Observen, estimados visitantes, el cuadro de la vieja del maestro Massys. Ahora permítanme el exceso. ¿Se siente alguno de ustedes representado en el gesto de rabia que es sinónimo de desesperación? Olviden por un momento que es anciana, que está ajada por lo tanto, que sus fuerzas flaquean pero no pierden instinto, y piensen para sí si no han caído alguna vez en una conducta de maltrato corporal con ustedes mismos. Por supuesto, tal vez hayan preservado sus cabellos y no se hayan abofeteado ni golpeado con el puño a una pared. Pero ¿acaso no hay golpes en que no son los músculos ni los nervios exteriores los que actúan sino un estado de excitación íntimo que puede dejarlos maltrechos? Bien, ahorren el pensamiento interior y echen mano del cajón de sastre. La locura. Está loca, concluirán ustedes sobre la vieja. ¿Piensan cuando se sienten desbordados que también ustedes pueden estar locos? Ya digo, un saco roto este donde cabe cualquier comportamiento repentino sin control. Pero...toda actitud tiene su proceso. Por ejemplo, ¿han desatado con frecuencia la ira? ¿Les carcome la envidia porque se acomplejan con lo que consideran su propia infelicidad ya que les parece que no les persigue a otras personas? ¿Les traiciona el orgullo, esa excesiva y relativa fortaleza de la que se hallaban tan correspondidos? ¿Hacen de los pequeños fracasos cotidianos un castillo desmochado o una nave al pairo? Un pequeño fallo en su vida más o menos afortunada, y quiero pensar que equilibrada, ¿ya les hace sentir desgraciados hasta extremos de desear un mal a otros o bien sentirse frustrados en mayor medida por el pequeño incidente que les ha llevado por deseos turbios? Seguramente algunos de ustedes, sagaces visitantes, han captado el alma perturbada de la vieja. Aprovechen al contemplar la violencia ajena y hagan de la imagen un acto de contrición de sus personales desavenencias. No aspiren a que la imaginación predeterminada, ya saben, ese mundo de las ideas que a todos se nos ha impuesto y que tanto nos condiciona, convirtiéndonos en sumisos cuando no carentes del ejercicio del libre albedrío, les pase factura. El desvarío es dejar de seguir pretendiendo ser, que es tanto como recortar un camino que, no se engañen, tampoco conduce ni al edén ni al infierno. Al menos no necesariamente, si sabemos medir los pasos. ¿Qué digo? Demasiada ansia nos conduce a la ansiedad. Excesiva prepotencia nos depara pequeñez. Reacciones airadas sobre otros o contra nosotros solo provocan desequilibrio. Sufrir celos por los logros ajenos, porque nos parece que los nuestros son deficientes, acaba enfermándonos.
Atónito por el sermón el grupo de visitantes contiene la respiración. ¿Meditan o temen? La señora McMillan hace un aparte y le susurra al oído a su esposo. Pero este tipo, ¿qué es? ¿Un guía del museo, un psicoterapeuta, un moralista, un vendedor? Señor guía, levanta el dedo la señora McMillan. Disculpe si le interrumpo, pero ¿no se está saliendo del tema central del cuadro? El cicerone hace una mueca prepotente. Ah, el tema del cuadro. ¿Usted querría que hubiera empezado por ahí? Le complaceré, ya que usted no es exigente y prefiere una interpretación sencilla. Sí, simplemente se trata de una vieja tirándose de los cabellos, cuyas razones desconocemos. ¿Le basta? ¿Quiere que nos traslademos a otro cuadro? La señora McMillan ha salido contestataria. ¿Y si la intención de la anciana hubiera sido tan solo asear a fondo la cabellera?
* Vieja mesándose los cabellos. c. 1525/1530. Atribuido a Quinten Massys. Museo Nacional del Prado.