¿Los dedos buscan las letras o las letras salen al encuentro de los dedos? ¿Quién podría decir lo que sucede realmente cuando te pones a escribir? ¿Son las palabras las que emergen o la intención persigue las palabras? ¿Hay algo concreto y definido cuando te pones ante la máquina o la máquina incentiva la imaginación? ¿Quién actúa tomando la iniciativa? ¿Los estímulos de tu interior o el movimiento de tus dedos? Tal vez no hay diferencias, sino coordinaciones. Esa extraña y velada red de intuiciones, sugerencias, ideas y obsesiones se entrecruzan tejiéndose hasta la revelación si es posible. ¿Hay algo más? El enigma, tal vez. Ese desconocerte, ese desproveerte, ese necesitarte. ¿Tienen las letras autonomía propia? No me cabe duda. Una
a te puede iniciar, una
o te puede preservar, una
u acaso te proyecte...¿O el orden es otro? Signos juguetones que fueron cayendo en tu vida como espíritus puros, hasta que las consonantes las tomaron y decidieron llevarlas al crisol y parir la palabra. Y siguieron siendo signos. Pero las palabras, edificadas con los ladrillos y lo sillares de vocales y consonantes, no son todo el edificio. Al dar a las teclas, miras la letra. La fijas, la piensas, la deseas. Tus dedos tienen tal sensibilidad táctil que reconocen el valor de cada letra. Se mueven ágiles, en ocasiones equívocamente, o se dan una por otra. Y de pronto tu dedo no avanza. Tu pulsación por un momento en el aire. Tu dedo permanece sobre una consonante que no quiere completar la palabra. No porque dude, sino porque le parece enorme y acaso no sabe nombrarla correctamente. Porque la siente, porque le significa, porque le prolonga, porque le incentiva, porque le estremece. Las letras están provistas de sentimiento y los dedos lo captan. Algunas están pertrechadas de tal carácter que se paren a sí mismas. Los dedos, tan firmes y sin embargo tan frágiles cuando pulsan las letras. Y la palabra se queda a resguardo, esperando, pensándose de nuevo. Puede decir tanto. Y lo que intuye es tan inevitable...
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