A pocos días del gran evento anual de mercado, he recordado un viejo artículo de Pasolini sobre las Navidades y, buscando buscando el libro donde aparece, he dado de nuevo con él. Han pasado 41 años desde que se publicara en la revista italiana
Tempo, exactamente en el primer número del año 1969. Pasolini escribía en dicho medio una columna titulada
El Caos, donde daba rienda suelta a todas las preocupaciones que la nueva fase del capitalismo italiano suscitaba en él. Y naturalmente, criticaba y diseccionaba con acritud todo tipo de reacciones adjuntas, paralelas o laterales que iba a acompañar un proceso de efervescencia social y política que él vio venir con harta clarividencia. Pero a la vez traslucía sus propias inquietudes, cuestionaba sus viejas militancias y dejaba al descubierto sus rabias. Pasolini siempre fue un hombre que se mostraba a carne abierta. Así le fue. Por una vez retengo mi opinión sobre el gran ídolo llamado Navidad. Pasolini lo expresa mejor y tiene plena vigencia su crítica. Otro día hablaremos del sosticio.
"Hace ya tres años que hago lo posible por no estar en Italia durante las Navidades. Lo hago adrede, con saña, desesperado ante la idea de no conseguirlo; aceptando incluso una sobrecarga de trabajo, aceptando la renuncia de cualquier modalidad de vacación, de interrupción, de descanso.
No tengo fuerzas para explicar exhaustivamente el porqué al lector de
Tempo. Esto extrañaría la concesión de la violencia de lo novedoso a viejos sentimientos. Es decir, una prueba “estilística” sólo superable mediante la inspiración poética. Que no viene cuando se quiere. Es un tipo de realidad que pertenece al viejo mundo, al mundo de la Navidad religiosa: y responde todavía a su vieja definición.
Sé perfectamente que incluso cuando yo era niño las fiestas navideñas eran una idiotez: un desafío de la Producción a Dios. Sin embargo, por entonces yo estaba todavía sumido en el mundo “campesino”, en una misteriosa provincia situada entre los Alpes y el mar o en cualquier pequeña ciudad provinciana (como Cremona o Scandiano). Había hilo directo con Jerusalem. El capitalismo no había “cubierto” aún totalmente el mundo campesino del que extraía su moralismo y en el que, por lo demás, seguía basando sus chantajes: Dios, Patria, Familia. Estos chantajes eran posiblesporque correspondían, negativamente, en tanto que cinismo, a una realidad: la realidad del mundo religioso que había sobrevivido.
En la actualidad, el nuevo capitalismo no tiene ninguna necesidad de este tipo de chantaje, como no sea en sus márgenes o en los islotes supervivientes o en las costumbres (que se van perdiendo). Para el nuevo capitalismo es indiferente que se crea en Dios, en la Patria o en la Familia. De hecho ha creado su propio mito autónomo: el Bienestar. Y su tipo humano no es el hombre religioso o el hombre de bien, sino el consumidor que se siente feliz de serlo.
Cuando yo era niño, pues, la relación entre Capital y Religión (en los días navideños) era espantosa, pero real. Hoy en día, dicha relación ya no tiene razón de ser. Es un absurdo absoluto. Y es posible que sea este absurdo lo que me angustie y me obligue a huir (a países mahometanos) La Iglesia (cuando yo era niño, bajo el fascismo) estaba sometida al Capital: éste le utilizaba, y ella se había convertido en instrumento del poder. Había regalado a las grandes industrias un niño entre un asno y un buey. Además, ¿no desfilaba bajo las banderas de Mussolini, de Hitler, de Franco, de Salazar? Hoy en día, sin embargo, la Iglesia me parece, en cierto sentido, más sometida que antes al Capital. Antes, en realidad, la Iglesia se salvaba por ese poco de autenticidad que había en el mundo preindustrial y campesino (en ese poco de artesanía que permanecía en las viejas industrias); ahora, en cambio, no hay contrapartida. Ni siquiera puede decir que a su vez utilice al Capital: porque, de hecho, el Capital utiliza a la Iglesia únicamente por costumbre, para evitar guerras religiosas, por comodidad. La Iglesia ya no le sirve. Si ésta no existiese, aquel no la echaría de menos. Sin embargo, en casos por el estilo, la utilización debe ser recíproca para que sea útil a ambas partes. En este punto la Iglesia debería distinguir, por ello mismo, las fiestas propias (si, aunque sea anticuadamente, aún las tiene) de las del Consumo. Debería diferenciar, por decirlo pronto y bien, las hostias de los turrones. Este
embrassons-nous entre Religión y Producción es terrible. Y, de hecho, lo que de aquí se deriva es intolerable a la vista y a los demás sentidos.
