"Hoy, no sé por qué, dudo de abrir la agenda. La página, en blanco, me pilla sin motivación. Es sábado y hace tanto calor. Si el médico no me hubiera regalado esta agenda, ¿me daría por escribir? Siempre me pasa igual. Me cuesta decidirme al principio, luego ocupo las hojas con mis ideas, mis preocupaciones, mis deseos, mis ocurrencias. Según escribo pienso en la segunda parte de cada concepto. Ideas, las justas, unas claras y otras confusas, incluso con un atisbo arriesgado. Preocupaciones, muchas, se oyen tantas cosas estos últimos tiempos. Deseos, tan ilusos como mis ideas, pidiéndome aún más. Ocurrencias...ahí ya no sé. Ser maestro en un pueblo aguza el ingenio, todo sea por atraer a los escolares y sugerirles algo que les sea útil y les despierte. Pero ahora es tiempo de vacaciones. De los niños los hay afortunados que se pasan el día en el río y los que se ven obligados a ayudar a sus padres en las tareas del campo. La escuela, vacía, ausente. Es el momento de encalar la fachada, dar una mano al interior, hacer pequeños arreglos, poner algún punto de luz más, reparar la estufa para el invierno. El material, al límite. Los mapas, cada vez más ajados, como los prismas, como los útiles de escritura, como los pupitres. Tal vez el Ministerio nos mande algo nuevo para el curso próximo. Dicen que la Enseñanza va a tener por fin la consideración que se merece. Ojalá, por el bien de los niños. Pero lo de los padres es jugada perdida. La responsabilidad que tenemos el magisterio es cada vez más elevada. No se puede decir que los que se consideran cultos en la localidad echen una mano. Más bien todo lo contrario. No les gusta nuestra pedagogía, algo tan sencillo de resumir como de entender: enseñar es estimular a los niños a que piensen y sean capaces de reaccionar con sus propios recursos. No entiendo otra forma de aprendizaje, por mucho programa ministerial que haya. A ese grupito de cultos de pacotilla que se reúnen en tertulia cada día en el cafetín del pueblo les parece tan avanzado el planteamiento como inicuo. Aún tengo que oír frases tópicas y viscerales como que la letra con sangre entra, o que la disciplina es lo primero, o que no hay más conocimiento que el amor a Dios y a la Patria. O aquella que tanto me hiere de que los chicos solo deben saber lo justo, porque si aprenden luego piensan y si piensan exigen. Eso suele decir el dueño de las fincas en cuyas hectáreas se nos pierde la mirada. Me considero una persona templada, pero no puedo por menos que objetar a esa gente malsana que considera el pueblo como su propiedad. Me siento solo, y ellos lo saben, y acaso por eso no me hacen la vida imposible. Pero ¿será siempre así? ¿Aceptarán cambios? Me pongo a escribir y el torrente de mis inquietudes no cesa. No quisiera que este diario fuera leído jamás por otra persona, y menos por los que podrían hacerme daño. El sábado avanza. Todo está quieto. El ganado se resiente de la canícula. Las mieses, en su punto. Qué solo me encuentro sin mis alumnos. Tal vez debería cogerme unas vacaciones como ellos. Avanza el día y hay demasiado silencio. Hasta las cigarras parecen dormidas. Florián el carretero ha venido desde la villa que es cabeza de partido y cuenta nerviosamente cosas que empiezan a pasar por todas partes. Lo que dice es tan desmesurado que cuesta asumirlo. Voy a poner el capuchón a la estilográfica y saldré a ver si me entero de algo. Ya seguiré mañana escribiendo".
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Hace 40 minutos
Por suerte, ninguna dictadura ha sido eterna, aunque mientras existen, se sientan interminables.
ResponderEliminarEsa parecía eterna, antes, durante y después del parto.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMarcó tanto, tanto. Hay secuelas aún.
EliminarPues imagínate que a cada paso, en cada rincón y a cada momento lo estén recordando los mandamases de tu ciudad.
ResponderEliminarTe pasaría como al pastelero, acabarías odiando el chocolate.
Salut
Durante casi cuarenta años nos recordó el franquismo su triunfo de sangre, pero siempre recuerdo aquello de Corintios etc.: Muerte, ¿dónde está tu victoria?
EliminarOdié el chocolate y al chocolatero.
Tan fidedigno como familiar aunque no lo viviéramos directamente.
ResponderEliminarTan fidedigno como familiar aunque no lo viviéramos directamente.
ResponderEliminarPero de manera indirecta nos llegó intensamente, yo mismo soy hijo de aquello, pero esa circunstancia no me priva de analizar y distinguir lo que hubo. Marcó a varias generaciones.
EliminarCuántas vidas se interrumpieron, se interrumpen, con la violencia. Aquel día del golpe de estado se inició una guerra cruel. Muchas víctimas siguen hoy sin poder ser honradas.
ResponderEliminarY eso mismo es algo que me repugna, me parece de una carencia de compasión elevada, de una falta de sensibilidad superlativa y de una crueldad bárbara. Y encima tenemos que oír comentario soeces y descalificaciones brutales todavía.
EliminarE pur...las guerras que generan destrucción y muerte también ponen en marcha acciones y reacciones de vida. Doy fe de ello personalmente.
Me asombra la puja de la sangre que por las venas del pulgar se advierte en la segunda foto.
ResponderEliminarMuy buena observación; humanus est el escribiente.
EliminarAparece
ResponderEliminarnuevamente
Y mi sonrisa
no es la línea de la boca
Es la mano
Que mira
Habla
Se abre
Y toca.
Tú.
Recordé el libro de M Antonia Iglesias "Maestros de la República: los otros santos, los otros mártires"
ResponderEliminarInmolados por defender causas justas.
Sin embargo, aunque he oído hablar de él, jamás lo he leído. Hay tanta bibliografía sobre el tema y uno tiene que seleccionar porque no da más de sí. Por cierto, se dice que fue el sector laboral más represaliado: unos pagaron con su vida, otros con cárcel, otros alejándoles, otros simplemente impidiéndoles el ejercicio de la docencia. El miedo a la cultura o, mejor dicho, a que la sociedad avanzara en alfabetismo, conocimiento y criterios. Monstruoso. Y los monstruos sabían de sobra cómo influían los maestros y enseñantes en general (no olvides las purgas universitarias) en los individuos. Gracias.
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