Es uno de los fotógrafos de este tiempo que más admiro. Jorge Molder traza con sus poses gestuales un mundo emocional ordinario, callado, secreto. Fieramente humano, pero no de aspavientos. No en balde algunas fotografías suyas me han proporcionado reflexiones y escrituras varias desde hace años. Recuerdo que incluso los últimos días de mi padre hice meditaciones al respecto por la luz que ciertas fotografías de Molder me aportaban. Fue hace mucho tiempo, por el blog andan. Parece ser que a Chitón le sucede algo parecido. Así que traigo por aquí el último escrito suyo, El hombre que leía periódicos en blanco. Se confirma que los procesos de expresión -textos, imágenes, invenciones, llámese hache- constituyen una cadena en la cultura humana. Unas creaciones o simplemente unas indagaciones (no tan simples) se han nutrido de otras anteriores, en su diversidad de formas, y se siguen reproduciendo sin fin para que esa red trófica cunda. ¿No es esa la llamada de la otra herencia humana, tan biológica como la exclusivamente biológica?
jueves, 30 de mayo de 2019
lunes, 27 de mayo de 2019
Guido Morselli y la desaparición del género humano
"La humanidad no tiene la menor responsabilidad, no es culpable, sufre un destino: amamos la muerte. La muerte de los demás y, más aún, en estos tiempos frenéticos, sin saberlo, nuestra propia muerte. Sin embargo, no se trata de un furor suicida, no es el instinto de muerte supuesto por la psicología. El hombre en realidad es pasivo. Es la Muerte la que actúa y lo reclama para sí. Y la suya es una llamada a la que no se resiste. Satisfecha por nuestro consentimiento, tácito pero unánime, esta noche Ella vendrá a tomarnos sin agonía para nosotros, sin angustia. Y este epílogo, para muchísimos o para todos, será la solución de problemas insolubles, el remedio inesperado de males insufribles".
Si en la Metamorfosis de Franz Kafka, el protagonista Gregorio Samsa desaparece físicamente como hombre, trasmutado su cuerpo en insecto que, no obstante, mantiene el cerebro de un hombre, en Dissipatio humani generis el protagonista narrador permanece humano, vivo, sin ninguna alteración propia...porque el cambio, lo que él llama el acontecimiento, viene de su entorno. Los habitantes de la ciudad, de las poblaciones de los valles o de las aldeas de montaña, o simplemente el matrimonio que cuida la casa del hombre, han desparecido de pronto sin dejar rastro. No se han ido con sus enseres a otra parte, no consta mudanza alguna -cada hogar permanece ocupado en cierto modo por las sombras de la ausencia de sus propietarios-, no existen cadáveres, no hay falta alguna de objetos. Solo sobreviven los animales, abandonados a su suerte, que no han seguido a sus amos al enigmático destino.
El protagonista de Dissipatio, perplejo al principio, indaga superficialmente sobre la desaparición de los habitantes. No le interesa tanto lo que les haya podido pasar como comprobar que está solo en el mundo. Una soledad nada inquietante, percibida incluso como purificadora. Y esta comprobación le lleva a hacer recorridos entre poblaciones, a penetrar en casas y comercios, en fábricas y organismos públicos. No halla vida, pero sí huellas de ella: coches abiertos y disponibles, camas con la marca de cuerpos en las sábanas, mesas puestas para la cena, hoteles con sus habitaciones que exponen una ocupación invisible o con sus cocinas bien nutridas. Estas huellas ordinarias, casi infinitas, reflejo de la cotidianidad de comportamientos y relaciones, tienen un carácter de fosilización a los ojos del protagonista superviviente. El protagonista, que al comienzo de la novela, nos cuenta de su intento de suicidio, del que había desistido, vive la paradoja de ser el superviviente único.
¿Es Dissipatio humani generis un relato sobre la muerte o sobre el tiempo? Al protagonista la desaparición de las otras vidas, que se toma con calma, ironía y serenidad -no en vano se siente dominante en medio de un mundo inmóvil- no le genera angustia. "Es igualmente seguro que estoy fuera del tiempo. Tengo de ello una confirmación perentoria: no se me presenta el problema, que preveía y temía, del tiempo libre. Problema tan viejo como la humanidad y verdaderamente su pecado original es preguntarse: Y después, ¿qué haré? Yo no me lo pregunto. Estoy descubriendo que lo eterno, para mí que lo miro desde una óptica de transición, es la permanencia de la provisionalidad. La dilatación extrema del instante, y en términos empíricos esto quiere decir: estado de postergación absoluta. Actúo pero no puedo prever la duración de la acción, solo sé que es incalculable; estoy cargando la pipa, pero ¿cuándo estaré preparado para coger una cerilla y encenderla? ¿Y lo estaré alguna vez?". Tal vez la muerte sea la revelación de otro tiempo, que ya no se nos da ocupar. Acaso el tiempo desocupado sea la señal de una muerte.
