El príncipe se asoma a la puerta del palacio. El príncipe se cree que lo es. Tampoco es mendigo. Qué importa lo que sea. Hay una puerta entreabierta. Un espacio interior que se abre a la calle. Prueba. No sabe de lo exterior. Hasta ahora todo son mimos y carantoñas. Le han acariciado manos frágiles. Dentro de la casa huele a gel y a perfumes elaborados. Demasiado extraño, aunque esté acostumbrado. Intuye que no va a poder ser así toda la vida. O acaso sí. Otea el asfalto. El hedor de las cloacas pasa ante su nariz. Teme. Es diferente a la costumbre. Ese olor le repugna por desconocido. Pero con él llega otro tufo que conecta con su especie. La atracción de la sangre le llama. Dilema: salir o no salir. El precio de la domesticidad le vincula. No sabe casi nada, pero a veces ve a otros de su especie deambulando por lo solares. Algo le rasga en el umbral. ¿Saldrá o no saldrá?
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