A decir verdad, es innegable, la Navidad es una antigua fiesta pagana (el nacimiento del sol) y como tal era originariamente alegre: es posible que esta alegría ancestral aún tenga necesidad de manifestarse, periódicamente, en un hombre que va a roturar el Sáhara con monstruos mecánicos. Pero en ese caso que la fiesta pagana se vuelva pagana: que la sustitución de la naturaleza natural por la naturaleza industrial sea completa, incluso en las fiestas. Y que la Iglesia se distancie de aquella. Ya no puede jugar a la rusticidad y a la ignorancia: no puede fingir que no sabe que la fiesta navideña no es ni más ni menos que una antigua fiesta celebrada
in pagis (“en el campo”), pagana, y que la mezcolanza es arcaica y medieval. La tradición de los belenes y los árboles navideños ha de abolirla una Iglesia que de verdad quiera sobrevivir en el mundo moderno. Y no esto no lo saben sólo los curas excéntricos, progresistas y cultos.
Como fiesta pagana-neocapitalista, Navidad siempre será terrible. Es un
ersatz (“sustituto”) –con
week-end y solemnidades afines- de la guerra. En tales días brota una psicosis indefectiblemente bélica. La agresividad individual se multiplica. Aumenta vertiginosamente el número de muertos. Es una verdadera barbarie. Se dice: muchos Vietnam. Pero los muchos Vietnam ya están aquí. Ni más ni menos que en estas celebraciones festivas en que la fiesta es la interrupción del acostumbramiento al lucro, a la alienación, al código, a la falsa idea de sí: cosas todas que nacen del famoso trabajo que ha quedado reducido a lo que ensalzaban los carteles de los campos de concentración hitlerianos. De esta interrupción nace una libertad falsa en que estalla un primitivo instinto de afirmación. Y se afirma agresivamente, gracias a una feroz competencia, haciendo las cosas más mediocres de la manera más mediocre.
Sí, es espantoso el comentario que acabo de hacer de la Navidad. Y sin ninguna excepción que hacer. Ninguna bondad. Ninguna blandura. Las cosas son así. Es inútil ocultarlo, aunque sea un poco."
Pues sí, Pasolini lo clavó hace 41 años y se ha vuelto todavía peor. Y ahora imagínate lo que tenemos que luchar contra esta vorágine de consumismo, lucecitas, comilonas y chantaje emocional familiar y social, los que de verdad celebramos de corazón la auténtica Navidad. Si es que siempre escojo la opción más difícil.
ResponderEliminarTe advierto, Hiniare, que el chantaje emocional yo lo viví en mi infancia con una intensidad que me marcó. Y aún colea. Para mi, la celebración de corazón es ya una entelequia desde hace mucho. Ni siquiera eso. Sólo aspiro a que el ruido no me pueda, la palabrería vana no me robe mis palabras, y la parafernalia chabacana y necia no me venza estéticamente. Y sobre todo, aspiro a no sentirme muy sobrecargado por las circunstancias, digamos. Llegar al siete de enero y poder decir, ah, ¿pero ya se pasaron?
ResponderEliminarY tienes razón. Precisamente al colocar el artículo y revisarlo pensaba lo mismo: si Pasolini viera la saturación mercantil de hoy día no se atrevería ni a esconderse en el desierto.
Salud.
Soy de la opinión de PPP. Lo mejor de la Navidad es huir a climas más cálidos.
ResponderEliminarEste año Malta si los dioses-controladores lo permiten.
Las navidades (las mías) siempre fueron bajo la sombra del aguilucho y la cruz, las recuerdo con tristeza, era una sociedad que tenía que ser feliz por decreto...
ResponderEliminarsolo recuerdo con diversión, los regalos, construir el belén (¿¿manía constructivista??) y el olor del musgo fresco.