Un libro muy kafkiano que encandila. No sabía nada de Guido Morselli. Este libro, que se publicó cuatro años después del suicidio del escritor en 1973, probablemente guarde las claves de los límites vitales de Morselli.
Nota de referencia. Guido Morselli, Dissipatio humani generis. Traducción de Elena del Amo. Editorial Laetoli, 2009.
domingo, 26 de mayo de 2019
Mi voto por él (en su recuerdo)
Hoy dedico mi ejercicio del voto a mi abuelo. Porque se murió sin haber podido votar después de 1936. Maldición eterna para quienes lo impidieron.
sábado, 25 de mayo de 2019
Lavabandera patriota Irene Mohedano, ayer en el Teatro de Calle
Curioso performance de esta mujer, dicha Irene Mohedano, en el transcurso ayer del Teatro de Calle (TAC) de Valladolid. Yo diría que, además, se trata de un humilde pero convincente espectáculo, realizado tanto con la mejor intención como con el mayor acierto. Porque si la bandera es símbolo lo cierto es que hay que interpretar el lavado de la bandera como un gesto simbólico. Antes de reaccionar ante la actitud de la joven piénsese en lo que está diciendo con su tarea. Solo las mentes infelices e insalubres pueden captar el show en otra onda. Allá ellas, las tales mentes, digo.
viernes, 24 de mayo de 2019
Contradicho del salvaje
"Nuestros bárbaros
aman la retórica del poder evaporado
que debe legitimarse.
Cae la noche
y aquí están de nuevo nuestros bárbaros
vestidos como antes, como siempre, sin ser reconocidos
por la multitud que puebla las calles
gritando contra las barbaridades de los otros bárbaros
imaginarios
que no llegaron nunca".
Francisco Fernández Buey, Esperando a los bárbaros llegaron los nuestros.
No llegaron de fuera. Los salvajes estaban entre nosotros. Unos, creyéndose ilustrados. Otros, sabiéndose patanes de toda la vida. De su instinto natural y primigenio hacen fuerza de hecho, desvirtuando, si no rechazando, el de iure. Se miran al ombligo y pretenden que les miremos como si fueran el centro del universo. Meten ruido, desviando la energía moral y práctica del argumento. Vocean en nombre de la totalidad, cuando solo son unos cuantos. Se apropian de los conceptos y prostituyen los términos para alimentar sus ideologías carroñeras. Creen descubrir las bases de la arquitectura humana cuando no pasan de pensar como frágil cieno. Pretenden gobernar cuando en su esencia ellos son ingobernables. No, estos salvajes no tienen que ver con aquellos que, en otro tiempo, podrían traer algo de luz. Estos son los que se aferran a lo tenebroso, los que siempre han habitado los márgenes de nuestra cueva. Ni el marketing ni la confusión de los pobladores ni su cultura obsoleta ni sus territorios imaginarios ni su historia fantaseada los convierte en nuevos.
