los apestados se miran unos a otros con desdén; se separan, se observan con asco, se taponan la nariz, vuelven a agruparse; los apestados se consideran, no sin dudas y equívocos, de la misma causa, no obstante se crea diferente cada uno de ellos respecto del otro; los apestados viven desdoblados en extrañas personalidades, y en algunas de ellas ya no se reconocen; proceden de algún origen, pero no recuerdan cuál; tienen vagas imágenes a las que algunos denominan memoria, sin que puedan desarrollar una interpretación de la misma; sienten necesidades elementales que cubren con ímprobos esfuerzos, pero se sienten zaheridos por una profunda llamada que les convoca para una vida superior; pero ellos son unos apestados; los que lo saben con claridad dudan entre reaccionar o asumir su condición hasta la muerte; los que lo desconocen visten y se revisten como si la enfermedad no fuera con ellos; se comportan como sanos, se desplazan con ostentación, confían en su aparente seguridad, hasta que un día uno quiebra, al otro día lo hacen otros dos o tres, y pasan así a formar parte del grueso de los apestados; los apestados vagan desconcertados, ora buscando quien les sugiera el camino a seguir, ora corcomiéndose por la mala elección efectuada en su día y en su vida, ora ofreciéndose una vez más al mejor postor como si éste no supiera el estado de la naturaleza de cada uno; los apestados se asombran de que a ellos les pueda estar pasando esto, pero en esa condición del asombro hay algo menos enajenante que hace que se pregunten: qué nos ha pasado, por qué llegamos donde hemos llegado, cómo no nos dimos cuenta antes; balbucean, más que hablan; construyen sintaxis confusas, más que analizan; se temen entre sí, pero se necesitan; y en la percepción de esas contradicciones hay algo convulso; si lo convulso prospera puede haber también una cierta redención; algunos apestados se conforman con sobrellevar a cualquier precio su situación; otros esperan que les venga la salvación por arte de vobilis vobis; algunos más disconformes plantean que solo desde sí mismos se pueden elevar; los apestados se extienden por los confines de la tierra y dialogan con los insectos recabando de ellos sabiduría
(Ilustración de Camino Roque, http://caminoroquetaller.blogspot.com.es/ )
Muy bien expresada esa paradoja que casi me atrevería a definir como la gran paradoja cotidiana. Nos asustamos, nos repelemos, nos damos ascos, y nuestras heridas son las mismas.
ResponderEliminarCómo me ha recordado al hermano de Lázaro de Tormes, que se asustaba del color negro de su padre siendo él mismo negro.
Escritos como este tuyo lograrían cambiar el mundo, para bien, claro, caso de que pudieran ser leídos por más de los que habitualmente lo hacemos. (Al leerte mi instinto me llevó a olerme...;)
ResponderEliminar(Aparte, ¿te supondría mucha molestia activar en las entradas los iconitos para compartirlas en twitter y demás?, caso de que no las tenga activadas por simple descuido, claro, o sea, que tengas especial interés en no disponerlas.)
Un beso, Fackel. Siempre importante leerte.
Esto huele mal...:)
ResponderEliminarQué gran Lázaro, qué gran libro, Ramón. Tú lo dices, paradojas.
ResponderEliminarSofía, ay exagerá, qué van a canviar nada mis escritos. Demasiado que el mundo me ha cambiado a mí y el ser renegón que me habita -hay otros seres que lo hacen- se despacha de esa forma verbal.
ResponderEliminarRespecto a eso de activar, lo miraré, no creo que lo haya tenido nunca. Simplemente antes no existía y si ahora están es que no me muevo en otros planos, no sé.
Gracias por seguir leyendo mis devaneos cotidianos.
Francesca, desde hace tiempo, y no era Dinamarca lo que se inundaba de hedor.
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