Matemáticas aparte, dicen que el cálculo de probabilidades es sorprendente. Yo digo que además es admirable. Por ejemplo (un ejemplo práctico, vivido) ¿qué posibilidades había de que un día después de coger yo aquella hoja, en el mismo lugar, sobre la misma calzada, a la misma hora, otra persona se inclinara para recoger una hoja roja? Y de pronto, aquella anciana la vio en el suelo, vio la llamarada que emitía, vio la dimensión perfecta de una hoja de libro de naturalista, y yo miré a la mujer. Se me adelantó. Fue un gesto rápido. Por un momento me sentí tentado a disputar con ella la hoja; podía haber dado un brinco, haberla desplazado, incluso haber vociferado: ¡señora, esa hoja es mía!, y me hubiera importado un bledo su susto. Si no lo hice no fue por mostrarme amable y mucho menos generoso sino, debo reconocerlo, porque me ganó la mano. Fue más hábil y, me avergüenza admitirlo, hasta más ágil. La veo aún doblándose sobre su cintura menuda, arqueando con levedad su espalda, extendiendo la mano como una prestidigitadora. Sus ojos rezumaban avidez y no dudó. Yo sí. Me pareció emocionada, consciente de que conquistaba un tesoro o acaso de que hacía una obra caritativa salvando a la hoja de ser pisoteada por el desdén de los paseantes. La hoja era perfecta, intensa en su rojez, mostraba todas las puntas enteras. Me pareció incluso lozana, si es que una hoja marchita acaso puede comunicar algún eco de frescura. Yo miré de nuevo a la anciana y debí esbozar un gesto de fastidio, porque se giró, como si la pillara en un acto ilícito. Ella, como una furtiva, tomó la hoja en su mano y la hizo desaparecer con presteza en alguna parte de su abrigo. No, no se me dan las estadísticas. Un lenguaje tan al uso que ha tomado el relevo a los acontecimientos palpables. Pero lo presenciado hoy me dice que no debo desdeñar el margen en que los acontecimientos pueden tener lugar de manera coincidente. Naturalmente, basta que te pongas a calcular para que nada se produzca. Porque lo interesante no es tanto confiar en la previsión, sino arriesgar con los dados del azar. Mañana volveré a pasar por el mismo lugar y aunque el cálculo diga que prácticamente es imposible que vuelva a aparecer una viejecita para recoger ante mis narices una hoja roja, quién sabe. Por si acaso iré preparado para tomar la iniciativa. Y es que la hoja que me he perdido hoy no me la puedo quitar de la cabeza.
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Hace 1 hora
También me he agachado, con un poco de pudor las primera veces, lo reconozco, para juntar hojas secas. Eran como un llamado y sentía que no podía dejarlas tiradas y solas.
ResponderEliminarEn ese tiempo las llevaba a mi casa, armaba composiciones y las fotografiaba. Elegía las muy amarillas o las bien rojas.
No fui la que te robó esta hoja, no hay posibilidades, vivo del otro lado del charco, pero de haber estado allí, creo que le habría ganado de mano hasta a la anciana.
Me encantaron tanto este texto como el anterior.
Saludos desde Buenos Aires.
No, no fuiste tú, seguro, ni era afán coleccionista lo que me hubiera empujado a disputar la hoja a la señora. Mas...¿y si era ella la que sentía la llamada del símbolo fatal tras esa hoja? Seguro que no, que ella quería coleccionar los días del otoño con la hoja. Se me ocurren más posibilidades; quizás las cuente.
EliminarMuchas gracias, porteña.
Quedamos en que a ninguno de los dos nos gustan los premios ni los aplausos, pero déjame al menos agradecerte esta delicadeza otoñal.
ResponderEliminarMañana, tal vez alguien que vuelva a adelantarse a tu iniciativa, encuentre más satisfacción en entregarte la hoja y llevarse la del instante. Sería hermoso.
Por supuesto, acepto además tu agradecimiento. Un agradecimiento sincero y amistoso no entra en la categoría de premios, prebendas, golpecitos en la espalda y otras triquiñuelas. Cuanto más lo pienso, más me gusta que ella se haya quedado con la hoja. ¿Edificará un altar con ella? Yo, como un totem, la tengo al lado del ordenador.
Eliminar¡Qué buen texto! Ja, ja...Yo también soy de las que recoge hojas rojas, y las meto entre las páginas de un libro, por el placer de mirarlas y en un intento de conservar su belleza frente al inevitable paso del tiempo. Aún no me he cruzado con la mano de ninguna viejecita que se me adelante, y pensando en lo que dice Loam, y si esa posibilidad sucediera, me gusta pensar en que hay miles de hojas para compartir, y que bello recogerlas juntas, con una sonrisa...
ResponderEliminarAbrazos.
Ni las buscaba ni las acaparaba. Estos días las hojas salen al camino. ¿Caen por colores las hojas? ¿Hay días para las rojas para las violáceas para las amarillas...? Hoy tocaba la alfombra callejera de amarillas. Pero aquella hoja roja... Abrazos, Sonia.
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