(Foto: esculturas de salvajes en la fachada del Colegio de San Gregorio de Valladolid)
(Foto: esculturas de salvajes en la fachada del Colegio de San Gregorio de Valladolid)
jueves, 23 de mayo de 2019
Cagüen la muerte (por Mambrino)
Entre las expresiones rudas escuchadas durante mi infancia estival en la ciudad del Norte las había tales como: cagüen tu sombra o bien cagüen tu pena negra o la de cagüen tu alma mala o una que entendí menos todavía: cagüen la muerte. El cagüen no es entendible al pie de la letra si no se bucea en la intención del desahogo y el ajuste de cuentas con la suerte. No la suerte de jugar sino la suerte de la existencia. Aquellas palabrotas lo eran todo: una queja, una blasfemia, un puñetazo en el hígado de la vida. Expresiones arquetípicas entre personajes comunes del entorno, humildes y jodidos al cien por cien, que las repetían por sistema o con especial indignación, en medio de una rencilla entre vecinos o jugando la partida vespertina de mus o inmersos en su borrachera de desquite. Y que tenían su miga. El objeto de la maldición iba directo al mundo emocional del individuo. Nada menos que conceptos como la sombra, la pena, el alma o la muerte se invocaban sin remilgos ni contemplaciones -¿misterios del exorcismo de los hombres de a pie?- para dar un tono elevado al instante de enfado, de cabreo o de desamparo. Los chicos repetíamos a veces las expresiones a lo tonto, sin intención, sin el contenido visceral -justamente visceral- de los mayores. Pero yo siempre me preguntaba: ¿por qué tirar contra la sombra, la pena o el alma? ¿Y contra la muerte? ¿No era del género bobo maldecir contra lo inevitable? Empecé a entender el cagüen la muerte cuando un año mi prima perdió a su hijo de poca edad. O cuando al siguiente año un conductor del otro lado de la muga atropelló y mató a la lechera del barrio y a su hija adolescente. Cuando unos meses después se mató con la moto Serapio. Cuando al otro se ahogó su pelirrojo hermano Manolo, que además era de mi panda. Cuando en otra ocasión estuvo a punto de acabar con su familia el vecino de la venta de allá arriba, junto al Hospital. Cuando etcétera. Al cabo del tiempo entendí que si había una actitud expresiva más noble, justiciera y precisa, si bien inútil, era soltar un cagüen la muerte.
Y hoy reivindico el exabrupto porque Mambrino, el de los crucigramas, nos ha dejado huérfano a sus seguidores fieles de cada día. ¿Y cree la muerte que por eso voy a dejar de hacer crucigramas? Ah, no, ahí le daré a la bicha.
(Fotografía de José Luis Herencia Robles Mambrino tomada de El País)
martes, 21 de mayo de 2019
Contradicho del perro de Goya
Hay días en que asomo la cabeza atraído por una tenue y distraída espiral de luz. Pero al contemplar la ingratitud y la miseria moral de ciertos paisanos advierto enseguida la infinita distancia de la cuesta que, una vez más, no se sabe a dónde conduce, y no me apetece alzarme desde mi hoyo. Cuestión de espacios.
sábado, 18 de mayo de 2019
Mi transparente columna jónica
¿Quién dijo que el tiempo es opaco? Tal vez la destrucción a que someten los hombres -no solo el clima, no solo el transcurso, no solo los cataclismos naturales- a sus propias obras conviertan al pasado en oscuridad. Pero en la medida en que te acercas a cualquier huella heredada -y la ciencia, las técnicas y las visiones modernas de la vida y de la historia colaboran- percibes transparencia. La oscuridad se abre y, si bien no se nos repone todo tal como fue, al menos se nos proporcionan aproximaciones. Alabada sea la ciencia, benditas las técnicas de investigación, admirables los esfuerzos de los que se dedican a descubrir, interpretar y restaurar de alguna manera la memoria de lo que fue y hubo.
Contemplaba tranquilamente hoy mi columna de cristal, lejano regalo de una vieja amiga que sabe de mis manías icónicas, y repasaba los elementos del orden. El ábaco sobre el capitel, rematado este por dos elegantes volutas laterales. La caída del fuste, con sus acanaladuras redondeadas. Y abajo, sosteniendo la verticalidad, los todopoderosos toro y escocia, formando una basa responsable. ¿He pasado con nota mi autoexamen? Más o menos creo que no se me han olvidado del todo aquellos principios de Historia del Arte que nos impartieron cuando ardía el mayo de París pero a su vez descubríamos las cuevas, los poblados y el valor de reconstrucción de las sociedades que poseen cada objeto salido de la mano del hombre.
Mi columna jónica no tiene mayor valor que haber sido un recipiente moderno -¿continente de un licor, de una mermelada, de mistela?- de alguna industria española del siglo pasado. No es precisamente la belleza grácil del Erecteón -en mi columna de cristal su tamaño acortado reduce el armonioso estilo de una columna jónica de verdad- pero me trae un eco del mundo de dioses y diosas de la gran cultura clásica que algunos hoy quieren postergar. Pero, ¿a que está muy lograda la botella? La contribución a enseñarnos los órdenes de la arquitectura griega por parte del fabricante que fuera es digna de reconocimiento. Si Erecteo, uno de esos autóctonos que Homero, Herodoto o Eurípides mencionan como rey de Atenas viera, desde su palacio invisible, el eco transparente del orden jónico representado por una botella de un tiempo que no podría ni imaginar, seguramente disfrutaría como este humilde siervo de aquella cultura aún en vigor.