Pasolini hizo un cine socialmente demoledor y aun así quizás sigue más vigente en su intención....
somos o estamos como "porcile".
un abrazo selenita y sonriamos al pasado, tenemos un.. ¿futuro por delante?, no , mejor un incierto presente.
Tremendo el artículo. El consumismo de estos días suele ser feroz, no es nada nuevo. Creo que una de las cosas más siniestras tiene que ver con los niños. Porque, bueno, al fin y al cabo, yo que nací en la transición, tenía ilusión por escribir la carta a los Magos y no descubrir la verdadera realidad, que me dejó ko. Pero es que ahora, hablo por ejemplo en Cataluña, yo no sé cómo se las igenian los padres para explicarles el Caga Tió, Papá Noel y los Reyes Magos. Hay niños que tienen regalos tres veces. Y otros...ya sabéis, ni Navidad ni hostias. Bueno, que el tema tiene lo suyo y a mí tampoco me gusta en sí, porque intentas salir a pasear por la ciudad y es imposible. Te sientes solo, arrollado, empujado por la muchedumbre, dislocado por las luces y los neones, atolondrado por los perfumes que salen de todas las tiendas. Al menos este año te empujan menos con las bolsas.
ResponderEliminarBesos neosurrealistas
Ara. Otros nos conformamos con la huída interior (leyendo, por ejemplo)
ResponderEliminarTula. Muchos crecimos en ese tiempo. Pero ya sabes que el tiempo también es concéntrico. Círculos dentro de los círculos, unos se deben a otros pero a la vez son independientes. En mi familia la presión religiosa era enorme, yo me quedaba con el lado grato -ese musgo, ese nacimiento, el turrón, el extra de TBO, aquella lotería,la expectación que mi madre me fomentaba- y el consumismo prácticamente no existía. Éste no presionaba entonces.
ResponderEliminarSuscribo tu información, Ata, aunque lo tenéis peor, porque si encima tenéis que celebrar lo del cagaeso, pues lo tenéis claro. Sí, esta historia de Navidad revela una psiqué individual y colectiva llena de frustraciones, fracasos y necesidad de adrenalina. Así se tapa todo.
ResponderEliminarFackel, qué esencial resultas algunos días... A mí sí me gustan las navidades pero por una sola razón: porque tengo vacaciones escolares y eso es maravilloso sin paliativos. Luego resulta que me gusta el invierno, y me gusta el frío, y me gusta el viento y la nieve fuera (joder, qué burgués), y me gustan las lucecitas y eso, y esa voluntad de vivir lo melancólico y lo tierno. Ahora bien, si rasco un poco (que prefiero no rascar) me encuentro con lo que dice el gran Pasolini, fundamental ahora y siempre. Es cierto, radikal y asquerosamente cierto. Pero no estoy dispuesto a que me invada el muermo, porque luego, después de reyes vuelvo al curro y el muermo es entonces más real y más puta. Así que te juro que pienso vivir esta mentira a fondo (agobiado por tanto encuentro familiar, no lo negaré), probablemente nos escaparemos a París, daré una vuelta en barco por el Sena y pensaré que queda mucho por luchar, pero mañana será otro día, chico. Un abrazo grande, que por cierto ayer hablamos de ti con otra amiga de tu blog, jeje, de lo mucho que nos gusta leerte.
ResponderEliminarBuah, Fackel, la intensidad y fiereza de Pasolini me deslumbró.
ResponderEliminarNada que añadir.
Por desgracia no es sólo la navidad. Hay demasiadas fechas lamentables donde el hombre da lo peor de sí: cada día que se desata la pasión futbolera (ese microfascismo tácito, envilecedor y tan poco denunciado), cada día que un ser humano alza la mano o la palabra contra otro.
No tenemos remedio, amigo.
Un abrazo
Ramón. Que yo te entiendo, que nos pasa a todos un poco lo mismo, que eso no quita que aceptemos la voz ajena (Pasolini) convirtiéndose (relativamente) en propia. Se trata de pasar el máximo posible de la presión. Tomar el tiempo como otro tiempo cualquiera, que ya veo que no lo es para quienes tengan vacaciones. Tener vacaciones ya es un triunfo, ya distiende. Esa sensación (semi engañosa, semi real) de que dispones del tiempo.
