miseria y otros por disparos. En un poema escribe que en nuestra ciudad es más difícil encontrar un vaso de grappa que encontrar la muerte. Cuando me lo contó nos quedamos ambos con el vaso en el aire. Que el brindis se congeló ante una verdad irónica, terrible. ¿Por quién podíamos brindar sino por nuestro egoísmo que nos permitiera sobrevivir?

Pobre Gorik, estos recuerdos se los tengo que trasladar al amigo viajero. Que él sepa también. Que pregunte a Emina si tiene curiosidad por ahondar en la personalidad del poeta. Así podrá conocer más a la escultora. Los viejos ya no pensamos. Solo recordamos. 




(Fotografía de Inés González)

jueves, 12 de diciembre de 2019

Una de Historia: Si Anselmo Lorenzo y los trabajadores de su tiempo levantaran la cabeza...




Anselmo Lorenzo (Toledo,1841-Barcelona,1914) fue un importante teórico ácrata español, participó en la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores e incluso asistió a las reuniones de la Primera Internacional. Sus ideas, discutibles y discutidas en su momento, entre otros por el mismo Karl Marx, estaban muy claras respecto a los nacionalismos periféricos de su época, que han llegado crecidos y desmesurados hasta nuestros días. En el ejemplar del periódico La huelga general, editado en Barcelona en noviembre de 1901, escribía: 


"...Al seguir a catalanistas y bizkaytarras, los trabajadores que tal hiciesen por lo pronto sólo conseguirían desvirtuar con los hechos aquella gran verdad tiempo ha reconocida: 'La emancipación de los trabajadores no es un problema local (ni regional añado yo) ni nacional', y se harían enemigos de los trabajadores de otras regiones, incluso los de Madrid, donde también hay obreros, aunque otra cosa quieran hacer creer los catalanistas y bizkaytarras que llevan un madrileño montado en la nariz. 

Semejante enemistad, por lo absurda y por lo inconveniente, salta a la vista; se necesita ser burgués incurable o loco de atar para sostenerla y fomentarla, y es dudoso que haya ni en Cataluña ni en las Provincias Vascas un trabajador con dos dedos de frente que la patrocine. 

Todo eso aparte de esta consideración que dejo para final: yo no sé cómo anda la administración municipal y provincial en Vizcaya, pero sí diré que en Barcelona no se echa de menos a los madrileños para administrar a la diabla. Catalanes, y bien catalanes, más o menos catalanistas, son los que en el Municipio y la Diputación han manejado el tinglado hasta ahora, y para juzgar de su moralidad no hay más que dar un vistazo a la prensa barcelonesa, y se verá a cada paso un gazapo. De donde se saca la consecuencia que si nuestros gobernantes fueran de los que saben decir setze jutges menjan fetge, igual pelo nos luciría, porque los que estamos dedicados a ser vasallos, súbditos o ciudadanos en lo que existe o en lo que catalanistas y bizkaytarras tratan de implantar, siempre nos ha de tocar roer el hueso de la explotación. 

He aquí por qué lo mejor que los trabajadores catalanes y vascos pueden hacer es ir directamente a la huelga general, a la revolución social, y dejar que catalanistas y bizkaytarras saquen las castañas del fuego con sus propias manos."


¿Qué diría hoy el bueno de Anselmo Lorenzo si contemplase cuanto acontece en el ruedo ibérico? ¿Qué diatribas no sería capaz de escribir al ver cómo buena parte de los sectores de trabajadores catalanes se han dejado seducir por causas ajenas? El voto en las últimas elecciones generales a la extrema derecha -aportado sobre todo por gente común y corriente, o popular, digamos-  a causa, en gran parte, del vértigo independentista, ¿no expone un cierto tipo de enfrentamiento más o menos latente y manifiesto entre trabajadores y dentro de la sociedad española en general? Y el panorama que Lorenzo dibuja de los gazapos de Barcelona, ¿acaso es un panorama hoy desaparecido del todo? Una de Historia. O cómo un teórico libertario de hace más de cien años aún nos hace pensar, siquiera un poquito. O, mejor dicho, cuestionar.




