“...ni dejo de leer las líneas del respaldo. Como una partitura virgen en la que estuvieran por escribirse las notas. Un lenguaje que no sé si sabría retomar, una vez extraviados los sostenidos y privado ya de las figuras y de las claves que han compuesto todos estos años de mi vida avanzada. Y ahí, sobre él, sobre el pentagrama de madera, la espalda se dejó trazar largas jornadas. Me sorprendo de la simplicidad de la silla, a la que tenía olvidada. Ahora miro su proyección en la pared y de pronto siento cómo me llega un aroma. No es posible. Es incisivo, frutal, salino. La habitación no guarda más que olor a ranciedad. El aire frío que penetra al abrir la ventana orea el interior, sin desalojar del todo aquel miasma de abandono y clausura. Pero el perfume procede de una lejana fidelidad alojada en mi. Sé que estoy sólo en la estancia, en la casa, en la finca. El dominio que creía ejercer hasta este instante flaquea. Cierta agitación me hace aguzar la nariz y mirar a los lados. Es cuando sospecho que una sensación resguardada por la memoria lejana la salta. El lugar, una manera de estar yo allí, un tempo en el que me hallo que no se había producido antes. Una confluencia de realidades que laceran mi cuerpo, una agitación de deseos recónditos que imaginaba perdidos, un desbocamiento de recuerdos que bullen al son de la observación. Busco con avidez los factores que expliquen el ensueño que sufro en este reencuentro. El olor se hace cada vez más próximo. Me tapo la nariz y la fuerza que me invade aumenta. Intuyo que detrás de aquella fragancia se aceleran imágenes desordenadas. Que el afinamiento de un sentido va a dar escape a antiguos fantasmas. Acaso dulcísimos, y así mismo tal vez extraños o incomprendidos...”
Haz feliz al perro; no cuesta nada.
Hace 8 minutos
Había unos chicles de menta, no diré la marca comercial por no herir a la competencia, je. Cada vez que abría un chicle de aquellos me acordaba de un chico de Lugo que vino a Huesca a estudiar a la Universidad Laboral de aquel entonces. Recuerdo su nombre, Paco. Y poco más. Pero aquel sabor-olor del chicle me traía pasados muchos años aquel nombre y la imagen de las reuniones de nuestra pandilla en el parque municipal.
ResponderEliminarEn fín, la luz tambien nos trae imágenes que están muy bien ubicadas en la memoria. Y creo que lo están para poder salir a nuestro pensamiento cuando las necesitamos por alguna razón que se nos escapa.
Esa silla de tu post, parece ser un lugar importante, la he visto alguna que otra vez por aquí.
Bueno, hermano curioso y observador, que tengas una muy buena tarde.
Un beso, no sin antes decirte que es un placer leerte.
Salud y resistencia!
Esa silla tan simplona fue un lugar en mi vida, y entonces lo más elemental era importante. Luces y objetos rescatan lo perdido. Pero no los devuelven. Para qué.
ResponderEliminarBuena noche si bien escéptica.
Los recuerdos se disparan ante cosas sencillas. Me gusta particularmente este -tu- reencuentro
ResponderEliminarSobre todo si la sencillez es expresiva, pero es que hay objetos que hablan y acogen personas, como es el caso de esta silla. Me alegro que te guste.
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