Se pregunta qué es lo que le deslumbra. ¿Lo nuevo, lo intenso, lo desconocido, lo magno, lo sorprendente, lo excéntrico? A lo nuevo no lo considera sino lo recién llegado; meramente. Siempre se pregunta si lo nuevo es tan nuevo como aparenta. Lo intenso tiene ese tufo inevitable que despide la percepción ansiada de un deseo. Lo desconocido puede tratarse de aquel agujero oscuro que sigue siendo oscuro. Lo magno le resulta con frecuencia diminuto. En cuanto a lo sorprendente le parece que reside en la falta de adecuación de la propia receptividad.Y sobre lo excéntrico, ay, ¿qué decir acerca de lo excéntrico? Su fama dudosa no está sino motivada por la incomprensión misma de los hombres. Es la racionalidad contradictoria y maltrecha de estos la que le saca de quicio. Los hombres se constituyen en patriarcas de una lógica aparentemente ordenada, repleta de contradicciones y falsedades. Y ese patriarcalismo autoritario conlleva el desprecio sobre cuantos lo denuncian. A estos se les tilda de orates, de excéntricos, de subversivos. Lo que deslumbra. Él se contestaría a sí mismo que lo que deslumbra es simplemente el reflejo de las cosas. Las cosas, ya sean objeto o acontecimiento, poseen esa propiedad ineludible de incidir sobre las vidas. Y sin embargo, no tienen vida propia. Son sombras chinescas que juegan a aseverar como realidad indiscutible lo que suelen ser proyeccciones. Son nuestras flaquezas o nuestras afirmaciones, nuestras ignorancias o nuestras pretensiones, nuestras desmesuras o nuestros límites, nuestras insensateces o nuestras corduras, nuestras decisiones o nuestras dudas. Todo ello, en su manojo ambivalente, es lo que ata los destinos perecederos. Algo que, a la postre, obra como bumerán. Atrapado entre la indecisión sobre si abrir o cerrar los ojos, el hombre no quiere convertirse en la representación imaginaria.
(Autofotografía de Jorge Molder)
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