sábado, 30 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. El juez que no leía



Más allá de los mamotretos de las causas y del periódico que apoyaba al partido político del que era seguidor el juez apenas leía otra cosa. Repasaba lo justo los expedientes, de manera muy dirigida, sin detenerse en detalles secundarios. En una causa judicial lo que es se ve a primera vista, solía comentar con ligereza. Confiaba plenamente en su oficial para apreciar las agravantes y las atenuantes.  Del periódico, aunque fuera de los suyos, tan solo se interesaba por los epígrafes y, si venía a cuento, echaba un vistazo al artículo de alguno de los amigos de su círculo. Por si le recababan la opinión. Estaba en una etapa de su vida en que todo le aburría y de todo desconfiaba. Ni siquiera la tertulia del café, de la que cada vez era menos asiduo, le generaba ilusión. ¿Estaré en el camino de la soledad más acuciante?, solía preguntarse en sus momentos frágiles.

La charla con la mujer de Pallarés le dio que pensar. Así que mi leal oficial leía más allá de lo que su cerebro le permitía digerir, pensó de su propia cosecha. Y qué callado se lo tenía. Hay para todos los gustos y capacidades, y Pallarés debe tener ambas propiedades en una dimensión mayor de lo que aparenta. Trabaja intensamente, se dedica a la familia, lee robando horas al descanso...¿Cómo podrá con todo? Que un agrimensor desaparezca se deberá a alguna circunstancia del destino que tendrá una explicación, y miren que no dejará de ser un agrimensor, un oficio reponible, sin mayor incidencia, pensó con cierto menosprecio. Pero que del mejor oficial de este juzgado y de todos los del país no se sepa dónde anda es algo que no puedo permitir. Hace que me sienta culpable en alguna medida, sollozaba como un cocodrilo y de manera impropia para un letrado con una experiencia que se suponía tan consumada. 

Los pensamientos se agolpaban en bruto y se desperdigaban sin orden dentro del cráneo del juez Ordóñez. Todo debe radicar en la investigación esa donde ha ido más allá de su competencia por lograr pistas sobre el desaparecido del río. Pero ¿y si la culpa la tienen los libros? ¿O  si le desquician sus pesadillas? Lo que no me imagino de Pallarés es largándose con otra mujer, por ejemplo. Que yo sepa nunca ha comentado nadie acerca de veleidades que se pudiese traer con otras. En eso es distinto a mí. Su esposa, por otra parte, aparenta todavía una edad briosa y seguramente es capaz de suscitar deseo en su propio marido, no obstante lleven ya varios años de matrimonio. Pero quién sabe. Tal vez los sueños le han transmitido un mensaje especial en una dirección que no podemos distinguir. Acaso las lecturas le sugieren territorios que no se había planteado recorrer, algo así como otros espacios afectivos, otras metas que sin haber conocido historias escritas no se habría marcado. O simplemente un acceso de aventura por ver mundo, como si se tratara de un adolescente cuya sangre le hierve. ¿Y si lo que busca es el tiempo perdido de su propia vida? ¿No es la carne una geografía cambiante que siempre nos reclama? ¿No son los objetivos juveniles nunca alcanzados pero sí anhelados lo que suele perseguir a un hombre en plena madurez, cuando ya no hay vuelta atrás? ¿No puede tratarse en el caso de Pallarés de una inteligencia personal superior a lo que puede demostrar en una profesión que acaba convirtiéndose en anodina? Eso puede ser, que se encuentre en plena crisis vital, y ni su mujer ni yo, ni nadie en el juzgado, lo podíamos intuir. Son ganas de escarbar en lo desconocido, y temo que estoy haciendo extrapolaciones mientras tomo como referencia mis propias quebraduras. 

El juez Ordóñez permaneció dentro de su coche, sin saber qué hacer. No quería tampoco alarmar al resto de funcionarios ni levantar sospechas sobre el brillante currículo de Pallarés. Si había algo secreto en el paradero ignoto de este lo mejor era ser discreto. Se lo merecía. ¿Era un subalterno o un camarada aunque estuviera en otro plano del escalafón? Compartía más que el propio juez el interés por las causas judiciales, por lo tanto se merecía un reconocimiento que al mismo Ordóñez le reconfortaba. Además, Jacinta y los hijos no podían ser abandonados por él en un momento como aquel. Ah, Jacinta, masculló sorprendido porque las imágenes de su conversación con ella no se le fueran de la cabeza. En lo mejor de su madurez lustrosa, como si aún estuviera construyendo su atracción mesuradamente voluptuosa, fantaseó con palabras interiores. La clave de la desaparición de Pallarés tiene que estar en lo que ha leído toda su vida. Pero, ¿qué libros serán esos? ¿Qué vidas ha encontrado entre sus páginas que son capaces de apoderarse de la propia?

Entonces el buen juez decidió que debía volver a visitar en pronta ocasión la casa del oficial del juzgado. Quería ver su biblioteca. Puede que para él mismo, juez de instrucción hastiado de la monotonía, ni el amor ni la lectura fueran objetivos obsoletos y, por lo tanto, descartables.




(Fotografía de Manuel Álvarez bravo)

miércoles, 27 de mayo de 2020

De casas y cascadas o cuando Frank Lloyd Wright interpretó la pintura japonesa





Creo que la obra de arquitectura que más me encandiló en mis tiempos de bachillerato avanzado, cuando dimos una Historia del Arte general más fundamentada en iglesias que en monumentos civiles, fue la Casa de la cascada, de Frank Lloyd Wright, de 1939. La anécdota de este edificio sorprendente ubicado en los bosques de Pensilvania es que cuando Wright terminó de ejecutar la obra ya tenía 72 años. Un jubilado sin jubilarse que aún disponía de ideas fecundas. Pero ¿de dónde le venían las ideas que desarrolló en aquella casa que se denominó como de arquitectura orgánica? Pues de que en 1905 y años posteriores pasó varias temporadas con proyectos en Japón, donde pudo empaparse de la sociedad, del arte y la arquitectura, y más en concreto de la pintura japonesa tan desarrollada a través de los ukiyo-e. Fue el descubrimiento de la obra del pintor Hokusai, principalmente, lo que debió de generar en el arquitecto ideas, pensamientos, proyectos imaginarios que pudo llevar a efecto años después.