lunes, 9 de diciembre de 2019

Los réprobos de Signorelli




"Yo había viajado de la Toscana hasta la Umbría para ponerme en contacto con algunos maestros de la impresión que llevaban años trabajando en Orvieto y necesitaban conocer técnicas nuevas. Eran tiempos fecundos para editar libros diferentes, algunos de ellos convulsionaban el pensamiento tradicional y no digamos la doctrina religiosa. Orvieto tiene una suntuosa catedral, que emerge en medio del caserío abigarrado. Allí conocí a Luca el pintor, que también había hecho un recorrido análogo, en su caso desde Siena. Llevaba avanzada su magna representación de los infiernos en una capilla del Duomo. Me confesó: desde el primer momento tenía claro que debía de pintar también una apoteosis de réprobos y no solo de los salvados. Así que pensé que si los de arriba querían carnaza la tendrían. ¿Puede haber una apoteosis de los condenados?, le pregunté. Y él muy ufano respondió: naturalmente, el triunfo de los demonios es inequívoco, al menos -y aquí bajó la voz- para estos que están tan interesados en condenar a los pobres humanos más allá de sus desdichas en la tierra. Y señaló a una delegación papal que, junto a las autoridades episcopales de la ciudad, contemplaban los frescos. Les debe estar gustando mucho, le dije a Luca Signorelli haciendo gesto con la cabeza en dirección al grupo visitante. No se separan del conjunto. Observan no solo la agrupación de ángeles caídos y pecadores condenados, sino cada detalle corporal de ellos. Luca, al que muchos le llamaban simplemente Luca de Cortona por haber nacido en esta ciudad no lejana de Arezzo, tuvo que controlar su risa. Luego, guiñándome un ojo, me dijo: obsérvalos, mira cómo señalan las musculaturas masculinas y cómo se quedan absortos en las poses de las mujeres que son poseídas por los demonios. Me sorprendí de su comentario, se lo hice saber. Pero las mujeres están sujetas para que queden precipitadas por toda la eternidad en lo más hondo del sufrimiento, ¿no? Aunque también los hombres llevan el mismo camino. Sí, pero a los mecenas, me reveló Luca, les gusta que lascivia y castigo se asocien no solo en el otro mundo, sino en el catre de cada mortal. Debe ser que eso les provoca, no sé, una especie de satisfacción sensitiva, un placer que no debe ser solo doctrinal. Fui yo entonces quien tuve que hacer el gran esfuerzo de controlar la carcajada. 

El grupo de autoridades se fue acercando hacia nosotros. Sus comentarios oscilaban entre precisión y vaguedad. Ese amontonamiento es la viva imagen del caos que debe reinar en los infiernos, decía un purpurado. La robustez de los cuerpos personifica que de nada les sirvió tenerlos así en vida, dijo un acompañante. Está bien que se trate a la mujer pecadora como un ser que ha desperdiciado su misión exclusiva de criar a sus hijos o de ser fieles al esposo, decía arrobado por las imágenes otro más. Y el que iba el último, que me pareció el más inteligente: me gusta el movimiento de la escena. Aunque luego añadió: todos los cuerpos ejecutan la punición con detalle y los condenados, con sus gestos de terror,   iluminan a la perfección lo que les espera a los creyentes que falten a su fe.  Yo consideré que sobraba allí, pues sin duda querían entrevistarse con el de Cortona para ponerle objeciones o darle el visto bueno. Cuando salí a la calle tuve que hacer varios ejercicios de respiración para desalojar la risa interior. Había quedado para comer con los impresores jóvenes que me había llamado y no quería llegar tarde" 


(De las inéditas y acaso improbables "Memorias de un impresor", de Nerva Bisenzio di Prato)






sábado, 7 de diciembre de 2019

Vermú con Max sobre la ira, y El Bosco de por medio




Max me citó ayer al vermú para hablarme de la ira. Y me alegro que haya sido ayer, porque hoy la niebla espesa todo y nos abruma el ánimo. Temperamental como es, Max dice estar corrigiendo ese lado conflictivo. ¿No será que lo estás reprimiendo?, le pregunté. Una corrección implica siempre un cierto grado de represión, me contestó tajante. El instinto crea, el instinto destruye. ¿Qué hacemos con el instinto? Yo estaba a punto de replicarle pero no me dejó. Ah, no, no digas nada. No me sueltes ahora la parrafada del torturador del diván que dice que el instinto se encarrila. Ayer escribí sobre la ira, o mejor dicho, sobre el descubrimiento de la visión de dos personajes sobre la ira. Una de esa poeta de la que a veces te gusta hablar y no sueles perderte ninguno de sus libros. Otra de un escritor francés secular que, aunque noble, era muy civil y escribió sobre todo lo humano posible. Fueron apariciones textuales, sin pretenderlo. Ya sabes, basta que busques para que no halles la aportación interesada. Pero cuántas veces, sin querer, no destacas de una entrevista una cita clave. O abres un libro porque no quieres tenerlo cerrado siempre y ves un paisaje fructífero, apenas en un renglón. Yo iba a intentar darle mi opinión, pero tampoco me dejó esta vez. Cuando hayas leído lo que Max trae y lleva en su blog sobre la ira te dejaré hablar. Por cierto, que estuve buscando una imagen mítica que identificara a la ira, ya sabes, eso que se dice de un personaje que lleva una espada en una mano y una antorcha en la otra. Pero no la encontré, así que elegí otra caótica. Bueno, basta de cháchara vacía sobre la ira, y mejor proponerse la actitud de moderarla. Eh, ahí tienes un término adecuado, moderar. Piensa en él y ayuda a tu temple, como lo intento yo, zanjó mi amigo. ¿Qué podría decir yo sino reír? Reír es una dicción que se me da muy bien. El vermú, el suyo blanco y el mío rojo, ¿o fue al revés?, estaba sabroso. Y parece mentira lo exquisita que sabe una solitaria aceituna enarbolada en su mástil.


