Ay del que junto al río
no quiere llamarse sed
se queja en un poema Rosario Castellanos; y lo leo yo, que nací a orillas de un frágil e imperceptible arroyo; y viene la voz de la poeta para recordar a mi cuerpo que, siendo aún tierno y de cuidados, estuvo a punto de perecer en él, por primera vez; ¿será por eso que la llamada de aquel agua la escucho por las noches?; ¿será que los manantiales de aquellos otros ríos ya lejanos aún me ofrecen de beber como si supieran que no me he saciado nunca?; he bebido en ríos donde contemplaba sombras que no eran mi sombra; sinuosas curvas donde el roquedo limpio levantaba la corriente como imprescindible ofrenda para mí; son tan generosos los afluentes de la vida; conocen al que se acerca a ellos, le escuchan y luego callan; éste quiere beber para seguir viviendo, dicen de uno; éste bebe por beber, dicen de otro; este bebe nuestras aguas porque quiere ser como nosotros, señalan al excepcional; ¿es el agua o es la sed lo que le hace al hombre proseguir su camino?; no lo sé; pero la poeta sabe que
El río viene de secretas grutas,
desconocidas fuentes.
Interesante reflexión y muy curiosa la disyuntiva. El agua o la sed. Yo me decanto por el agua. Atrae, envuelve, refresca, limpia. A pesar de que muchas veces esté turbia. ¿Cómo diferenciar sino aquélla que colme? ¿Con una sola se llega a recorrer el camino...?
ResponderEliminarLos complementarios, Mafalda. Sin la sed, ¿cómo probaríamos y comprobaríamos lo que es el agua? Hago mías tus preguntas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Interesante entrada sobre el agua, el río...
ResponderEliminarSiempre los ríos nos ayudan a fluir. Algo muy necesario...
A algunos nos marcó más, si te fijas en el texto.
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