En 1912 Wright escribió un pequeño ensayo titulado La estampa japonesa: una interpretación, donde revela las claves que ve en el arte japonés de los ukiyo-e. Sin duda la fastuosa obra de Hokusai titulada La cascada de Ono en el camino de Kisokaido, que formaba parte de una serie: Viaje por las cascadas de diversas provincias en 1934, desbordaría al norteamericano. El ensayo de Wright está publicado en la editorial Sanssoleil.

A Chitón también le ha inspirado dicho ukiyo-e de Hokusai un texto. Se puede ver en:







domingo, 24 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. La visita del juez

























"Cada uno está solo y su corazón variable
mira siempre las mismas estrellas".

Sandro Penna, Extrañezas.



Oficial Pallarés, dígame si piensa volver al Juzgado. Mire que el trabajo se acumula y usted es imprescindible. Los informes y peritaciones permanecen paralizados. Los casos no se resuelven. Yo puedo aguantar presiones superiores hasta cierto punto. Cuenta con mi plena confianza. Pero dé señales, hombre.

Tal fue la tolerante misiva que el juez hizo llegar al domicilio del funcionario a través de un ujier. Lo recibió la esposa. A saber dónde se habrá metido mi hombre, farfulló para sí. Pero mantuvo el tipo. Dígale al juez que tendrá noticias pronto, dijo protegiendo el comportamiento de su esposo. 

El juez Ordóñez era un hombre que hacía valer su puesto con carácter. Pero no dudaba en mostrarse afable e incluso manifestar un cierto grado de humor y amiguismo. Distinguía los amigos de verdad, aquellos que no pedían nada cambio aunque no pertenecieran a la sociedad pudiente, de los amigos de circunstancias que no dejaban pasar la oportunidad de obtener alguno de sus favores. Cierto que tampoco él se quedaba atrás y veía a veces la posibilidad de sacar también un beneficio. Favor por favor, ya se sabe. Recibido en leyes en Asunción, Ordóñez había recorrido varias localidades de la nación con el fin de ganar puntos en la escala de la judicatura. Sin embargo, un oscuro affaire con un constructor y la no menos lóbrega relación con la esposa de este, frenaron en seco sus aspiraciones.

Ordóñez conocía el buen hacer de su funcionario favorito, por lo que su ausencia además de extrañarle le inquietaba. Era un hombre diligente y capaz de solventar dificultades que allanaban lo casos y se los ponía en bandeja para la consideración definitiva del juez. El riesgo de que la documentación se acumulara con el consiguiente retraso en los procedimientos le producía alarma. La reacción hábil y pronta de Jacinta le tranquilizó. Venga a casa, le explicaremos, indicó por teléfono al juez. Habló en plural, ya habría tiempo de clarificar el asunto, si es que era posible. El juez suspendió una vista por faltar el abogado de una de las partes y se dirigió al domicilio de Pallarés.

No va a poder verlo, magistrado, no está, le soltó a bocajarro Jacinta al juez en cuanto este pisó el umbral. Lleva tres días sin aparecer. Al principio pensé que usted le había enviado a investigar algún asunto de máxima discreción. Pero él, que siempre fue discreto con los temas profesionales, al menos tenía la delicadeza de informarme siempre si tenía que efectuar alguna salida. No sé qué decirle, y que estuviese raro últimamente me preocupa ahora más. El magistrado Ordóñez miró con ternura a la mujer del funcionario. ¿Raro por algo concreto, si me permite preguntar?, se interesó. Ella buscó argumentos ya que había lanzado la pista. Leía más de lo habitual, incluso permaneciendo en vela por las noches, explicó. Me contaba sueños que decía propios, si bien yo pensaba que eran producto de sus lecturas. Y tengo la impresión de que para remate le tenía algo perturbado el asunto de ese agrimensor desaparecido que tanto revuelo ha suscitado. ¿Le dijo algo sobre ese tema?, aprovechó el juez con delicadeza. Ella se sinceró. No solía hablar, como le he dicho, de las causas judiciales, pero en esta ocasión, ya fuera por obsesión o porque necesitaba desahogarse, me manifestó su desasosiego por no hallar pistas que dilucidasen el misterio del desaparecido. Tal vez he recargado sus espaldas con excesivo trabajo, terció Ordóñez. Ah, recordó la mujer, también me comentó que era probable que usted le ordenara indagar en lugares de procedencia del agrimensor, algo que me extrañó porque para eso está la policía judicial, ¿no?, y porque en todo caso solicitarían la información a las jefaturas de policía de otras poblaciones. El juez Ordóñez permaneció pensativo. Ausente incluso. Ella se levantó y fue a preparar un mate. La observó por detrás con cierta apetencia. Por un momento se abstrajo del objeto de la visita. ¿O aquel impulso interior podía justificarse como otro motivo de la visita surgido sobre la marcha?  Al volver Jacinta el magistrado preguntó: ¿y dice usted que Miguel lee en exceso y que incluso no duerme para poder leer?




(Escultura de Bernardí Roig)

jueves, 21 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. La pesadilla



"...aquí yace mi sombra,
una mano de la noche"

Nelly Sachs, Nadie sabe.



El funcionario Pallarés no fue a trabajar aquella mañana. Estoy febril, dijo a su mujer. Siempre la lectura te ha llevado a excesos, Miguel. ¿Un mate o un café bien caliente que te anime? Él permanecía absorto. ¿Tú has sentido alguna vez, cuando leías un cuento, que te identificabas con lo que les pasaba a los personajes o con la misma manera de ser de estos?, respondió el funcionario. Por supuesto, dijo ella, es uno de los objetivos de quien relata, y es una percepción pasajera. El habla del funcionario salía lenta, a trompicones. Sí, pero cuando esa misma sensación la has tenido soñando y el cuento queda a un lado y el personaje eres tú y lo que se contaba antes en una novela te pasa a ti mismo, ¿cómo reaccionarías? La mujer, que de sobra conocía las manías de su marido, le dejó con la palabra en la boca. Déjame de pesadillas a estas horas, y se dirigió a la cocina a preparar algo que despejara la mente.