NB. Yo sí he encontrado una imagen sobre la ira. Es parte de la Mesa de los siete pecados capitales, de El Bosco.


La página de Max de la que me habla:

https://reptilector.blogspot.com/2019/12/fuga-de-la-ira-entre-chantal-maillard-y.html



miércoles, 4 de diciembre de 2019

Naida. Unos grappas con el viejo Petar




El viejo Petar, concentrado en la lectura de un periódico local, levanta la mirada ante el visitante. Ya veo que sigue leyendo el Oslobodenje. ¿Es una costumbre adquirida de los malos tiempos?, le pregunta el extranjero. ¿Vienes a consolarte?, responde el viejo con sarcasmo, ignorando su pregunta. No te inquietes, supongo que Emina volverá pronto. Además tiene que estar a punto de concluir su escultura obsesiva. ¿Por qué obsesiva?, le inquiere el otro. Petar le mira desconfiado. No me tomes por tonto. Sabes que lleva demasiado tiempo trabajando a fondo en el monumento que le encargaron. No sé qué clase de obra estará haciendo, ni si la entenderemos los vecinos, puede salir cualquier cosa. Aunque sabiendo lo que quiere honrar seguro que la aceptaremos. El poeta se merecía ser recordado. ¿Con una escultura? ¿No querría ser homenajeado mejor con la lectura de sus poemas? El anciano Petar apura un vaso de grappa. Luego se lamenta. Disculpa, forastero, me gusta sacar las cosas de quicio. Volviendo al trabajo de  Emina te diré que a mí me gustan las obras modernas que hace ella, aunque no sepa siempre verlas con claridad. A veces le pregunto y ella me envuelve en la poesía de la piedra, y me gusta cómo suena. Los tiempos de las esculturas del finiquitado Imperio o del camarada Tito -el viejo hace una mueca incrédula- ya pasaron a la historia y claudicaron ante nuestra mirada íntima. Más rigurosa y desconfiada. Por supuesto, queda gente a la que les sigue gustando las alegorías y los retratos de héroes y caudillos, cómo no. Cuando viajé de joven me costaba aceptar las estatuas realistas que veía por las ciudades. Todas erigidas para rendir culto y acatar sus mensajes de sometimiento. Esculturas cargadas de símbolos, que idealizaban personajes y gestas. Ni los caballeros en sus monturas conquistadoras, ni la exaltación del proletariado me atraían. Me gusta el arte de Emina porque creo que su nobleza de mujer enérgica y a la vez sensible cala en la piedra y la transforma. Es auténtica y rompe los cánones. Suponiendo que todavía cuenten algo los cánones, claro. Además, ¿no son nuevos los tiempos que vivimos? Pues también el arte debe ser nuevo, aunque uno ya no se fía mucho de ninguna invención.  Veremos qué homenaje al poeta nos depara tu amiga.

Petar sirve grappa para los dos. Lo saborea con lentitud. Es buena mujer, dice. Podría haberse cargado de odio después de aquello. O bien ocultarse del mundo para cultivar su amargura. Pero ella era decidida, y no renunció a las sorpresas de la vida. Petar se queda pensando y el extranjero aprovecha.  Por eso mismo es por lo que me llama la atención que haya abandonado la tarea, si le queda tan poco y teniendo que cumplir con una fecha. No, no, le corta el viejo con una carcajada aguardentosa. A ti lo que te fastidia es que se haya marchado sin decirte nada. Pero deberías ir aprendiendo que una mujer puede hacer lo que le plazca aunque sea tu hermana o tu amante. Las sarajevitas de hoy día son así. Y los hombres de aquí van comprendiendo, aunque muchos lo acepten de mala gana, que ellas quieren y saben vivir su vida. El extranjero, que ha tragado su propio bochorno, desvía la conversación. ¿Conoció bien al poeta que mataron, al que van a dedicar la escultura?, pregunta de repente. El viejo suspira. ¿A Gorik? Lo suficiente para saber que fue él quien inoculó la poesía que Emina practica ahora con su piedra. Cuántas tertulias como esta que tenemos ahora nosotros dos no habremos enjuagado con aguardiente. El certero disparo de aquel malnacido fue una desgracia que se diluyó entre otras miles. En cada familia hubo una o varias desventuras. El sufrimiento de Emina no fue una excepción. Pero entiendo que un poeta siempre es un tipo diferente de voz. A Emina el pasado le ha tenido demasiado secuestrada. A veces se porta como si viviera y no viviera en nuestra ciudad. Piensas que está desaparecida y no lo está. Simplemente se aísla. Tú la has conocido hace poco, pero ya te irás dando cuenta. Ella dice que esculpir la libera de sus pesadillas. Pero tal vez necesite algo más, o acaso a alguien más.

