Parecía invierno, pero se trataba de una página en blanco. Siempre me ha parecido que las estaciones son cuadernos, cuyas tapas no siempre están delimitadas con claridad. Cada cuaderno hablaba de algo diferente. Parecían tener continuidad unos respecto a otros, pero si revisabas la estación te dabas cuenta de que no era lo mismo. Ni siquiera los personajes tenían algo idéntico que no fuera la permanencia de un nombre y acaso la pertenencia a una familia.
Así fuimos rellenando cuadernos, escribiendo en las estaciones del año, alterando los rostros de quienes nos rodeaban y el tono de las palabras. Sólo el tono. Parecía que las palabras fueran inamovibles también. Su nombramiento, no su intención. La intención se renovaba, lenta e imperceptiblemente. Lo que más caracterizaba a las palabras era el hecho de no ser comprendidas. Estaban condenadas a ser pronunciadas una y otra vez, en una solución de continuidad penosa e intrincada. Pocos sabían usar las palabras y menos escribirlas con significado consecuente en los cuadernos. Dejo claro que no llamo palabras a cualquier emisión de vocablos, y menos si revestían imperativo, prohibición o incitación al silencio. No llamo palabras a cualquier sonido emitido por un ejemplar de la especie a la que pertenezco. No llamo palabras a todo lo que origina un cierto ruido desde sistemas de difusión audiovisual o impreso.
Sí llamo palabra al balbuceo ligero e indeciso de un recién nacido. Porque hay claridad en un ba-ba y hay un sentido sincero de la necesidad en un hum-hum. Deberíamos volver a fijarnos en el balbuceo para revisar el almacén ensordecedor a través del cual nos movemos, la jungla estridente que nos atrapa sin escucharnos los unos a los otros, el bucle fragoroso que estrangula las relaciones de cada día y las vuelve inhóspitas. Balbucear para que las palabras regeneren su finalidad. Balbucear para que designen con exactitud los sustantivos esenciales.
Fue sobre una página en blanco sobre la que un día sin transparencia dejé caer la mano, los dedos cada vez más afilados, la piel cada vez más suelta. Fue sobre una superficie de invierno sobre la que mis yemas se resentían de una sensibilidad fuera de lo común. Una albura desconocida. Una piel emergente. Todo iba a empezar.
(La imagen es de la fotógrafa inglesa Aira Manna)
No sé con que decirlo,
ResponderEliminarporque aún no está hecha
mi palabra.
Juan Ramón Jiménez.
Un saludo.
"Parecía invierno, pero se trataba de una página en blanco".
ResponderEliminarTanto, dicho con tan poco.
Un saludo
Jó, qué cita tan buena de JRJ, Mateo. Muchas gracias por tu diligente perspicacia. Salud.
ResponderEliminarCaminoG, estás en todo. Da gusto. Y sobre todo, aliento y estímulo. Un abrazo.
ResponderEliminarSobre esa página en blanco que un día dejaste caer tu mano, continúa para que todos podamos disfrutar del sentido de la palabra.
ResponderEliminarUn abrazo
bellìsimas imàgines dibujadas y desdibujadas con las manos sobre las hojas, en un acto de transmisiòn de la palabra.
ResponderEliminarun saludo
Blas
Carlos, qué más quisiera. Gracias por animar.
ResponderEliminarBlas, me alegro de que te gusten mis intentos, y es que la transmisión de palabaras y lo que lleva consigo (bucear, sentir su agitación, su flujo caótico que se te escapan, su imprecisión...) genera tantas dudas e incapacidades.
ResponderEliminarUn saludo.
Magnífico ya desde "Parecía invierno, pero se trataba de una página en blanco"
ResponderEliminarEs el horror vacui que sentimos ante el papel en blanco, algunos para llenarlo recurren a las palabras en blanco, un discurso helado como el invierno.
Felicidades, como Carlos Galeón tambiñen te animo para que nos dejes tu palabra.
Salud
Francesc Cornadó
Gracias, Francesc. Aunque el mundo va tan deprisa en sus acontecimientos cotidianos que a veces uno se queda sin aliento, ergo sin palabras. Y no podemos claudicar, no obstante.
ResponderEliminarBona nit, company.
Sí, esa sensibilidad intolerable que, de una manera u otra, es la causa. Todo iba a empezar, había llegado el momento de reaprender las palabras. Me sentí tan conectada a este texto, Fackel, tanto tanto.
ResponderEliminarSusan Ulrich. A mí me alegra saber que se comparten sensibilidades y que los estímulos actúan sobre nosotros, que nosotros recogemos el bumerán y perseguimos la pieza...sin perder la sensibilidad.
ResponderEliminarAvanti.