Yo recibía la visita de un policía que me informaba de que había desaparecido, dijo Pallarés siguiendo con pasos torpes a Jacinta. Imagina, yo mismo, al que le daban la noticia, ¿era el desaparecido? Estoy aquí, le respondía, soy yo. Pero el policía insistía. Solo vengo a comunicarle su desaparición. Me ignoraba porque mi presencia no debía ser evidente para él y en los sueños todo es posible, ya lo sé, hablar con quien no está, huir de quien no se sabe quién es, amar a una desconocida, hacer un viaje hacia lo ignoto y reconocer los paisajes como si se hubieran visto antes. No sé si el policía se daría por enterado o seguiría buscando al desaparecido por otros lugares, pero yo permanecía inquieto y asombrado de mi propia desaparición mientras él se marchaba. Y entonces, como si me pusiera a prueba e hiciera caso a aquel mensajero turbulento, decidía salir a la calle, y tú que estabas junto a la puerta me ignorabas como  marido tuyo y me hablabas como si fuese otro que vivía allí o pasaba entonces por la casa, y eso me llenaba de inquietud porque si tú no me reconocías como quien era realmente es que probablemente me estabas diciendo que no había estado nunca contigo, que ni siquiera era un advenedizo para ti porque no existía. Y esa posibilidad, ya no tanto de no existir sino de no haber vivido nunca contigo, me azaraba. Porque entonces, ¿podrían haber sido irreales otras situaciones en las que creía ocuparme? Y me seguía haciendo preguntas entre el enredo del sueño.¿Trabajaría en el juzgado realmente? ¿Me esperarían en los billares para la partida? ¿Me tomaría con los amigos de siempre un tereré bien frío? ¿Admitirían mis hijos que soy su padre?

Y el sueño me seguía poseyendo. Las calles están algo transitadas a la hora en que voy al juzgado, normalmente me encuentro con gente que se dirige a sus quehaceres, me saludan, me acompañan, pero en este sueño caminaba yo solo mientras seguía perplejo porque me habías obviado. Pero mis pasos no iban en dirección al centro, donde se ubican los edificios administrativos, sino que me alejaba de la ciudad sin darme cuenta, sin saber por qué, y me extrañaba por una parte, pero me atraía romper la rutina por otra, y empezaba a seguir el curso del río y yo caminaba y caminaba pero era como si no recorriera trecho alguno. Los mismos álamos, la vieja caseta del pescador, el remanso de siempre al que iban los vecinos más próximos a bañarse los domingos. Nada parecía cambiar salvo el movimiento de mis pasos y las miradas que yo echaba al entorno, y todo parecía ser lo mismo, incluso como que a veces se repitiera como en un espejo que se multiplica sobre otros y este sobre otro, sin fin, y ya notaba una desazón cuando de pronto allí, en el mismo punto por el que me había parecido pasar varias veces, salió a mi paso ella, una mujer joven, que decía si la estaba buscando. Y yo estaba dispuesto a negarlo, pero no podía hacerlo, porque a continuación me decía: sé que me estabas buscando, y yo quería que me buscases, y tú deseabas encontrarme. Y mi turbación era contradictoria, pues yo me veía como si no fuese yo, pero quería que fuera real su súplica y también la tentación. Y fue entonces cuando me acerqué a la orilla del río y no había paraje alguno alrededor. Solo ella y su voz desbordante y mis palpitaciones agitadas. Y al extenderme ella la mano era como si yo tocaba el flujo de un manantial y en el contacto con aquel curso creciente yo enmudecía. Callaba como si nunca hubiera hablado y tuviera de nuevo que aprender todas las palabras y ensayar todos los gemidos. 






(Escultura de Bernardí Roig)


martes, 19 de mayo de 2020

Qué solos se quedaron los cafetines




Vaciedad de vaciedades, todo vaciedad, que diría una moderna versión de un Eclesiastés de taberna en tiempos de confinamiento. Apenas se intuye la huella de un último trago. ¿Por quién brindar hoy? ¿Con quién echar una charleta? ¿Con los recuerdos? ¿Con las ausencias reales o con las presencias imaginarias?




Chandler estaba de alguna manera allí y tal vez Altman se dejó caer. Pero nada es tan espectacular como parece. Y sin embargo en aquel rincón la tragedia se cebó con un amigo. Sobrevivió a la estúpida ira de fuego de los niñatos del fanatismo. ¿Otros tiempos que no volverán? No sé. De momento el odio ha reverdecido.




Los eternos amantes cinematográficos no tienen quién los observe, ni les envidie, ni les admire. Y no solo por su gesto tierno. Pasión de foto. Ellos estuvieron dando la cara cuando aquel avieso McCarthy se convirtió en inquisidor y arremetió contra la cultura. Se va a necesitar valor en el futuro y, sobre todo, claridad, para evitar la repetición de los viejos males.




¿Quién nos dice que fantasmales piezas de ajedrez o invisibles fichas de damas no bailan sobre el tablero día tras día y noche tras noche? Sin vencedores ni vencidos. Sin espectadores. Sin apostadores. Sin tramposos. Pista libre a los juegos de la inteligencia.  




El coloquio de las sillas. En ausencia de los culos. Como si guardaran la vez. ¿Volverán pronto a interpretar las palabras? ¿Se reencarnarán sobre las mesas de mármol los usuarios cotidianos? ¿Admitirán como antes los tactos? Y los espejos, ¿reconocerán las caras de los desertores que apagaban la última luz de cada día?




No es verdad que el vacío se imponga a la ocupación. Nuestra mente está repleta de las horas transcurridas, de los diálogos sensatos y de los intercambios fuleros, de miradas directas y otras con varia intención, de roces de aprecio y apretones de deseo, del calor de la amistad y del fulgor ante lo inesperado, de las propuestas nobles y de las sugerencias tentadoras. Si recordamos, y hay tanto que recordar de lo vivido, es que no nos fuimos nunca del todo. O que el adiós fue largo.





