Me prendo del comienzo de aquellas películas yanquis en las que hay una radio encendida. Un viajero conduce su coche al amanecer por una de esas zonas indefinidas del paisaje. Se escucha la voz eufórica y acogedoramente insolente del locutor: buenos días, América, estéis donde estéis. Cita donde bulle esa mentalidad ultranacionalista -¿no es acaso una extensión del fervor familiar y avasallador de los primeros inmigrantes americanos?- por identificar al individuo y la sociedad con un mito. Algo que le viene de perlas a ese otro ente duro llamado Estado (¿acaso no está detrás del mito?) No es esta especie de himno de salutación, pensado para apropiarse del individuo por parte de la ideología que le secuestra, lo que me atrae. En realidad se trata de una oración sintáctica que la mayoría lo considerará un eslogan ya asumido sobradamente en el subconsciente. Probablemente ignorado, no obstante el calor que pretende transmitir. Por lo que a mí concierne no es esa parte del reclamo americano lo que reconozco, obviamente. Es ese otro ambiguo y posibilista estéis donde estéis lo que me cautiva. Un matiz que vincula al individuo con la voz que atraviesa las ondas y penetra en sus dispersos espacios. Pero que también implica una posibilidad de escape, de incierto control, de desubicación. Porque tal vez algunos no quisieran estar en ningún lado. O que nadie se obstinara en instalarse en sus cerebros. Larga mano de los media que se subliman con el cuento de estar ungidos y reclamados por el ciudadano. Derecho de pernada, donde se invoca el servicio cuando no hay sino negocio e instrucciones del sistema, subliminales o no. En definitiva, supongo que lo que me pasa es que sufro ya para toda la vida el deslumbramiento del lenguaje cinematográfico del que, a poco que se haya tenido una infancia en la cual vimos muchas películas, uno no se libra jamás.
Trato de imaginarme las preguntas interiores de esos madrugadores viajeros americanos. Pueden ser también las mías. Simplemente partiendo de la idea mínima que fluye dentro: a ver qué me depara la jornada, que se acompaña de la interferencia, musical o vocera, desde las ondas o a través del trajín ruidoso del desplazamiento en metro. Esa estimación previa sobre los quehaceres obligados y las compensaciones fantasiosas que se proponen en la agenda diaria. Esos otros devaneos que de par de mañana, no todos los días, pueden acechar. Catarata de interrogaciones no planteadas necesariamente para ser negativos o renunciar, sino para relativizar los acontecimientos y, por lo tanto, nuestras respuestas, tales como: ¿Qué parte de nuestro destino elegimos cada día? ¿En qué volumen, porcentaje o medida podemos decir que es nuestro? ¿Qué margen nos queda para tomar una decisión constructiva? ¿Cuántas elecciones equivocadas efectuamos por cada una que se ratifica como acierto? ¿Qué tipo de opciones que parecen que inicialmente van por el buen camino no se cortan o descubren un abismo a nuestros pies? Y , a la inversa, ¿no hay inicios desastrosos que nos deparan enderezamientos? ¿Qué es mejor, seguir el rigor y la disciplina que nos inculcaron o aceptar la ruptura y la comprobación como método de viaje vital? ¿Cómo saber inicialmente qué línea de conducta nos va a deparar satisfacción? ¿Delegando en las normas de la sociedad establecida? ¿No pisando la raya de la divergencia? ¿Manteniendo las espaldas anchas para encajar adversidades y cuitas? Me imagino a mí mismo, con gesto retraído más que ufano, atravesando una llanura camino de una factoría donde enclaustrarme casi todo el día, escuchando a un locutor interior: buenos días, individuo, estés donde estás.
(Fotografía de Walker Evans)
Creo que elegimos cada minuto de nuestra vida, por lo menos los caminos que tomaremos. Me parece importante vivir la propia experiencia guiada por la disciplina pero sin escapar al corazòn.
ResponderEliminarBuena entrada
Un abrazo
Me quedo meditando sobre "¿qué parte de nuestros destinos elegimos cada día?"
ResponderEliminarSaludos.
María Eugenia: difícil equilibrio para tu propuesta. Sí, solemos intentarlo, pero la disciplina en ocasiones puede resultar castradora y el reflejo instintivo demasiado arriesgado. Como nos se sabe hasta "a posteriori" cada comportamiento tiene mucho de desafío e incertidumbre.
ResponderEliminarPues bienvenido, José María. Veré tu blog.
ResponderEliminarNeo, veo que restringes tus meditaciones. Mira que las mías son unas cuantas, jaj. Buen ojo.
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