PD. Hoy se celebra el Día Internacional de los Museos, con su Noche también transparente.
miércoles, 15 de mayo de 2019
Naxos. Diálogo de sensibilidades en la playa
¿A quién tenemos aquí?, interpela el joven remero al niño Pélagos, que contempla el oleaje desde la orilla. Nada menos que al hijo del océano frente a sí mismo. ¿Lo echas de menos? En su ironía Naxos busca acercarse a aquel niño misterioso que calla y sonríe. Ya sé que eres de pocas palabras, insiste el joven. Yo también hablaba lo justo, en parte porque no me dejaban hablar. Los navegantes son gente muy charlatana, además de ruda y mal hablada. ¿Sabes que aprendí de mis compañeros? A inventar historias. Ellos no las contaban muy bien, pero eran tan reales que nos embargaban a todos. Yo sabía que mucho de lo que relataban era imaginado. Y lo que habían vivido lo exageraban hasta límites extraordinarios. Competían por hacerse valer ante otros, por parecer más osados o dárselas de hombres con experiencia. Como no podía estar por debajo de ellos tomé ejemplo. Pero creo que nunca se creyeron demasiado mis narraciones fantásticas. El niño, arrodillado sobre la playa cubierta de guijarros, monta un dibujo con ellos. Coge las piedras y las ordena en espiral, haciendo esculturas de caracoles gigantes. Antes toma cada guijarro y lo somete a una ceremonia. Los escudriña por todas sus partes irregulares, los separa, los palpa, los lame incluso. A los porosos se los lleva al oído. A los más lisos los habla. A los puntiagudos los lanza de nuevo a las aguas. Naxos está perplejo. Estas piedras me dicen mucho de los hombres errantes que se han arriesgado a la travesía del océano. Me cuentan de aquellos que llegaron a puerto seguro. Me dan noticias tristes sobre los que perecieron. Dime, Pélagos, ¿es verdad que procedes del mar, como se comenta?, le interrumpe el remero. El niño responde con calma, con cierta ausencia. No hay otra madre para mí. Los de la ciudad no lo saben, y tú no lo digas, pero muchas noches, cuando me despierto inquieto, bajo hasta aquí y me meto en el agua, y me alejo. ¿Aunque haya un fuerte olaje?, le replica el otro. Oh, eso no me frena. Al contrario, me siento estimulado, como si el océano me dijera que soy bienvenido de nuevo, que estoy donde una vez y desde siempre estuve. Te preguntarás si soy un gran nadador. Naxos, yo soy como las olas. ¿Qué hacen ellas? ¿Nadan? ¿Flotan? ¿Caminan? ¿Levitan? Su espacio no tiene nada que ver con la tierra firme y los hombres no han encontrado palabras adecuadas para nombrar su mundo. Los hombres tendrían que ser mar para entender el mar. Naxos, admirado, entra al juego. Ahí te doy la razón. Yo, que no he sido mar, como tú dices, pero tampoco he sido del todo tierra, he comprobado las dificultades que tenemos para interpretar al océano. Nos conformamos con buscar la manera de sortearlo, ávidos como estamos de navegar, de traer y llevar mercaderías, de utilizar sus especies, de ganar con nuestras travesías los retos de los pobladores de todas las costas. A Pélagos se le alumbra el rostro. Se siente comprendido porque ambos, el niño y el joven, comparten sensibilidades. Los hombres están ciegos por utilizar el océano, dice con impropia pesadumbre, no por comprender sus energías, ni por ponerse en el lugar de sus criaturas, ni por ahondar en las profundidades maravillosas. ¿Tú conoces bien las profundidades?, salta Naxos. Solo algunas, responde el chico. Y eso era antes, cuando no me habían acogido en la ciudad. Aunque no creo que sea un caso único. En las noches iluminadas me parece ver que otros niños llegan a la playa traídos por las mareas. Me da alegría. Pero cuando voy a su encuentro solo abrazo la espuma.