Para quien guste:



sábado, 16 de mayo de 2020

Velles fotos de la vella ciutat




Todos los caminos conducen a la dispersión. Cualquier tentativa de volver al punto de origen es puro devaneo. Compruébelo cada cual de ustedes con sus propias vidas.




Flujos y reflujos. La sombra de las viejas revoluciones siempre fue alargada, más en materia simbólica que programática. De las mareas de verdad -las de los océanos- queda al menos una sedimentación. Y si la mano humana es hábil una decantación. La única marea roja firme y segura de la que se tiene conocimiento es la de las microalgas. Y encima resulta tóxica. 




A veces las sombras generan perímetros que ni los urbanistas ni los arquitectos han previsto. Solo la luz sabe medirlos.




Mucho antes de las distancias de prevención y cautela que nos gastamos esta temporada los sombreros ya las mantenían. ¿Pensaban con más acierto los sombreros y las gorras que todas las cabezas de las cuales estaban a la espera?




¿Zeus tras el rapto de Europa o Minotauro discurriendo? ¿Quién de los dos se lo está pensando? ¿El que quiere seguir imponiéndose en el Olimpo o quien no desea o no sabe salir del Laberinto?




Va a hacer falta mucha música nueva para tanta letra vieja. ¡Tócala otra vez, Sam!




Como un alguacil del océano pregona el mensaje de las profundidades para los Ulises incautos. Y me temo que los hombres de la superficie -no solo de la tierra sino de las cosas- se siguen dejando seducir como bobos.




Hasta que no encuentro en una ciudad la placa de la altitud sobre el nivel medio del mar en Alicante no considero que estoy en esa ciudad, dice siempre mi amigo Max. Luego se pregunta: y para cuando suba el nivel medio de los océanos, ¿pondrán placas nuevas?




(Encontré estas fotografías de la Barcelona callejera en un viejo ordenador y me apetecía darlas salida. Hay más, pero no quiero cansar a nadie. Por cierto, Miquel, como sé de tu tendencia urbanita te las dedico. Salut)




miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. Atrapado
















"Lo importante no son las palabras del relato sino el hecho que no está en las palabras y que precisamente rechaza las palabras".


Augusto Roa Bastos. Contravida.



Achacó a la tormenta la turbia inquietud de la noche. No cenó, no habló con los hijos, no atendió al tierno requerimiento de su esposa para que se solazara con ella. No durmió. Hundido y tenso en el viejo sillón de mimbre, el agente judicial acercó todo lo que pudo la luz de un flexo. Con el cuaderno del desaparecido entre las manos recapituló. Para todos constaba que un agrimensor había estado realizando unas mediciones, eso nadie lo discutía aunque nadie lo demostrara. La empresa para la que trabajaba había enviado para aclarar la situación a un empleado que, no obstante, no conocía en persona al agrimensor. Este hecho parecía ratificar en parte que el personaje había estado en el pueblo. Otra prueba a favor era la pensión. Jacinta, la patrona, podía proporcionar el testimonio más firme. Reconoció que le había visto de pasada, solo lo justo, y luego matizó: supongo que sería ese hombre que buscan. Ah, y que nadie me pregunte sobre la apariencia y características del huésped. Mis cataratas no son fiables. Este testimonio aportado a la instrucción dejaba perplejo al funcionario. Por otra parte, cierto que existían algunos objetos de la propiedad o del uso del hombre, tal como se había hecho constar en el informe provisorio. Pero a Pallarés no le convencía la mención de unos enseres huérfanos. ¿Acaso la existencia de unos objetos o el testimonio vago de unas personas demuestran que un individuo haya estado en el mundo de los vivos? Con frecuencia he visto testigos cuyas declaraciones no eran válidas o simplemente inventadas. En tantos informes se han hecho constar objetos que luego resultaron que no pertenecían a personas inculpadas o a víctimas... O que habían sido puestos a propósito para confundir la investigación. He visto de todo, como lo ha visto el juez. Desde denunciantes y testigos que se han desdicho a falsos testimonios de representantes del orden. Extraños e inseguros los vericuetos de la verdad judicial, concluyó.

Sin embargo aquellos diarios, de los que aún no había dado cuenta a nadie, le parecían algo vivo, algo más probatorio, digamos. ¿Probatorio de una encarnación real? Indudablemente aquellos escritos no eran precisamente bíblicos, es decir no habían sido dictados por ninguna Providencia. Pallarés, que era un descreído, no tenía ni incertidumbres ni titubeos de fe precisamente. Consideraba que las dudas de fe son precisamente las trampas que acaban ratificando a un supersticioso en una creencia imaginaria. Pero no poder demostrar algo, no hilar pruebas en un caso le agobiaba. Preocupado por el calibre de tanto interrogante, Miguel Pallarés no se reconocía como el probo funcionario que había actuado siempre con meticulosidad y empeño. ¿Era lo proporcionado por la investigación a lo que tenía que dar crédito? ¿O era lo escrito por el agrimensor en su diario lo que le desviaba de unos supuestos hechos y de las pruebas tomadas como fehacientes? ¿Por qué se aferraba a una literatura de aficionado, totalmente inédita menos para su avidez curiosa? Se desmarcó mentalmente de la indagación en marcha y se concentró en la lectura del cuaderno, persiguiendo huellas invisibles.

La experiencia acumulada a lo largo de su vida había labrado un Pallarés no solo incrédulo en lo que podría llamarse comúnmente materia espiritual, sino también le había mutado en un escéptico convencido respecto a los comportamientos generalizados en la sociedad. No es solo que tuviera cada vez más reparos con la corrupción, tradicional vicio y tentación al alcance de cualquiera, sino que le atormentaba esa actitud tan extendida entre los hombres de decir una cosa y obrar conforme a otra, con frecuencia contradictorias. Nadie es consecuente, solía decir en ocasiones. O bien: se ve que todo el mundo tiene su precio, y esta expresión le infligía un dolor especial porque él en sus primeros años profesionales había cedido a presiones nada éticas. La noche en vela trajo toda clase de fantasmas corpóreos a su mente. Era madrugada neta, aún oscura, cuando cayó de puro agotamiento en el sueño.

