Y el ojo de la escrutadora estaba allí, a una distancia no excesivamente lejana, y yo sentía su mirada agrandándome, ¿o tal vez me empequeñecía?, y con su retina incisiva leía todo lo recóndito que habitaba en mi: mi procedencia, mi crecimiento, mis intenciones, mis compromisos, mis energías, mis inseguridades, mis fuerzas latentes y mis fantasías ocultas, y desde su atalaya no dejaba de prospectar los movimientos que yo me procuraba para salvarnos del ataque de los elementos, ella no paraba de observarme y de medir mis recursos, pulsaba las energías y las habilidades que yo desataba, tomaba nota de la dimensión de la embarcación y de su capacidad para resistir la fuerza de la tormenta, cotejaba escrupulosamente mi posición, calculaba la distancia entre nosotros y la tierra firme y el riesgo amenazante de los farallones hacia los que la nave se dirigía de forma ineluctable, tanta pasividad por su parte desde aquella altura me estremecía, pues ella se mostraba allí imperturbable mientras el oleaje caprichoso y severo debilitaba las energías de mis hombres y las mías propias, yo trataba de ignorarla, era inclemente aquella prospección sin piedad sobre los que padecíamos la furia del viento y del agua, y yo quería evitar como fuera su control, porque desconocía los móviles que perseguía, intentando no mirar siquiera hacia su posición, mas era ella la que se mantenía superior, era ella quien manifestaba un dominio todopoderoso, actuando sigilosa, prudente, distante, y mientras mi cuerpo se empapaba del salitre y de las aguas frías del océano, mientras las piernas y los brazos me dolían hasta la extenuación, mientras acusaba la merma de mis propias fuerzas como si se tratase de un cuchillo que se hendía en mi costado, desgarrándome cada pedazo de la carne, sometidas mis energías a un esfuerzo desmesurado y agónico, no podía dejar de pensar dónde se agazapaba realmente el peligro, ¿entre el arrebato huracanado o en tierra adentro?, y si ella pretendía algo contra mi ¿a qué esperaba?, ¿a que le hiciera el trabajo la galerna?, tal vez nos tomara por la avanzadilla de alguna flota poderosa, o acaso por un puñado de salteadores de pueblos costeros, ella se elevaba enhiesta allá arriba invocando el desencadenamiento de todas las energías contra nosotros, como si fuera una sibila haciendo de intermediaria entre los dioses y los hombres, sin desvelarnos los secretos de lo encomendado, sin interpretarnos nuestro destino, porque acaso ella era la ejecutante de ese fatum desconsolador, nuestro verdugo, la espada de Némesis, la guardiana de todas las cellas de los templos vestales que garantizaría a sangre y fuego si fuera preciso la integridad del santuario, y, sin embargo, algo irradiaba en lo alto de su cabeza que me transmitía esperanza, o acaso fuera la situación extrema que me doblegaba la que me hacía buscar cualquier tipo de salvación, a cualquier precio, incluso arriesgando que aquello que me deparara la costa fuera tan infame como esto, mas el hombre vive al día y se hunde y se renueva en cada jornada onerosa, y sus esfuerzos y sus sufrimientos y sus quiebras sólo se sienten y se valoran a pie mismo del dolor, en el preciso momento en que hacen mella sobre uno, y se está dispuesto a pactar cualquier futuro con las criaturas del Averno con tal de alzarse sobre la destrucción que se avecina
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