ResponderEliminarAh, y si habláis de uno, por favor sed benevolentes, aunque habléis mal, jajn.
A que sí, Stalker. Pier Paolo siempre es Pasolini. Y sí, hay más circunstancias y fechas abrumadoras, pero en pocas se concentran tantas contradicciones que aturden como en ésta.
ResponderEliminarBueno, díscolos que somos, ¿no? Sin solución.
Paz...iencia
Lo amé, lo amo con devoción profana. En muchos sentidos este hombre fue mi papá, Fackel, en sentidos que puedo explicar y otros ... para los que no atino con las palabras. Está más vivo que yo misma y necesitamos rescates como el tuyo. Gracias por hacerlo. Y por estar. Te abrazo fuerte.
ResponderEliminarLo curioso es que cuanto más tiempo pasa, Mariel, más lo entiendo. Aunque sus películas - y no he visto todas - las seguí en mis tiempos jóvenes de cineclub, no lo captaba muy bien. Me llegaban sobre todo las películas más lineales de él, si es que alguna es más lineal. Por eso necesito revisitar su cine ya. Más tarde descubría parte de sus textos. Pare entender algunos también era preciso conocer la realidad política y social italiana del momento. Pero ahora que ha pasado tanto tiempo, ahora que muchas características españolas son como las italianas o de otros lares, ahora que nos vamos familiarizando con la podredumbre, la normalidad corrupta y la miseria cultural (ojo, siempre superior en Italia) propias es cuando todo lo que quiso decir y dijo se presenta diáfano a mis ojos.
ResponderEliminarHay que releerlo.
Por cierto, interesante eso de la influencia paterna sobre vos, piba.
Un beso.
No se puede decir más claro. Y diez años después, con el mundo de rodillas ante un virus, el consumismo sigue aprovechando el tirón de estas fechas, con menos euforia seguramente porque no están las cosas para gastar de forma desmedida, pero sigue con su quimera de que necesitas tener mucho y acumular y estar a la última... para ser aceptado y encontrar la felicidad.
ResponderEliminarPorque el género humano occidental, y acaso parte del otro, que seguramente sigue pautas análogas, busca llenar sus vacíos en la posesión de objetos y en la consolación de las apariencias, ya sabes, los abrazos y deseos dichos a tutiplén con nuestras boquitas. Y te diré algo más, Ana. El sistema, digamos, procura que nos sintamos culpables si no consumimos como el mercado quiere. El rol de culpabilizar a nuestras conciencias que tuvo la Iglesia lo tiene ahora el sacrosanto Mercado. Aquellos predicaban, predican, un infierno, y los del mercado nos repiten que si no consumimos no se vende y no se vende crecerá el paro. Como ves, seguimos entrampados en las grandes farsas de la Humanidad, para los que no veo salidas. Y a mi edad el recurso a la utopía no me sirve. Piensa en ello y ya me dirás.
EliminarSorprendente el artículo de Pasolini. Una asombrosa visión de futuro en el 69, que aunque Italia estuviera por delante nuestro política y económicamente, no creo ni por asomo que el consumismo estuviera como ahora.
ResponderEliminarEsta tan clavado todo con la actualidad, que he tenido que volver atras, a ver si se habían cerrado las comillas y eras tú el que estaba volviendo a escribir.
Todos (o casi) estamos de acuerdo con lo que escribe, pero no todos podemos irnos al Sáhara. Y los niños qué?
Que hacemos? Ignoramos las fiestas estacionales ( todas las culturas las celebran de un modo u otro) y seguimos trabajando como si no existieran. Hay que darse alguna motivación, aunque sea medio falsa. No hace falta comprar nada, solo para los niños, porque la ilusión de ellos nos alimenta a nosotros. Cuando crezcan y sepan la verdad, que hagan ellos lo que les parezca.
Buff. Me he enrollado mucho para no decir nada nuevo.
¿ como es que tienes un comentario de 2020?
Otra petición?
Feliz solsticio anticonsumista
Es un planteamiento, un argumento, una conducta al uso, ¿una coartada? Elíjase a gusto...del consumidor. Salud y paciencia.
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