Fueran los gallos repicando al alba o su mujer llamándolo para que no llegara tarde al juzgado, el despertar del funcionario fue violento para sí pero contenido. Acurrucado de manera retorcida en la silla, con los cuadernos del agrimensor por el suelo, fue incapaz de moverse, no obstante la agitación que aún cabalgaba dentro de él. O precisamente era esa perturbación, prolongado eco de los sueños, lo que le sujetaba a una emoción desconcertante, posesa. La esposa, preocupada porque no daba señales, se le acercó y ante aquella postura fetal, reducido su cuerpo a una mínima dimensión, le azuzó para que espabilase. Él apenas reaccionó. Solo acertó a decir: no puedo moverme, no sé salir de esta pesadilla.




martes, 12 de mayo de 2020

Meditando y aliviando con Marco Aurelio


Biografía de Marco Aurelio, el emperador filósofo de Roma


Recurrir a textos seculares para hallar consolación. Una consolación no es algo baladí. Es llevar alivio al desgaste que puede producir la vorágine de los acontecimientos. Entonces Marco Aurelio, por ejemplo, resulta útil y rebaja cualquier tentativa de aflicción:

"Reflexiona sin cesar en cómo están las cosas, tal como ahora se producen, también antes se produjeron. Piensa también que seguirán produciéndose en el futuro. Y ponte ante los ojos todos los dramas y escenas semejantes que has conocido por propia experiencia o por narraciones históricas más antiguas, como, por ejemplo, toda la corte de Adriano, toda la corte de Antonino, toda la corte de Filipo, de Alejandro, de Creso. Todos aquellos espectáculos tenían las mismas características, solo que con otros actores". (Meditaciones, Libro X)

Los mismos perros con collares distintos. No solo aplicables a personajes, también a situaciones análogas, a reacciones de la grey, a los ataques de los tenebrosos.  Hago mías sus reflexiones porque no hay nada nuevo bajo el sol y tampoco es cosa inteligente ceder a los burdos agentes de las sombras que acechan a todas horas y que encuentran sus días de gloria, tan penosos, en la desgracia colectiva.




viernes, 8 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. El funcionario que buscaba la salvación





















"Gocemos en la tierra que nos acoge,
gocemos de los bienes apacibles.
Ah, ¿podemos ser felices
cuando se anhelan otras cosas?"


Jean-Philippe Rameau/ Louis Fuzelier, Les indes galantes. Acto IV.



Al juez le va a interesar lo que cuenta el diario del agrimensor, ya lo creo, se repitió una y otra vez el funcionario judicial. Pero, ¿servirá para algo? ¿No es acaso amigo del terrateniente que el agrimensor cita sin nombrarlo? No soy quién para ocultar nada, y menos lo que puede ser relevante si se quieren obtener pistas de la desaparición de ese hombre. Pero dejar esos escritos dentro del riguroso marco de la burocracia, ¿no será extraviarlos para siempre? Miguel Pallarés se asombró de sus dudas. ¿Cómo podía ser que una vulgar prueba le alejara del cumplimiento de su oficio? ¿Por qué tenía que importarle a él que el juez hiciese el uso que más le placiera de una prueba? Pero a medida que avanzaba en la lectura de algunas páginas no era capaz de contener su curiosidad y de admirarse por las revelaciones personales de un hombre que debió de existir y de cuya existencia él mismo empezaba a no estar seguro.

Fue el flujo imprevisto de una tormenta vespertina lo que le decidió. ¿Podría el juez entender algo de lo que hay escrito, más allá de una serie de datos que iba a considerar en su superficialidad? En el mejor de los casos el juez podría elegir algunos de ellos para la instrucción, pero iba a ignorar el resto. Y el diario pasaría a un oscuro y polvoriento anaquel dentro de un expediente olvidado por los siglos de los siglos. Conozco de sobra al juez y el uso que generalmente suele hacerse de las pruebas, se tentó a sí mismo. Pero todos estos pensamientos fueron chocando dentro de su mente, como si el conflicto entre moralidad y legalidad tuviera que afectarle a él. Como si la atracción literaria hacia unos escritos se sobrepusiera a unas anotaciones cuya consideración administrativa debía respetarse. Miguel Pallarés, honesto hasta la médula en lo que a él concernía, si bien ocasiones hubieren en que le ordenaban mirar hacia otro lado, tuvo la sensación de que toda su trayectoria profesional no servía más que para asegurarse un puesto de trabajo, rutinario la mayor parte de las veces y no remunerado lo suficiente. 

Fuera porque el aparato de la tormenta influyera sobre sus pensamientos o porque conmoviera su interior emocional, el funcionario había elegido dejarse llevar por un vórtice arrollador.  Yo, que tengo información de sobra sobre casos judiciales, no podré escribir nunca como lo hace el agrimensor que buscamos, pensó con amargura. Y es que para escribir no se trata tanto de haber sabido de la vida, y menos de una vida monótona, como de haber comprobado en las propias carnes las oscilaciones que lo fortuito hacen que el hombre se pierda en derivas inciertas. Creo que el agrimensor era, o es, si es que aún vive, un escritor encubierto. Alguien que no hace ostentación de lo que va viviendo, pero que se deja herir por cada situación y que busca una cura para reponerse y no perecer. ¿No será esta desaparición un episodio literario más después del cual reaparecerá y dejará constancia en unos diarios que yo he decidido por mi cuenta incautar? 

