Acabas de caer rendido y te miro discretamente. Cuando me parece que tu sueño es profundo desciendo del estante y me acerco a comprobar tu respiración. La siento leve y calma, y su vaho apenas humedece mis músculos arqueados, que nunca sé si lo están por su tirantez o por su distensión. Mis facciones son así y no saben ser de otra manera. Tu espiración abandonada me dice que te has sumergido en el olvido del día. Entonces mi rostro se despliega más allá de sí mismo hasta convertirse en cuerpo entero. No temas. Sé moverme por las habitaciones sin hacer ruido y jamás podrías oírme. Tampoco temas asustarte por el hecho de que despertaras de improviso. En ese caso improbable sólo verías mi cara de arcilla como un adorno más de la casa. Me alejo de ti, aunque tú, no sé por qué, supones erróneamente que penetro en la intimidad que te acoge al otro lado de tu conciencia. Nada más distante de mi pretensión que escudriñar tus pasiones o dirigir tus sueños. Estoy aquí para velar por tu descanso y apostar para que la nueva jornada te sea favorable. Te engañaría si te ocultara que tampoco soy tan inocente ni tan altruista. Alguien que te aprecia me rescató de una arruinada ciudad del desierto que está al otro lado del mar. Al principio no me hallaba en el nuevo espacio. La sequedad del lugar de mi origen y la aspereza de este destino inesperado no son del mismo rango, aunque se asemejan. Así que permanecí expectante. No tengo especial interés por los días. Mis días pertenecen a culturas antiguas y el sentido de mi existencia se extravió cuando éstas desaparecieron. Pero hay algo en tu casa que me coloca nuevamente en un territorio cálido que no me desaloja del todo. La mayoría de los objetos que andan colocados o tirados por huecos y escalones me son desconocidos. Muchos de ellos incluso ridículos. Y no obstante, hay algo que me empuja a poseer tu paraíso de los libros y a moverme entre esos seres inmóviles. Aprovecho tu sueño para dirigirme abiertamente a ellos. Para que tú no me malinterpretes y para que ellos se sientan libres en el momento de dialogar conmigo. Es de esa manera por la que me voy enterando de sus vidas pasadas y de cómo cada cual preserva un trocito de recuerdo que es parte de ti. Tal vez no te des cuenta del afecto que cada objeto siente por su propietario. Y de la orfandad que padecen cuando no los tocas y cuando no los acaricias y cuando no dejas que reviva en ti el episodio que les vincula como alguna suerte de fidelidad que el azar puso en sus manos. Y que les hace únicos. Puede que ahora entiendas mi misión. Y de qué manera me siento útil tras siglos de sepultura bajo la arena tórrida del silencio.
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