"Ama a quien quieras con el corazón,
pero ámame, a mí solo, con tu cuerpo.
Nadie ama solamente un corazón:
un corazón no sirve sin un cuerpo".
J.M.Fonollosa, Park Street, de Ciudad del hombre: New York.
El campo de las metáforas no solo trastocó el uso del lenguaje. Estableció principios, sustitutos de conceptos, devaluó el sentido de la designación de cuanto se iba conociendo. En lo literario, también en la conversación ordinaria, queda todo muy bonito. Dan juego. Amplían la imaginación, sustituyen a veces lo real. A pesar de las metáforas, nos entendemos. Pero acaso debido a las metáforas, nos confundimos. Persisten esas dualidades pseudoconceptuales tipo cuerpo/mente, cuerpo/alma, sexo/corazón, etcétera, que la gente practica en un diálogo cotidiano tal si estuvieran enfrentados o, al menos, no vivieran en el mismo hábitat. Como si el cuerpo y sus manifestaciones padecieran una escisión permanente. En el océano de los creyentes religiosos la gran metáfora es Dios. A veces le ponen rostros. Lo normal es el maniqueísmo imperante, el uso ad hoc del concepto según le vaya a uno bien o no le luzca la vida, según quiera justificar unos actos o desear otros que no le son alcanzados. Dios sería únicamente una hermosa imagen si no tuviera como contraprestación la entrega y sumisión de la voluntad del individuo que cree en el concepto. Una metáfora sustitutiva, arrogante, que da idea de la debilidad del hombre. ¿La soledad de los hombres, que diría Sartre? Hasta dónde llegó la metáfora se condensa en el aparentemente antónimo Dios/Diablo, proyecciones. sin duda, de la sencilla división bien/mal que no es tan sencilla cuando el valor que se otorga a unos actos u otros se transmutan, muchas veces en lo opuesto, en función del interés ocasional del individuo o de la colectividad. El poeta Fonollosa, hablando del amor, fue pragmático e irónico. Sincero. Objetivo.
(Fotografía de Nobuyoshi Araki)