Sentado en el porche de su casa, la lluvia golpeando el tejadillo y él sorbiendo un mate con la misma inercia de quien respira, Pallarés descubrió una página del cuaderno del agrimensor que le dejó ausente largo rato. "Hoy, decía lo escrito, la adolescente me ha llevado a las profundidades del río. Sumergido con ella no podía distinguir si yo braceaba en las aguas o era su cuerpo el que me tomaba y conducía el mío. Todo era de una humedad diferente, todo se convertía en una serie de movimientos que yo no controlaba, todo me trasladaba a probar un placer desconocido. En aquella inmersión yo no me veía como agrimensor ni como miembro de una familia ni como ciudadano de ningún otro país que este nuevo que se me brindaba. Ni siquiera los sentidos respondían a los estímulos y alicientes que yo había conocido hasta entonces en el mundo de la superficie. ¿Quién era la ninfa que tan poderosamente habitaba aquella dimensión y que me liberaba de mi condición anterior? ¿Por qué me elegía a mí? ¿Por qué tan pronto la sentía formando parte de mi cuerpo como deformándolo hasta salir de él para precipitarnos entre risas en una oscura cueva que ella llamaba del olvido? En aquella oquedad profunda parecíamos seres de dos mundos. La llamo cueva del olvido, me dijo, porque quien se deja conducir a ella no recordará más su anterior vida de compromisos, de urgencias y de complejos en que los hombres pierden sus días. Te traeré aquí tantas veces como tú quieras. Y querrás".

Miguel Pallarés se levantó inquieto, como si una revelación salvadora le hubiera aguijoneado. Dejó el cuaderno en la silla y dio unos pasos más allá del soportal. Si este hombre vive aún, reflexionó mientras avanzaba bajo el aguacero persistente, debe estar por alguna parte y nadie le ve. Entonces tuvo un escalofrío. Le pareció que la lluvia olía con intensidad a río y allá, empapado a escasos metros de la puerta de su casa, le embargó una obsesiva sensación de que no podía moverse, y que el suelo cedía y le engullía lentamente.  





(Fotografía del mejicano Manuel Álvarez Bravo)

jueves, 7 de mayo de 2020

Idir, adiós al penúltimo cantor cabileño


Adiós al cantautor argelino Idir, la voz de los bereberes


Hamid Cheried, Idir, falleció el sábado a los 70 años de edad. Cantante de la resistencia cultural y política bereber o amazigh, como se quiera, había dedicado su vida a la música.

A vava inouva fue la canción de 1976 que le hizo célebre. No perdió en todo su recorrido ese talante de narrador del pueblo bereber, con una voz tan armoniosa como suave que parece que estuviera acunando la memoria del pasado y la resistencia del presente.

Dice Célia Sadaï, investigadora en ciencias de la información y literatura:

"Domingo 3 de mayo, lloro. Mi madre me envía un mensaje WhatsApp: «En tu artículo, ¡agradécele por lo que siempre dijo sobre las mujeres! Y cuenta también cómo fue capaz de inspirarse de la poesía y los cuentos de la cultura cabila, aceptando la modernidad». La modernidad de la que habla es esa capacidad de Idir para hacer colaboraciones inéditas con artistas de horizontes diversos, en álbumes con títulos evocadores como Les chasseurs de lumière, Identités, La France des couleurs e Ici et ailleurs. Idir fue el hombre que hizo cantar a Bernard Lavilliers, Francis Cabrel, Tryo, Grand Corps Malade, Manu Chao y Oxmo Puccino en cabila. ¡Hasta Charles Aznavour cantó una versión de La Bohème! Idir era un contrabandista de la lengua cabila, una lengua amenazada por la austera política de arabización del gobierno argelino. Fue él quien dispersó pequeños pedazos de la Cabilia a través del mundo.

Además, mi madre tiene razón: Idir, era un feminista. Este domingo 3 de mayo escucho la Lettre à ma fille, una canción dedicada a su hija Thanina: «Sabes, hija mía, hay cosas que no nos decimos en casa». Este modesto texto es una invitación a reinventar libremente las tradiciones: la modernidad, mi madre tenía razón.

Ya no lloro, pero tengo miedo. Matoub fue asesinado, Idir se ha ido: de esta generación de luchadores amazigh sólo queda Lounis Aït Menguellet. Mi hermano me tranquiliza: «Somos Imazighen, somos resistentes, ¡confiemos en la próxima generación!» Que siga la lucha, los hijos de Idir están listos".


     






lunes, 4 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. Fragmentos del Diario de un agrimensor




La investigación prosiguió lenta y anodina. La empresa del agrimensor quería salvaguardar su reconocido nombre y presentó la denuncia correspondiente. Puesto que el río y los objetos encontrados a la orilla no proporcionaron pistas el juez ordenó que se indagara en el equipaje que el hombre tenía en la pensión. Poca cosa. Útiles de aseo, dos trajes, unas mudas. Un libro de geografía sobre la zona, otro con fórmulas matemáticas y geométricas, un Martín Fierro en versión escolar, una máquina de escribir portátil, una Facit sueca. En el fondo de la valija, tres cuadernos con anotaciones.

El funcionario judicial recogió el modesto equipaje, no sin antes echar un vistazo a cada uno de los cuadernos. Así, abrió uno al vuelo y leyó un párrafo. 

"...Lo que me gusta de la pensión Villarríos, donde me he alojado, es que no está ni en la zona de más algarabía de la localidad ni tan extrema que quede desconectado de los vecinos. Muy acorde a mi personalidad, pues me tengo por un punto intermedio, ni un excesivo comunicador ni un huraño, y ese punto, como bien lo sé, es variable. La patrona parece discreta y solícita. ¿Qué más puede uno pedir cuando llega a un pueblo sino que respeten su intimidad? Para nadie es un secreto lo que vengo a hacer aquí, pero no quiero arriesgarme a que me vean como un entrometido".

Pasó varias páginas y el dedo se le engatilló en una donde la escritura era más precipitada. 

"...Me reclaman que haga medidas de toda una extensión que afecta a varias fincas. Me dicen que sean lo más exactas posibles, como si uno no conociera el oficio, pero esa sugerencia me ha intrigado. A continuación, cierto funcionario municipal me indica que si es posible obvie una cuña de terreno hacia el NE que se introduce en un terreno llamado Los Baldíos. ¿Es que acaso me puedo saltar lo que está plasmado en el catastro? Por supuesto, ya puede decir misa, yo vengo a hacer mi trabajo de técnico y allá se las compongan en otras instancias".