(Fotografía de Herbert List)
lunes, 13 de mayo de 2019
Adiós, Doris Day, bye
¿Por qué me impactaría tanto El hombre que sabía demasiado, de Hitchcock, cuando la vi de niño? ¿Por la trama de misterio? ¿Por la ambientación en Marrakech? ¿Por el secuestro del hijo de los protagonistas? ¿Porque un niño siempre se identifica con otro niño? ¿Por la interpretación dramática de James Stewart y Doris Day? ¿Por el crimen espectacular del principio de la película? ¿Por el final feliz, no obstante lo mal que don Alfredo nos lo hizo pasar a los espectadores? ¿O acaso y sobre todo por la canción Qué será será con que Doris Day impregnó nuestro subconsciente? Por cierto, ahora que me acuerdo: lo que sigue siendo un enigma para mí es por qué iríamos mi padre y yo solos al cine, en una tarde de jornada laboral.
Doris Day, que aún vivía, acaba de fallecer. 97 años la contemplaban y supongo que tan rubia como siempre. Y nosotros la admiramos en una buena retahíla de películas. Ah, tengo pendiente de ver el primer film de El hombre que sabía demasiado, también de Hitchcock, de 1934. La que yo vi en mi tierna infancia era un remake, si bien de los buenos.
viernes, 10 de mayo de 2019
Haiku de la feracidad
Abro la mano.
Avidez de silencio.
Honda la lluvia.
Comentario de texto:
La sequedad en superficie oculta liquidez. Los bosquimanos buscan bajo el terreno árido un fruto acuoso que rajan y aprietan hasta extraer su agua y deslizarla a la boca. El explorador no debe rendirse a la apariencia del paisaje. Su misión no es tanto llegar a una tierra prometida, más o menos fantaseada, como descubrir el bosque y el sotobosque, el suelo y el subsuelo, la montaña y el llano, los riscos y las cuevas, los cielos y el magma. Palpar lo superficial y lo oculto y medir la intensidad de lo que se mueve. Registrar las formas y observar los comportamientos. Disfrutar de la mirada propia y asombrarse ante la diversidad múltiple que le rodea. Estar receptivo, concentrarse en el escudriñamiento, sentir la corriente profunda de la tierra. El humano es parte, pero no todo. Si comprende su parte, si reconoce su delimitación, la búsqueda habrá merecido la pena. Con cada partícula de materia incesante se elabora lo que, no sé si presuntuosamente, él llama su conciencia. Y esta tampoco es estéril.
(Fotografía de Toni Catany)
miércoles, 8 de mayo de 2019
Aquella piedra escondida
Una vez sentí el hálito de una piedra. Su alargada redondez era un capricho. Su porosidad una llamada a lo profundo. Su tersa suavidad una caricia. Su bruñido aspecto encendía luz en mi obscuridad. También era más que calor. No era mi mano la que desprendía aquel fuego recóndito. No la había dejado a mi alcance un meteoro que se hubiera dividido en pedazos. Fue un soplo en cuyo renacimiento yo me confortaba. Una brizna única en el jardín de los anhelos. Yo alimentaba aquella piedra día a día. La hablaba, me elevaba con ella, me sumergía en lo ignoto. Su hechizo me desarmaba y me construía. Obraba como curación y me envenenaba como el áspid. Pero en mi mano la piedra temblaba y yo, con ella, temblaba. Un día su presencia se hizo oculta. ¿Qué fue de aquel guijarro, mitad océano, mitad volcán? ¿A qué extensión huyó? Su textura se alejó de mi mano. La busqué entre las oquedades de mis sueños. A veces, en alguna de las ensoñaciones me parece percibir aún su vitalidad. Oír su peculiar voz. Hasta que el desgarro del alba la aleja de mi piel.
lunes, 6 de mayo de 2019
Mauthausen era internacionalista
"No respondas al necio con su necedad,
no sea que tú mismo te iguales a él.
Responde al necio por su necedad,
no sea que se tenga por sabio".
Proverbios, 26, 4-5
Con esta cita inicia George Orwell su testimonial y magnífico relato Homenaje a Cataluña. Este homenaje a Cataluña lo es principalmente a la clase trabajadora -catalana, española e internacionalista- que trató de resistir al golpe militar de 1936 y la guerra desatada. Muchos de aquellos combatientes acabaron muertos o en cárceles y campos de concentración del vencedor o en el exilio. Más tarde muchos de los exiliados acabaron en Mauthausen o en otros campos de exterminio nazis. Los perseguidos de verdad, los presos políticos de verdad, no lo fueron por seguir a ningún procés. Así que dejo para la reflexión la cita de Proverbios, y ya se ve que lo que les gusta a algunos es que se hable a todas horas de ellos. Les gusta utilizar cualquier acto, por muy de todos que sea, para hacerse notar y hacer su política sectaria. Yo les recomendaría que tuvieran algo más de pudor, pundonor, respeto y sentido común. Siquiera por considerar el sufrimiento, la enfermedad y la muerte que padecieron millones de humanos de mano del ultra nacionalismo supremacista y cruel de los nazis. El padecimiento no tuvo patria, era de todas las patrias y hasta de los sin patria. La repugnancia que me producen los oportunismos me los guardo y remito, de nuevo, a la cita de Orwell.
