"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 16 de septiembre de 2011

día de botín (que no saqueo)


A veces hay que salvar libros. Salvarlos es liberarlos. Rescatarlos de estanterías donde llevan décadas sin que el público los haya pedido. Libros casi vírgenes. La vida como paradoja. Muchos de esos libros pasaron por sus manos hace tiempo. Llegaron de su elección a ciertas bibliotecas a la par que se estrenaba eso que llamamos democracia y no lo es (más que formalmente) o sí lo es porque no puede ser de otra manera, limitada. Uno de esos azares de ida y vuelta ha hecho que se los encontrara en liquidación, no sabe por qué. Ni lo pregunta. Si nadie los quiere, él sí. No va a permitir que se pudran. No lo ha pensado y ha seleccionado algunos títulos que no le parecían nada mal. Se los ha llevado a su casa. Los ha repasado. Dice que están en condiciones óptimas. El canto de sus páginas tiene una leve pátina amarillenta. Dentro están impolutos.

Piensa en Gutenberg o en Juan Párix. En qué dirían si supieran que se liquidan relatos interesantes por una cantidad simbólica. En el desmerecimiento que algunas gentes manifiestan acerca del trabajo de escritura y de edición. Es curioso y traicionero este país. Si alguien dice que se regala algo (un sindicato agrario, con las patatas, por ejemplo) se forman colas y la gente se mata por conseguirlas aunque no las necesite. Si se pone un precio siquiera representativo, mínimo, a algo de valor la gente no se acerca. Salvo los entusiastas de los libros, como él. Ha cogido incluso alguna obra que ya tenía. No podía permitir que Blas de Otero o León Nikoláyevich Tolstói o Machen o Gide se murieran de asco en anaqueles olvidados. Está triste y alegre. Alegre por el botín obtenido, por haber estado en el momento justo y en el lugar oportuno. Triste por el sacrificio alevoso a que someten algunos a la obra escrita. La historia no absuelve nada. La literatura sirve para que te golpees con ella hasta hacerte sangre.








4 comentarios:

  1. A menudo adopto libros huérfanos. Los recojo de las aceras y de los bancos de la calle. También de los abandonados en algunas bibliotecas. Pero incluso me parece que nadie ha estrenado algunas estanterías de la biblioteca, y tengo la sensación de que soy el único lector de muchos de sus libros. Pero no puedo adoptar a todos los libros abandonados del mundo, aunque a menudo pienso en los no-natos que ni siquiera abandonaron los almacenes de sus editoriales. ¡Qué triste ver que para otros es basura lo que para mí es oro puro!

    La literatura es sangre de mi sangre.

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  2. Hiniare. Creo que nuestra labor de beneficencia no es tan altruista como parece, jaj. Los acogemos para que nos provean a su vez. ¿Deberíamos crear una onegé rescatadora de libros? Yo me pido la especialidad de aquellos de autores descarriados.

    Esa sangre...cuánto reclama. Búsqueda del oxígeno en un ambiente tan contaminado culturalmente.

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  3. Semejantes sensaciones me impregnan cuando veo tantas magníficas publicaciones revueltas en sobre cualquier mesuca de vendedor ambulante o de libros de segunda mano. Me ocurre desde bien jovencita, tanto es así que, dado el sentido práctico que me impregna, me alegré de no haber tenido la capacidad de escribir algo digno de ser convertido en libro. Triste, triste, muy triste. Beso.

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  4. Emejota, sin emociones, oiga. Hay mucha basura impresa en forma de libros y de periódicos por esos tablados de dios. Yo solo me guío por el olfato. Lástima de árboles que han acabado produciendo porquerías. Benditos árboles cuyo sacrificio ha merecido el fruto de su vientre en forma gratamente literaria.

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