Esto tiene que verlo el juez, pensó el agente judicial. ¿O puedo sacar algún provecho si hablo antes con el administrador de esa finca? Siguió echando un vistazo a los apuntes.

"...No sé por qué he aceptado la invitación a comer del propietario de los terrenos que van de NO a SO. Tal vez porque no quiero tener enemigos, es mi manera de ser, y no sé decir no hasta un límite prudente. Ha estado excesivamente amable conmigo. Después de la comida me ha llevado a un club que hay dos poblaciones más allá, no recuerdo su nombre. Tras un par de vasos de Macallan el empresario me animó en dirección a las chicas que se ofrecían. Corre por mi cuenta, me dijo con picardía. Si hay algo que me molesta es que ciertas conductas personales sean impelidas por ajenos. Puse un gesto de dolor y dije de pronto: Dios, otra vez la ciática. No sé si se lo creería pero no insistió. Me he dicho a mí mismo: si llega el caso de apetecerme un lugar de estos lo haré de manera solitaria y anónima; no quiero tener testigos y menos si vienen con siniestras intenciones. Sospecho que nada oscuras, visto desde otro punto de vista". 

Miguel Pallarés, funcionario de carrera del sistema judicial, no daba crédito. O el desaparecido se lo inventa o aquí hay tela. Tomó otro cuaderno.

"...Hoy he parado el trabajo. Solo me apetecía escuchar el rumor del arroyo, que estos días me había pasado desapercibido. Dejarme llevar por el bamboleo de los juncos y por el chapoteo de ranas y ratas de agua ha obrado como hipnosis sobre mí. No he pensado en las incidencias de estos días. Me conozco lo suficiente para saber que no voy a ceder a presiones ni alterar u ocultar datos. La vida tiene que tener otro encanto y no limitarse a las coimas con que unos humanos compran a otros. No sé cuánto tiempo he pasado dejándome acariciar por la brisa. La vegetación de la orilla me traía fragancias que hacía tiempo que no percibía. Si añado el fragor armónico de la corriente tuve la sensación de estar si no en un edén -para serlo le faltan otros elementos- sí al menos en una parcela ultrasensorial y, por supuesto, olvidadiza de obligaciones y cuitas".   

El agrimensor nos salió lírico, pensó Pallarés. Saltó varias hojas.

"...He recibido carta de mis hijos de Corrientes, apurándome para que, cuando termine el trabajo acá, vuelva. Allí tengo futuro, me dicen. Que ya no tengo excusa. Que tanto ellos como su madre me perdonan mis episodios de abandono y que, aunque no me entiendan del todo, reconocen el lado generoso de mi carácter. No sé si son palabras de conciliación o de recuperación, o ambas cosas. De momento les voy a responder que acá tengo buenas perspectivas, y que eso nos beneficiará tanto a ellos como a mí".

Complejo el hombre, también tiene entidad, dedujo el funcionario. Pero ¿quién soy yo para valorar las opiniones de un cuaderno que leo y no debo leer? Saltó varias páginas y ya estaba a punto de agrupar los tres cuadernos y meterlos con el resto de enseres menudos, cuando en una de las últimas páginas le chocan estas letras:

"...Cada vez me gusta más echarme a la orilla del Piri Poty. El cielo tan limpio se me antoja parte de una catarsis. Esta mañana ha salido por sorpresa del río una adolescente tal como la trajo su madre al mundo, y se puso a hablar conmigo. No tuve ningún pensamiento libidinoso, aunque aprecié la belleza. Parar a observar la hermosura de la naturaleza, ¿es acaso una infamia? Sin embargo, a medida que pasan las horas creo que era parte del paisaje y también producto de mi necesidad de relajamiento. Pero si no hubiera sido por cierta información que me dio hubiera pensado que aquella aparición se trataba de una ensoñación mía. Me dijo que en una casa no lejos de allí aún vivía una mujer que conoció de niña la guerra del Chaco. Una mujer que se salvó cuando su familia sufrió las iras de los soldados simplemente porque la dejaron oculta junto al arroyo. El mismo río en el que me gusta descansar y soñar. Me dijo también que me contará más cosas, pero no estoy seguro de que vuelva".

Miguel Pallarés sabía que aquellos cuadernos eran pruebas, desde el punto de vista de la investigación. Pero él mismo dudó. Pruebas ¿de qué? ¿De la manera de ser de un hombre? ¿De sus imaginaciones? ¿De sus búsquedas conscientes y subconscientes? El funcionario agrupó las demás pertenencias del agrimensor y guardó para sí los cuadernos. Una prueba más puede aparecer en cualquier momento. La justicia no tiene prisa nunca. ¿Por qué no leo mejor estos cuadernos repletos de sensaciones y donde no parece que haya acto alguno delictivo ni de inmoralidad? Y aunque los hubiera, ¿se pueden acaso ocultar los rostros de la naturaleza humana?



(Ilustración de Chema López)

sábado, 2 de mayo de 2020

Cuentos indómitos. Monólogo del río que guarda los secretos













"De cuantos recorrieron este largo camino
¿alguno regresó y desveló el secreto?"

