Hace todo lo posible por dar la talla. En su afán por integrarse desvaría. Tal vez no se da cuenta de que es fácil adaptarse al comportamiento del humano medio. Sólo se requieren ciertos gestos aceptados comúnmente para pasar desapercibido. Y acaso algunas actitudes más explícitas para ser aceptado. No es necesario apurarse más. Pero él necesita creerse el papel más que nadie. Cuando ve su reflejo en un escaparate se preocupa. Los ojos le parecen dos agujeros sin vida. Y demasiado puntiagudas las cejas. Tampoco he logrado suavizar los embolsamientos de los párpados, reflexiona. Se mira en exceso, sin caer en la cuenta de que los que transitan por la calle van absortos a su vez, y que no van a observar nada extraño en él. Pero no se siente seguro. No se ve a sí mismo como en realidad le ven, y eso le traiciona en sus ademanes. Despliega una amabilidad excesiva con la gente de las tribus. Me van a descubrir, teme. Precisa aumentar el ritmo de su acción. Desea normalizarse. Entra en un café y pide. Luego se sienta. Ha visto que lo hacen así los señores y él copia. Lo hace bien. El camarero le sirve y se sonríen mutuamente. Esa es buena señal, piensa. Despliega uno de los periódicos que hay para uso de la clientela. La tipografía le resulta extraña, pero mueve la cabeza como si saltara de un artículo a otro. Pasa la página con clase, se diría que hubiera estado haciendo esto toda la vida. En su otra vida. Levanta la taza con sumo cuidado, para no sobrepasar la altura de su boca. Mira a los lados y se decide a afrontar el desafío. El calor del café le obliga a hacer una mueca de espanto. Mira al frente, justo hacia una mesa donde una muchacha joven le está mirando con atención. Él cree que hasta con descaro. Vuelve a temer que detecten su farsa. En su empeño por normalizarse prueba nuevamente a tomar. Demasiado tenso, me voy a traicionar, piensa. Alza de nuevo la taza, con fuerza superior a la exigida por el ejercicio. Casi mete su nariz en el café. La chica ríe, quedamente, pero sin quitarle ojo. Él no sabe qué pensar. Una verdadera prueba de humano, se dice. El pequeño goteo de café por la punta de la nariz le produce cosquillas. Muy oportunamente, mantiene la mirada de la joven. Considera que debe aprender y responde a su vez con una risa. Más estridente de lo necesario. Está claro que no ha hecho suficientes deberes para saber estar. La chica hace un gesto con el dorso de su mano pequeña sobre su nariz pequeña. Un mensaje, me envía un mensaje, se repite él. Y él, a punto de quedar desarmado, copia. Reproduce el movimiento tenue que le brindan desde la mesa de enfrente. Un alivio. Él siente que los ojos de la muchacha están en la vertical de los suyos. Y ahora, ¿qué?, piensa.
Tan real como la vida misma...
ResponderEliminarTu relato me lleva a los chamanes pues dicen que la conciencia es atención, pues se alimenta de ella de ahí lo de estar conscientes y atentos a todo.
Separemos el orden social de ese hombre y ..¿que le queda?
buen día.
¿Eso lo dicen los chamanes o Carlos Castaneda?
ResponderEliminarDime tú que te parece que le queda, Tula.
Buona sera.
Lo dicen los videntes del Mexico antiguo, luego lo corrobora uno a los pocos.
ResponderEliminarA ese hombre le queda todo.
un beso.