Desciendes en caída libre desde un mundo espectral que te espanta. No más que éste. No más que toda una sintaxis de obligaciones, desquites e intemperancias que no acabas de proclamar. Algo no encaja para que converjas en picado sobre tu propia observación. Algo que el objetivo procura por ti. Tendrías que verte ahora, como yo te veo. Montones de días de ceniza después. Demasiada belleza -¿maldita o casual?- en ese juego de escorzos y luces tras los que te escondes. Bajas desde una vertical de desencanto, y sin embargo haces creer que emerges. ¿Cabe mayor triunfo que dar la vuelta a la apariencia y apuñalar lo real? Algunos dirán que te crecías en tu ego soberbio y desmesurado. Pero ¿quién podría negarte el derecho a que sintieras crecer tu cuerpo y sus reflejos como los territorios que jamás llegarías a recorrer en su totalidad? Convertirte en la prueba de ti misma. Hacer de la utilización de tu propia cámara la mayor compañía de teatro donde representabas y asistías a tu representación misma. No había suficientes atrezzos para tus juegos ilimitados. No existían patios, estancias, descampados, esquinas o agujeros donde no pudieras llevar la función de la exaltación que tanto necesitabas. La soledad no te oprimía, te hacía arreciarte. El disfraz, ¿era ocultación o una pista de tu personalidad? Tu descubrimiento oferente, ¿era el embozo que debía engañarnos a todos sobre ti misma? Hay quien dice que el surrealismo requería un estudio, una pose, un montaje, un artificio. Tú lo tenías fácil. Más auténtico, menos elaborado. Tan efectista. Lo encarnabas con una caracterización juguetona, posicionando una relación de tu cuerpo y de tu mirada con los objetos. Los objetos a tu servicio, como parte de tu piel, de tu figura, de tus posturas. Simplemente ocurría con el espacio. El suelo, la pared, el fondo de la ducha, el dintel de una puerta, las raíces sumergidas de un frondoso árbol, unas cortinas extendidas, una chimenea de salón...o simplemente la habitabilidad deshabitada de tu desnudo infinito. En cada superficie quedó tu estampa. La osadía que nos legaste. La fotografía te agradecerá ese triunfo exultante de la aprofesionalidad que tú simbolizas, en tiempos del máximo toma y daca de la obra como negocio. La victoria de la naturalidad del arte en manos de una soñadora lúdica. Nosotros disfrutamos con tu ofrecimiento.
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Hace 1 hora
O sobre un espejo gateando.
ResponderEliminarQué turbadoras sus ideas.
Paralelo 49
He visto algunas fotos en la red de esta norteamericana. Son increíbles, ¡y sólo tenía 22 añitos cuando murió! Qué destino tan trágico tienen ciertos genios, verdad? Tu comentario, muy a punto. Espero que nos deleites con más reproducciones de esta fotógrafa surrealista sui generis. Un saludo cordial.
ResponderEliminarQué nos quisiste decir, qué se movió dentro de ti, qué sensación cortante se agolparía en la torsión de tu cuerpo.
ResponderEliminarVen desde la tierra, desde las raíces y dinos qué verdad o qué vacío necesitas vomitar, Francesca.
Paralelo 49
Creo que los comentarios los hacéis vosotros mejor que yo.
ResponderEliminarSí, Juanjo, eso de destino trágico es algo tan misterioso como lógico. Como no sabemos apenas nada de Francesca, nos parece misterioso. Si supiéramos algo más, acaso nos pareciera consecuente. O no. Todo el mundo suele sorprendente de los suicidas, al menos de los que se anuncian.
Sigue aportando sugerencias, Paralelo. Sigue preguntándola...
Buena primavera (en ciernes)
Quise decir...
ResponderEliminarTodo el mundo sigue sorprendiéndose de los suicidas, al menos de los que o se anuncian...
Vaya mañanita de dislates. ¿Será la ver?