Omar Jayyam, Robaiyyat




Soy un río modesto. Me abro al humilde y me cierro al altivo. No con todo el que se sumerge en mí tengo análoga consideración. No soy río para ser usado de manera despreciativa, tampoco acepto ser maltratado. Distingo entre el prepotente que llega dispuesto a reducir mi curso, e incluso hay quien pretende aniquilarme, y el que se acerca tímido y bondadoso. ¿A quién debo convencer para ser aceptado entre mis aguas? ¿A quién debo rechazar para que corrija su actitud y no me tenga a su servicio ocasional? Oigo decir con altanería a algunos: es poca cosa de riachuelo, se pisa fondo. A otros: es un río traidor, engaña. A muy pocos: es un arroyo acogedor, donde entras con facilidad y del que no quieres salir. Jamás me he planteado dejar que un malvado se ahogue bajo el lecho que podría abrir a mis pies. Un individuo abyecto debe perecer con su propia arma, no venir aquí a ajustar cuentas conmigo, no soy un justiciero. Cierto que hay otros que, disconformes con su existencia, buscan en mi corriente poner fin a sus días. He dudado siempre sobre si permitirlo o evitarlo. O quienes me utilizan no tanto para comunicarse con otros territorios como para invadirlos y causar daño a sus pobladores. A veces escucho: hay que ver cuántos soldados han engullido los ríos peleando en tal batalla. ¿Quiénes recuerdan a los que trabajando en construir puentes o trasladar mercancías perecieron? ¿Cuántos piensan en los solitarios que llegaron a la orilla de un río y no volvieron? Cuando oigo hablar en plural de los ríos me solidarizo con todos los que recorren las vastas regiones del mundo, aunque la mayoría no sepan que existo. Pero me considero una pequeña vena en la geografía del agua que un día atrapó y fijó la vida de los habitantes mudados a mis riberas. Mi caudal tiene altibajos y modificaciones. ¿No se compone también de esas características la existencia humana? En mí hay tiempos y espacios para todos. Para la apacibilidad del que huye de los conflictos de los demás. Para al atormentado, que  se siente atraído cuando hay torrentera y le vence su propia tensión. Para el soñador sencillo, que suele ser malentendido. Para el que ama y no encuentra correspondencia o le vence el desamor. Para quien indaga en el territorio más complejo, el del pensamiento, y no logra unificar sus ideas dispersas. Para el melancólico que, con la mirada obsesiva sobre mi curso, se debate entre si seguir o no perdido inútilmente en el hastío. Para el iracundo, cuyo temple le vence y necesita enfriar su acero en mis aguas. Para el soberbio, que si se decide a contemplar su imagen en el espejo que le ofrezco puede tener al alcance su salvación. A los que me conocen les puede parece que estoy aquí desde el principio de los tiempos. Pero soy circunstancial también, y los días y las horas de los hombres son siempre más breves que las de un río. No soy lo que en apariencia se ve de mí. No me limito a ser un simple cauce con cambios insignificantes o más obvios. No solo un caudal alterno. No solo una combinación de transparencias y opacidades. Ni siquiera un mero accidente geográfico, como algunos técnicos sugieren, que se orienta desde una dirección a otra de los puntos cardinales. No solo un nombre, ni la memoria de acontecimientos próximos, ni siquiera una rica fuente de leyendas. No consisto solo en nutrir la metáfora que practican los literatos y los moralistas. Pero si en algo me ratifico es en que soy el testigo. Quien llega hasta mi regazo persigue justificar su búsqueda conmigo. Como ellos, la joven y el agrimensor, llegaron. Ellos que, despegándose de sus vidas anteriores, se encontraron en otra. Y cuyo secreto acerca de su desaparición yo guardaré para la eternidad.





(Dibujo de Dia' Al-Azzawi)

viernes, 1 de mayo de 2020

Amargo 1 de Mayo




Nunca fue tan amarga la fecha desde hace muchos años. Nunca los símbolos tradicionales fueron tan desplazados. Nunca la festividad dejó de ser alegre y entrañable. Nunca las reivindicaciones, sin dejar de estar ahí, tuvieron tantas lecturas. Algunas muy nuevas.

24.500 muertos en España y 228.000 en el mundo, de momento, causados por la pandemia, es para  sentir dolor, primero. Luego para mantener un profundo respeto. También para agradecer al personal involucrado en el tratamiento de la enfermedad, con toda la logística derivada, especialmente a los sanitarios.  Después para arrimar el hombro en aras de salir de esta. De la misma manera que lo entendemos los ciudadanos de a pie deberían entenderlo los políticos que parecen ir a sacar provecho de la coyuntura, especialmente los extremistas y los que dividen a las sociedades. Ahora bien, después, sea cuando sea ese después, habrá que hacer un debate más profundo de por qué nos sigue afectando, en medio de tiempos de posmodernidad tan soberbia y de técnica y ciencia supuestamente tan desarrolladas, de esa manera tan intensa y desigual un virus.

Habrá que tener intención de cuestionar las formas de tratar en el aspecto medioambiental al planeta o de ese mantenimiento de amplias regiones del mundo con millones de habitantes en el subdesarrollo  y la pobreza, revisar el modo de enfocar la productividad y la obtención del beneficio, de considerar si se avanza en el reconocimiento al Hombre o se le cercenan sus logros, por ejemplo la Democracia o las condiciones dignas en el trabajo o los servicios que recibe del Estado, de las administraciones en general. Que la incidencia de la paralización del país es dramática es obvio y es ya la segunda herida abierta, paralela a la pandemia, y que descoloca todo y hunde mucho. Si en aras a salir también de la profunda crisis económica y social no sienten todos los ciudadanos y especialmente los llamados representantes políticos nacionalistas y de derechas la necesidad de coincidir y caminar en una misma dirección que permita superar la situación, pues entonces apaga y vámonos.

Soy muy poco competente para hacer análisis -también hay que decir que quienes los hacen no sé hasta qué punto están acertados- y solo quería traer a colación en esta fecha un sentimiento. El del múltiple dolor. Las muertes, que no pueden recuperarse. El padecimiento de los que han pasado por el mal. Las consecuencias colectivas cuyos efectos tan solo asoman y se valoran a groso modo. Pero hay un tema que me preocupa. Que una vez más se enfrenten dos concepciones del mundo y de la vida. El de hacer las cosas por el bien de la salud humana y el de la productividad y el beneficio a ultranza que presiona para ser prioritario en estos momentos. Ya sé que el sistema nos engulle a todos, y que todos estamos dentro y cooperamos forzosamente en él. Pero la contradicción ha vuelto a salir estos días. Sigue ahí.



Os dejo con una de las dos esculturas que el artista Pedro Monje nos legó en la fuente de la Plaza de la Rinconada de Valladolid. Significativa.