Petar Smajkic pasa con sus dedos artrósicos una página del querido periódico. La vida es así de simple, dice. Como pasar la página de un diario. Pero ojo, no la pases antes de tiempo, y menos sin haber leído en ella, extranjero.




(Fotografía de Inés González)

martes, 3 de diciembre de 2019

Danza de Ciudad de vida y muerte (Nankin)




City of Life and Death, Ciudad de vida y muerte, es una película del director chino Lu Chuan donde se narra la terrible matanza de Nankin. En diciembre de 1937 las tropas japonesas conquistaron la ciudad china y se calcula en 250.000 los muertos causados por las tropas imperiales. Súmese a esa cifra otra clase de víctimas: heridos, saqueos, violaciones, apresamientos. Pero todo eso viene en la red, cualquier puede informarse. A mí me ha impresionado el retrato de la crueldad, pero me ha deparado sorpresas. Por ejemplo, la danza ritual que los vencedores ejecutan ante los prisioneros chinos. Díganme cómo calificar la belleza indudable, temible, de una danza de guerra -un baile para celebrar la victoria es también un baile de guerra- y el trasfondo de la ciudad humeante, los muertos, las tropelías múltiples del invasor. La barbarie en definitiva. La condición humana contradictoria pero complementaria de sí misma. O cuando la muerte, como en este caso, es un desproporcionado culto al sol.





domingo, 1 de diciembre de 2019

Cuando el combate se convierte en una danza




¿O es al revés? Acaso es una danza -difícil imaginar a un guerrero en pelota librando una batalla verdadera- que representa el cuerpo a cuerpo. ¿Se quiere de verdad acabar con el contendiente? ¿O solamente proyectan sus ansias violentas y de sometimiento? Yo creo que esta imagen es más bien una exhibición. La de la competencia, no solo de una lid sino de unos cuerpos físicos. Si uno contempla de estos hombres fieros su armamento manual, los ademanes en cebarse en el enemigo caído, el tanteo erecto de unos contra otros, puede llegar a admitir que se trata de una guerra despiadada. Pero pasen y vean, dice Polliauolo, el autor del trabajo a buril. Observen la proporcionalidad de los cuerpos. Perciban la exaltación de la virilidad  Escudriñen la abundancia y el detalle de la musculatura. Quédense con la dinámica del ejercicio. Admiren la gesticulación teatral de los rostros. Disfruten de la disposición casi aérea de los personajes. Por un momento uno tiene la impresión de que es una escena que permanece fijada. Como si la acción se hubiera quedado detenida. Como si pensasen los beligerantes: aún estamos a tiempo de evitar el mal. Yo te voy a clavar la daga, tú te resistes con la tuya. Tú vas a descargar el hachazo, pero te lo piensas o eliges enemigo. Yo preparo el dardo pero busco el espacio libre que permita que su vuelo acierte. Tú contienes la descarga de mi brazo mientras buscas atravesarme con tu espada. Ambos nos acorralamos con la mirada pero alzamos la cimitarra, vinculados a la misma cadena. La del horror. ¿No es sino una puesta en escena? La desnudez ya es un arma sin duda porque, aunque no estuvieran pertrechados de las defensas de metal, ¿no intentarían derribarse unos a otros, cortar la yugular a dentelladas, comprimir con sus brazos la garganta, aplastar el sexo del enemigo a patada limpia, golpear la profundidad de los torsos hasta privarlos de oxígeno? Es lo que la escenificación quiere decir, pero no lo que hace. Esto no es un combate. Aquí se caricaturiza un combate. Público, aplauda a los actores.



(La batalla de los hombres desnudos, de Antonio Pollaiuolo, trabajo a buril, 1460-1475, en el Museo Británico. Formó parte de la inmensa y rica colección de Hernando Colón, humanista y coleccionista español del siglo XVI.)