cuando me he dirigido a él ha sido repentino en su exclamación: sé qué me vas a decir, lo de Lise; ya ves, pensé que había muerto hace tiempo, incluso tengo superpuesta la imagen de la Signoret por encima de la verdadera Lise, debe estar ahí mi confusión; no, no me digas eso tan manido de cómo pasa el tiempo; pasa la muerte, más bien; primero destroza a las gentes, las envejece y luego las devuelve al silencio; ¿sabes cuándo supe de Lise por primera vez?; al leer la novela L’aveu, un relato autobiográfico olvidado, como aquellos acontecimientos, como prácticamente toda la barbarie acumulada en el siglo veinte; fuimos pocos los que al principio decidimos leer a contracorriente el testimonio de Artur London; no estaba bien visto leer pensamientos y testimonios que no eran del gusto de los dogmáticos; en esa confesión este sombrío y angustioso concepto adquiría su vena más fatídica y se desdoblaba esquizofrénicamente; La confesión era el relato de la experiencia vivida dramáticamente en su propia carne, porque era a su vez el relato de la confesión (falsa y bochornosa) a que se vio forzado por parte de las autoridades estalinistas de Praga y de Moscú para salvar el pellejo; pellejo que salvó probablemente por presiones de amigos y camaradas franceses; es ahí donde Lise London, aquella mujer hija de emigrantes aragoneses en Francia, se revela en su rol de esposa y compañera política del procesado Artur London, víctima éste de un juicio arreglado, verdadera farsa kafkiana, donde de lo que se trataba no era solamente de condenar a los acusados, sino de destrozar a los individuos, a sus relaciones familiares, de amistad, de camaradería; de privarles de su integridad digna; lo que más me espantó del libro La confesión es cuando va contando Artur London como su propia compañera, Lise, llega a dudar de la integridad personal de él, cómo llega un punto en que casi o no casi acaba por aceptar que las instituciones dogmáticas e ideológicas del Estado y del Partido no pueden equivocarse; recuerdo un párrafo de una de las cartas de Lise a Gerard, nombre de guerra anterior de Artur London: “La vida no se termina ahora, Gerard. Si, como deseo ardientemente, te das perfectamente cuenta de tus faltas, y si, de ahora en adelante, te encaminas por la senda de la redención, tienes que comprender que desde hoy debes buscar en ti mismo las fuerzas y la voluntad de volver a ser un hombre útil a la sociedad”; ¿llegó Lise a verle culpable?; ¿qué había de creencia segura en Lise respecto a la traición de la que acusaban su marido?; ¿qué de reconocimiento formal y grotesco que sirviera para aligerar su condena?; inmersos en la red del totalitarismo estalinista Artur y Lise fueron víctimas -y antes ingenuos o no tanto (habría mucho que hablar y aclarar sobre el asunto) y entregados militantes sin asomo de duda- que tuvieron mejor suerte que otros; debe ser de lo más terrible sentirse en la soledad más absoluta en las cárceles de las dictaduras; perseguidos por unos y desdeñados por otros, machacados por los que ejercen los poderes más omnímodos y renegados por los más allegados que, en la dinámica del envenenamiento ideológico, pierden el horizonte de la dignidad más profunda del hombre; no obstante, cuántas luces y sombras acompañaron a aquellos fervorosos revolucionarios o antifascistas que no siempre pudieron ver con claridad que el enemigo es siempre el que se opone a la libertad de los demás
* Lise London, antigua peleona de las Brigadas Internacionales, murió a los 96 años el pasado sábado.
Muy cierto amigo, "el enemigo es siempre el que se opone a la libertad de los demás"
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, María, por tu sensibilidad conceptual. Pero habría que poner tantos nombres y apellidos a las conductas...
ResponderEliminarUn abrazo.