https://elpais.com/politica/2019/05/05/actualidad/1557047661_315113.html
https://elpais.com/politica/2019/05/05/actualidad/1557066304_979935.html
https://elpais.com/politica/2019/05/05/actualidad/1557062841_756754.html
jueves, 2 de mayo de 2019
La hetaira y Naxos hablan sobre el amor compartido
"Y otros amantes, alcanzados por su dulce propagación
pensarán que ese hálito es suyo, y bello otra vez será el engaño".
Javier Lostalé, Los amantes, de Jimmy, Jimmy.
He oído que la alfarera te ha regalado una hermosa copa, salida de sus propias manos, dice la hetaira a Naxos. ¿Es para beber entre los dos o daréis a probar a más invitados? Naxos, que entiende la indirecta, le responde con tono amable y divertido. Ya sabes, Therasia, que el que ama es siempre bienvenido. Ah, ¿crees entonces que es posible, más aún, factible compartir el amor?, replica ella arteramente. Pero el joven no se achica. Eso depende de lo que pueda y quiera dar cada cual. La hetaira: Y dirás que uno da según lo que siente y que desea recibir lo que solicita, ¿no? Naxos: si uno no siente, mejor que no dé, incluso que no se ofrezca, pues es preferible no arriesgarse a la insatisfacción y dejar a otros descontentos. Therasia se sorprende. Me admira tu saber, muchacho, y sobre todo tu prudencia. ¿Has sido siempre así? Él no se amilana. ¿Pensabas que por ser joven y un zafio remero iba a ser menos insensible? Además llevo suficiente tiempo entre vosotros como para valorar lo que hay de aventura y lo que aporta de reposo la vida apacible de cada día. Aquí no me ha faltado ternura y he conocido el amor tranquilo. Los tiempos de la urgencia y el desahogo quedaron atrás. Y la pasión puede ir más allá de la posesión pasajera de un cuerpo. También de la disposición exclusiva entre dos cuerpos. Pero creo que si no encuentras en los otros un poco de ti el calor queda en una sensación tibia y la aproximación es insuficiente. Si en la entrega admites al ajeno y te reconoces de alguna manera en él, ¿cómo negar al que lo pide que calme su sed entre nuestros brazos? No debemos ser propietarios de otras vidas ni permitir que otros pretendan esclavizar la nuestra. Therasia ni afirma ni desmiente, pero le gusta escuchar al remero. Ríe. Therasia es culta, refinada, capaz de ahondar en el pensamiento de los hombres. No solo está dotada de conocimientos, sino que estila sus recursos oratorios y principalmente cautiva por el trato. Nada es tan sencillo, nada es nunca definitivo, dice al joven. Pero lo que tú descubras es lo que te va a guiar, añade con la sabiduría de la mujer madura y en extremo experimentada. Lo que tú obtengas te consolidará en el carácter. Aprenderás a distinguir entre lo que anhelas ciegamente y lo que aporta beneficio a tu temperamento. Por cierto, Naxos, dime, ¿esperas mucho del amor? Sinceramente, de lo que espero sobre todo es del placer, afirma él contundente. Después, de un cierto grado de entendimiento. Y poco a poco de una contemplación donde la belleza, por más humilde que esta sea, nos habite entre el asombro y la atracción. ¿Qué otra cosa puede ser para nosotros el amor si no ponemos en juego nuestros instintos, intercambiamos sensaciones y ejercitamos las habilidades que el saber del cuerpo, el nuestro y el de los demás, nos ha ido enseñando? La hetaira le mira con sonrisa complacida. También comprensiva. Pero todo tiene desgaste, precisa. La edad dispone de otros rostros y reduce las energías. Y entonces ¿qué queda de las antiguas afinidades, de las pulsiones que ahora, en tu plena juventud, te agitan y a través de las cuales te sientes poderoso? Pero no me hagas caso, no pienses ahora en ello. Vive el día a día. Exorciza los males. Conjura la muerte. A todo esto, Naxos. ¿Para qué has venido a verme?
(Fotografía de Toni Catany)