La dureza de volver de improviso al pasado. Aunque este retorno acontezca con un sencillo ejercicio de recuerdo. O consagrándolo a través de un símbolo totémico. O acaso llevando a cabo una peregrinación física que busca reconciliar la memoria. Un poco de todo eso era lo que el hombre pretendía al llegarse en un amanecer de tormenta hasta un paraje que no visitaba desde hace muchísimos años. Un espacio de su infancia feliz, de su tiempo extraviado o al menos diferente. No sabe muy bien que motivó su visita. ¿La mera curiosidad? ¿Ese pragmatismo que cuando uno se hace mayor le pide a sí mismo comprobar qué fue de tal lugar? ¿Una extraña y oculta invocación a sus raíces? ¿Un simple pasar por allí cerca? Pero el hombre no se tiene ni por esotérico ni por vindicador de patrias perdidas ni por nostálgico de solemnidad ni mucho menos por cronista de lamentaciones. Sí se tiene más que nada por espontáneo. Es débil, pero fértil, en sus ocurrencias. Persigue aún las sorpresas. Los frutos ocultos y deseables de la vida. Y de vez en cuando le atiza también un ramalazo por comprobar las fechorías o por agradecer las bondades del tiempo transcurrido. Recordar implica riesgos. Tratar de recuperar elementos que pongan en marcha los complejos mecanismos de la memoria pasada supone inseguridades. Pero al hombre le gusta echar pulsos consigo mismo, y los motivos siempre son excusas. Y sin embargo, lo que él temía que consistiera sencillamente en un paseo por la melancolía ha acabado en una cabalgada por la indignación. La dificultad en hallar el camino donde se situara aquel icono de su niñez, la vieja fuente, le hizo perder la paciencia. El misterio por no encontrar aquellas escalinatas y el viejo y oxidado caño le abrumó y le llenó de desesperanza. ¿Habrá desaparecido todo?, pensó. ¿Ni el camino es el camino, ni queda rastro de la fuente?, bramó en sus entrañas. ¿Me habré equivocado de andurriales?, empezó a dudar. No es la primera vez que busca algo que nunca existió sino en alguno de sus sueños. A punto de lamentar el vacío y la traición unos paseantes le dan la pista. Más feliz habría quedado de no haberla obtenido. Allí, en medio de una encrucijada de carreteras modernas, allí está. Y le han señalado una rotonda impersonal, plagada de señales, quitamiedos y bordillos. Él piensa que no puede ser, que aquello es una broma. Que lo que está sospechando no puede ocurrir en una ciudad moderna, cuya sociedad presume de dos universidades, de un nivel alto de vida y de ser parte de un camino místico. Los relatos tradicionales de la historia de aquella ciudad de vieja fundación situaban la misma fuente de su búsqueda como un punto donde los peregrinos paraban a beber el agua de la vida. Ya se sabe que las tradiciones tienen algo de verdad, pero nunca se sabe con precisión qué de vericidad. El hombre desafió el tráfico, se sumergió en la rotonda, y allí, como una pequeña mastaba egipcia a punto de ser engullida por la arena, yacía postrada la antigua fuente de aguas saludables. Obsérvese el tono funerario de la redacción. Tal cual. La fuente estaba enterrada en medio de la rotonda, abandonada, despreciada. El hombre bajó los escalones, tocó el ligero hilillo que aún intenta salir del manantial (¿o eran los residuos de la lluvia de toda la noche?) y se ungió la frente y la boca con ella. Un gesto. Una concesión a la supervivencia. Un ritual que sólo él entiende. Cuando ha hecho las fotos el alma se le ha llenado de enojo. Ni él se olvida jamás de la aportación de aquella fuente, ni perdona la barbarie de estos tiempos y de sus autoridades que no saben respetar. Y sin embargo, una vez más, sólo le ha salvado un texto que él no recordaba. Una inscripción mimosa, llena de dulzura, de solicitud, de entrega. Y se alejó del lugar dándole vueltas a esa idea que tanto le obsesiona: ¿será verdad que las letras salvan? Pero, ¿quién leerá hoy esa inscripción tan amorosa?
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Hace 1 hora
Curioso avatar que se repite el nuestro. Un mismo recuerdo de infancia. Yo con mi abuelo, dando la Vuelta del Castillo, hacia la fuente del Hierro. Él creía en sus propiedades y los dos bebíamos allí y nos volvíamos a casa (calle Padre Calatayud). Yo ya volví a la ciudad en varias ocasiones, y descubrí otra fuente, esta nueva, esta ahora revelada: Pozoblanco. El pozo que hoy puede verse bajo un cristal. Yo vivía en esa calle cuando el pozo era -tal vez- un recuerdo de otros, mayores que yo, y yacía sepultado bajo el asfalto. La fuente, ahora ahogada, es la ciudad creciendo sin piedad de nuestros recuerdos. Y nosotros buscando nuestro croasán de Florida o nuestro suizo de Taberna, queriendo recuperar con un sabor, un tiempo que ya no vuelve más que en la memoria. Cómplices saludos.
ResponderEliminarEl agua es símbolo de origen, también de fertilidad, también de curso, también de purificación, también de aplacamiento de sed, también de conocimientos...llámese pozo, fuente, arroyo o mirada humedecida...
ResponderEliminar(Controla el caballo desbocado de los recuerdos, que derriba el jinete)Saludos y gracias, Aranguren.
Desde luego, si lo de las fotos es así, qué vergüenza. Siempre se ha sabido que los tiempos mandan, pero de qué burradas no es capaz el hombre y más los urbanistas. ¿Porque era una fuente modesta, como se la ve, se merecía este desprecio? Y encima dirán que gracias por haberla mantenido, que es como si no. ¿O mores o tempora? Estamos desarraigados de nuestro pasado.
ResponderEliminarO sea que sí.
ResponderEliminarEs bueno consejo: controlar el caballo desbocado de los recuerdos que si no derriba al jinete. Y es que sólo el presente existe. Gracias.
ResponderEliminarZeleste: la insensibilidad acompaña a los planes urbanísticos muchas veces. Aunque lo pequeño sea hermoso, poco cuenta frente a la megalomanía y los intereses de la ciudad dirigida por sus mercaderes.
ResponderEliminarPrincesa: ¿existir de esa manera -la Fuente sepulta- es existir? Serias dudas tengo.
Francisco: ¿de verdad crees que sólo existe el presente? ¿Y los sueños, y las memorias, y las indagaciones, y las aspiraciones, y los amores pendientes...? ¿Pertenecen a ese presente? Para mi, simples dudas, incrédulo que es uno.
Al comenzar a leer el texto he tenido que leer las primeras frases un par de veces, alguna hasta tres porque no terminaba de entender pero en seguida me he dado cuenta que no es que yo sea dura de mollera, que podría ser pero no, en este caso ha sido tu memoria la que se resistía a volver al lugar. Al terminar de leer el texto lo he entendido todo; me ha entrado tristeza y desolación al ver la foto de la fuente con la basura, además, ahí hundida en medio del hormigón. ¿Cómo es posible que hagan algo así?
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