"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 7 de noviembre de 2011

siete de noviembre (pronto)



la luz es turbia desde que echa a un lado las sábanas; ¿quién sabe más de sus sueños? ¿las sábanas o él mismo?; no le cabe duda, las sábanas se impregnan de su calor, de su olor, de la inquietud de sus movimientos; las sábanas se dejan herir también por su apuñalamiento; deben saberlo todo de su secuestro nocturno; el agua y todo eso que se hace al levantar es como una barrera a la noche, pero no una exclusión; ha arqueado las cejas como un gesto de ratificación; nunca se había contemplado tanto las cejas, tan pobladas, tan vehementes en hacerse notar; la luz es turbia al otro lado de su guarida, donde hoy no siente el cimbreo de los árboles ni escucha el murmullo del riachuelo; es más turbia cuando se pone a andar por la calle y echa pestes de que ésta se haya convertido en un almacén de muebles, de señales, de objetos que la ocupan y borran su perspectiva; el ruido del tráfago rasga el escaso humor que le queda; grandes cartelones colgados de las farolas abusando del azul enseñan, enseñorean, personajes ridículos que anuncian la felicidad para los pobladores; ¿habrán convertido también al ave marina del icono en algo ridículo?; demasiado retoque en unos rostros que se le antoja de muertos; él ama el azul, pero ya se ve que el color, ese color, cualquier otro color, que no pertenecen al dominio de los hombres, puede ser adulterado y prostituido por los hombres; la luz es turbia y no puede elevar la mirada, le hace daño el azul de los carteles; si al menos el día estuviera despejado, piensa; si al menos hubiera todavía algo del auténtico azul dentro de mí, murmura calladamente; el color que no se trueca enseguida en símbolos, sino en percepciones libres…




(Fotografía de Jorge Molder)

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