Suelo gustar de preguntar a las piedras. No sólo a las piedras que deambulan todavía por los campos como efecto de los cataclismos que formaron la Tierra. También a las piedras manufacturadas, las que han perdido su identidad anterior para formar parte de un edificio. Por supuesto el lenguaje varía. El de las piedras desperdigadas por laderas y valles hablan del viento, del agua y de lírica. Muchas de ellas apenas saben de humanos, pero algunas han llegado a citarme a tribus de paso, pastores trashumantes, soldados de campaña, perseguidos de la justicia y aventureros que no han parado sino alguna noche. En algunas zonas, las piedras que han sobrevivido cuentan con tristeza sobre lejanas extracciones efectuadas por los picos y los músculos de los esclavos. Y lloran todavía por el recuerdo de la partida de muchas de las rocas que convivieron con ellas. Pero cuando me dirijo a las piedras de una catedral o de una muralla su idioma urbano se vuelve más refinado y presumido. Hablan de ceremonias, de mercado, de fiestas, de edificaciones suntuarias, de quehaceres cotidianos y también de asaltos que pudieron acabar con la fábrica de la que formaban parte. Obviamente este tipo de piedras sabe más de épica, porque la lírica, dicen, es un residuo del pasado bucólico, si es que alguna vez existió. Además, entienden que si queda algún rasgo de bondad en el mundo del que forman parte sólo se da entre la ingenuidad de los enamorados y en la desesperanza de los ancianos. Fue al amanecer cuando la asamblea de sillares de aquella basílica decidió mostrarme un lienzo del muro que comúnmente pasa desapercibido a los viandantes. Se sentían orgullosas del trazo perfectamente escuadrado que componía la pared, pero lamentaban las viejas heridas. Las piedras tienen memoria y me lo relataron.
Fueron tiempos revueltos, dijeron,
y no fue cosa de un día ni de dos. Las esquirlas saltaron por todas partes. No nos dolieron los golpes repetidos de la fusilería, sino más bien el daño en la unidad que habíamos mantenido durante tantos siglos. Lo que nos sorprendió más fue que delante de nosotras, incluso salpicándonos, corrió una sustancia que lleváis dentro los humanos y que llamáis sangre. Fue entonces cuando comprendimos el precio de la épica que tanto os entusiasma a vuestra especie.
deliciosa confidencia, Fackel,
ResponderEliminarme coloco delante de tu texto y me dejo fusilar con tus palabras, íntima piedra a tu ritmo, hoy,
un abrazo fuerte
Como siempre, un gozo el leer el lirismo que destila tu prosa y la profundidad y humanismo de tu pensamiento. Es un auténtico placer.
ResponderEliminarSaludos, y buen fin de semana.
Hermosas palabras, amigo, hacía un tiempo que no pasaba (pido disculpas por ello), pero volver me hizo entender por qué este blog me atrajo sin más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Humberto.
Hemos llegado a el tiempo en que hasta las piedras hablan...y bien claro. UN SALUDO.
ResponderEliminarCuidado, Stalker. Suelo ser tirador de baja intensidad, pero si tengo que defenderme no dudaría en descargar el lenguaje con toda la potencia de que fuera capaz, jaj.
ResponderEliminarLo que pueden contar las paredes, eh.
Un abrazo.
Carlos, me sonrojas. Es que uno va por la calle de otra ciudad y de pronto oye murmullos, pone la oreja y...(lo relatado)
ResponderEliminarGracias por estar.
Humberto, no te preocupes. Esto de pasar por los blogs es siempre muy libre y aleatorio, afortunadamente. Pero me gusta saber de vez en cuando de ti.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mateo, me temo que siempre hablaron, ahora es un clamor. Pero tiene que adherirse el asfalto para que la voz sea única en su quejío.
ResponderEliminarUn abrazo.
Para los seres humanos que cultivan el arte de escuchar, hasta la mismas piedras hablan.
ResponderEliminarUn abrazo
El precio de la épica... El ser humano lleva miles de años pagándolo con gusto siempre que la moneda de cambio sea la sangre ajena.
ResponderEliminarSi pasa por la puerta del Colegio de la Santa Cruz, por favor deténgase y escuche a sus piedras con calma. Y si le hablan de "mis" Mendoza no deje de venir a contármelo, se lo ruego.
Un abrazo nada épico
CaminoGaia. Y dicen demasiado. A mí me siguen sobrecogiendo sus confidencias. Me consuela el aprendizaje de escuchar, pero me duele que bastantes cosas que cuentan sus relatos hayan quedado impunes. ¿Llevaremos hoy el mismo camino?
ResponderEliminarUn abrazo.
Estoy con tu opinión, Freia. El precio épico es destrucción también y, mientras, dinero abundante para los mercaderes. Pero, ¿y elpensamiento? ¿Y la palabra? ¿Y los gestos de tender manos? ¿Tan poco cotizan en las relaciones humanas? ¡Cómo no ser un descreído!
ResponderEliminarEso, los abrazos no pueden ser épicos, salvo que sean de Judasm jaj. Y no creo que sea éste el caso.
Huy, Freia, ¿cómo has descubierto uno de mis secretos? El Palacio de Santa Cruz viene siendo recorrido por mí desde mi tierna vida universitaria, pero como estudiante primero, como paseante después. Las piedras del interior hablan mucho. Las más recónditas suelen saber más, aquí y en cualquier edificio, que las expuestas a la mirada pública.
ResponderEliminarAdemás ahora llevan incorporadas nuevas culturas en algunos de sus salones góticos y renacentistas. Supongo que ya conocerás las colecciones que habitan allí. Su/s Mendoza...¿llegó a conocer personalmente a este personaje influyente?
Saludos nada palaciegos.
Jajaja, qué más hubiese querido yo que codearme con el cardenal y sus tres hijos. No, qué va. Dejé a medias una tesis sobre el primer renacimiento arquitectónico en España bajo el mecenazgo de los Mendoza. Pero "conocía" más a su hijo, el Gran Tendilla, el que acabó de "portero" de la Alhambra.demasiado blancas las piedras de la portada del Colegio ahora. Parésceme.
ResponderEliminarFreia. Las piedras de la foto no son del palacio que citas, ojo. Es que por un momento pensé que igual interpretabas lo que no es...
ResponderEliminarNo, ya. Pero por lo que vi la última vez que estuve por allí (hace unos 7 meses) tuve la impresión de que se habían pasado un pelín con el "blanqueado" de la fachada. Entonces todavía estaban restaurando el patio, si la memoria no me falla. Confío en que el resultado del interior haya sido, en mi opinión, mejor que el externo.
ResponderEliminarFreia...no lo reconocerías...mira estas fotos del proceso de limpieza:
ResponderEliminarhttp://joachimmalikverlag.blogspot.com/2010/05/tintes.html