Todo ha devenido en palabrería. La iconografía revolucionaria histórica, al servicio del mercado. El puño ha quedado en la débil sujeción de una bolsa. El maniquí, cuyo rol es su pasividad, sirve igual para un roto que para un descosido. ¿Son los tiempos o la rendición de la clase obrera? Pero, ¿y si algún día ese simbolismo ahora reapropiado y prostituido se toma la revancha y salta de los escaparates a la calle? Lo importante no es recuperar viejas caligrafías e ilustraciones. Ni otorgarles categoría religiosa. Lo necesario es el fondo: lo que queremos tener, lo que necesitamos lograr. Y cómo. ¿Hacia qué horizonte deseamos caminar? Ya se inventarán nuevos lenguajes y nuevos pictogramas. ¿O no hay horizonte? ¿O ya no se piensa? ¿O ya no se aspira? Quiero creer que hay otra vida más allá de la dictadura del mercado.
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