El entomólogo sale una mañana temprano de su casa acompañado del hijo para buscar nidos de araña. No solo es un conocedor de las anatomía de los insectos, sino que distingue sus costumbres y rastrea huellas anteriores. Quiere introducir al niño en la disciplina para que descubra otros mundos, pero sobre todo pretende que comparta análoga pasión. Ambos abandonan la ciudad, atraviesan campos de cultivo, penetran en el bosque al que apenas llega la luz. El bosque va cambiando de vegetación a medida que se se altera su orografía. De los matorrales bajos y las encinas se pasa a especies arbóreas de gran ramaje que generan ecosistemas excepcionales. El suelo se abre, deja de ser liso para hacerse rocoso y formar protuberancias agudas que dificultan el caminar. Los escarpes conducen a un valle cerrado donde dicen que habitan las arañas más bellas de la tierra. El niño siente curiosidad, pero también miedo. Siempre se ha sentido atraído por aquellos seres especiales, de morfología extraña e incomprendida. Pero los teme, porque no los conoce. Admira sus propiedades para alzar aquellos tejidos pero se espanta cuando el desplazamiento vertiginoso de alguna de las arañas se apodera de una presa. Al final de la resbaladiza bajada del terreno se abre ante ellos una pared con oquedades de dimensiones considerables. Eligen una de ellas al azar y penetran. La humedad es latente y bordean un río estanco del cual el científico comenta que está repleto de seres invisibles, solo observables a través del microscopio. En el lado más seco de la gruta se abren orificios pequeños cuyas entradas se hallan taponadas por enormes telarañas, opacas y sobrecargadas. El hombre pulsa con el dedo el extremo de una de ellas y rápidamente se precipitan desde la oscuridad varias arañas que se baten en retirada en cuanto comprueban que se trata de una falsa alarma. O de que la alarma podía ser mayor para ellas. Quiero que veas cómo es el nido por dentro, dice el entomólogo a su hijo. Se dispone a desalojar uno de aquellos tapices trampa pero el niño se lo impide. Hemos venido a ver los nidos y ya los vemos, déjalos en paz, le dice. Entonces el padre se enfada y le reprocha el poco interés por la ciencia. Luego le amenaza con dejarle allí solo y hace el ademán de marcharse. Da unos pasos hacia la salida y se para en seco. Llama al hijo y le dice que le perdona, que ya aprenderá cuando tenga más edad y su interés y disposición mental lo posibiliten. Pero el niño no responde. El científico vuelve hacia el punto donde se separó del hijo pero no le encuentra. Ilumina la caverna con el carburo y le llama enérgico y vociferante. Hace oscilar la luz a lo largo de las paredes y enfoca sobre los innumerables agujeros, pero todos se hallan sólidamente resguardados por las redes que tejieron las arañas. La cueva no tiene mucha profundidad y el padre comprueba que no hay otra salida, lo cual apacigua parte de su angustia pero le desconcierta. El río es un vidrio inmóvil que permite ver el fondo. Eso le tranquiliza. El padre se sienta, agotado, sobre una roca y llora. No debí haberle exigido. No supe tantear su grado de curiosidad y menos medir su sensible ternura, se lamenta. Apaga los gemidos y contiene la respiración. El silencio es protector. El hombre, que es un amante empedernido de los arácnidos, concibe una esperanza fantasiosa. Contempla los nidos y por un momento llega a pensar que el hijo ha podido ser elegido por aquellas especies para formar parte de su universo. El cansancio le derriba. Duerme. Sueña que el niño ha sido nombrado rey de aquel submundo y que regresa para informarle a él, el estudioso de los insectos, sobre el secreto de la longevidad.
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Hace 39 minutos
ResponderEliminarEstá bien querer enseñar a los hijos lo que uno conoce o sabe, algunos se dejan aprender y otros parecen saberlo todo.
No imaginé un final así en este cuento tuyo, ni que el entomólogo se conforme con pensar lo que piensa, o es que se ha dado por vencido y es mejor pensar que de verdad el niño es una especie de abeja reina arácnida.
A mi me gusta tirar bichitos a las telas, ver como las arañas los momifican, llámame usted sádica, y no consigo que el mío, mi hijo, haga lo mismo, ni que las acaricie, porque son bellas, ¿a que sí?, y también tu Sotobosque.
Gracias, Fackel, abrazos y buenas noches.
m.
me gusta mucho "El silencio es protector"
No se van a dejar acariciar por las buenas, sospecho, Ío. Es un mundo peculiar que podemos trasladar como metáfora al nuestro, como solemos hacer con muchas especies, adaptar sus pautas para explicar nuestras enrevesadas conductas. Me alegro que te guste, nuena tarde.
EliminarCreo que ese entomólogo se puso nervioso cuando debió permanecer calmado y se quedó demasiado tranquilo cuando, por el contrario, debió haber demostrado más preocupación por encontrar a su hijo...a veces pretendemos actuar con sapiencia, pero hacemos lo contrario.
ResponderEliminarUn abrazo
Lo imprevisto nos descoloca a todos, y con frecuencia nos cuestionamos incluso in situ nuestros propios y dudosos comportamientos. Salud siempre, Neo.
EliminarMe quedo con la frase final de la respuesta de NEOGÉMINIS.
ResponderEliminarA mi también me pasa,
Salut
Probablemente no seamos consecuentes casi nunca en las pruebas que se nos presentan, al menos no al cien por cien. Si aunque estemos cumpliendo ya años en abundancia nos seguimos haciendo...
Eliminarcomo en un juego de ajedrez, el que más sabe de ello, sufre una derrota inesperada y se da cuenta que el enmarañado espacio de la mente, aún tiene, por llamarlo de alguna manera, cierto interregno ingobernable para el hombre
ResponderEliminarsaludos
Lo cual cuestiona la archinombrada madurez del hombre...que nunca estamos seguros de si alguna vez se alcanza. Salvo que llamemos madurez a la acumulación de errores. Puede ser. Un abrazo.
EliminarHoy no. entraré en disquisiciones reales o figuradas, pero me encanta fotografiar telas de araña: belleza, precisión y utilidad aunadas.
ResponderEliminarEn cuanto me resulte posible te enviaré algunas, también de aracnidos allende los pirineos , jajj.
Uno es receptivo a esas imágenes, que espero sean de arañas auténticas, las que tienen mérito. Porque en los mass media salen todos los días arácnidos (que los de verdad disculpen nuestras metáforas) de código penal y denigración moral.
EliminarUn buen ejemplo para los profesores de la educoacción. Conmovedor.
ResponderEliminarSí, una buena redefinición la tuya. Y es que aunque dicen que agua pasada no mueve molino...no sé, si es estanca se torna putrefacta. Y de educación putrefacta, versión dogma o modernidad productivista ¿qué cabe esperar?
EliminarGracias, Emilio, por pasar y parar.