“...y de ahí que al encontrar aquella silla mi mente se salpicara agitadamente. Ya no estaba mirando al patio. Ya no tenía delante el paredón de ladrillo ennegrecido. Ya no se empotraba bajo la abertura de la mesa artesana. Ya no sostenía mi cuerpo inquieto. Ya no cabían las horas de ensoñaciones que suplantaban a las obligadas. Ya no traicionaba aquel estudio que debería haber afrontado con ahínco. La silla estaba sola, polvorienta, descolorida. Había permanecido ahí por olvido y ahora no quería desproveerme de ella. Testimonial, escasamente estética, humilde. Su única utilidad consistía en ocupar un espacio menor. Miento a otros, os miento a todos. Pero no me engaño a mi mismo. Sé que su significado dispone un uso superior. Un uso cuya física se desarrolla en mi cerebro. Es una motivación que surge en días grises, pero también en momentos luminosos. Ahora hay más luz. Sin casa vieja delante de la ventana no hay una vista espectacular. Es improbable en una casa de barrio antiguo. Pero a partir de la línea del horizonte de los ojos elevas la mirada y el cielo se te abre como no lo había hecho en tu adolescencia. Y piensas que si esta luz hubiera existido entonces tal vez tú habrías acontecido de otra manera. Sigues soñando con lo incierto. Hay días en que lo hago así: levanto la persiana, abro el cuarterón de la ventana, dejo que el sol o las nubes tomen la habitación a su manera, permanezco quieto mientras este fenómeno veloz se produce, coloco en alguna parte del cuarto la silla, no siempre en el mismo punto, cojo otra de las de ahora y me siento en ésta. Me siento a contemplar la silla vieja. A veces cambio de posición yo. Durante estos años he cambiado de posición en infinidad de ocasiones. Todo el mundo lo hace. Al fin y al cabo, pasar la vida es estar cambiando de posiciones físicas con más o menos frecuencia. Con más o menos constancia. Estiro las piernas, alargo los brazos en cruz, echo hacia atrás la espalda, trazando una curva con medida. Observo la silla como si fuera el arcano. Hay un instante en que tengo que tragar saliva, porque algo sube por el pecho y rasca con acritud mi esófago. No quito la vista del contorno inmóvil que aguanta mi mirada...”
Haz feliz al perro; no cuesta nada.
Hace 11 minutos
te saludo, hermano.
ResponderEliminarya está
Los recuerdos impregnan tanto las cosas que dejan de ser cosas y se convierten en símbolos. Es una bendición y una maldición a la vez. Es una silla, pero no es una silla. Podemos desapegarnos, claro, pero a costa de qué?
ResponderEliminarUn beso
Grato saber de ti, compañero.
ResponderEliminarSuficiente.
Rat, das en la clave. No tengo claro que podamos despegarnos de los símbolos ni de la memoria. No.
ResponderEliminarUn beso.
No. No podemos. Como dice Rat,bendición y maldición. Lo que nos da constancia y coherencia y lo que nos quita libertad para ser mil otras cosas y sentir mil distintas vidas con mil distintos "yo".
ResponderEliminarDescansemos.
Ah, nuestras limitaciones, Lagave.
ResponderEliminarDescansemos, sí.