Mamá guarda las cartas de papá en una caja con tapas lacadas. Es una caja muy bonita, de mediano tamaño, traída de China por un tío de mi madre al principio de la invasión. Tiene en sus laterales unas figuras incrustadas que representan carpas saltando sobre un río. Interiormente dispone de dos pisos. Cuando mamá la coge y la deja lo hace cuidosamente, como un ritual. Luego mete la caja en la alacena que hay en su cuarto. Dentro de la caja, pero apartadas por el separador interior, tiene también unas pocas cartas enviadas por otro hombre desde una región lejana de Asia. He buscado el lugar en un atlas y se trata de una extensa isla perdida en el sur del océano.
Ella no sabe que he mirado el interior de la caja. O probablemente sí, y acaso confíe en que no voy a decir ni mu. Pero mamá me conoce y puede que haya previsto que en cualquier momento le pregunte algo. No lo voy a hacer. Si lo hiciese ella podría tomar otras medidas y yo dejaría de leer aquellas cartas. Las cartas de papá las leemos siempre entre las dos cuando llegan. Así que después no tengo demasiado interés en volver a llorar sola. Las cartas del otro hombre tienen una caligrafía más hermosa que la de papá. Y eso que a papá siempre se le dio muy bien trazar los pictogramas. Pero estos otros son más finos y, a la vez, más firmes. Al leerlos verticalmente te parece que van a vincularse unos con otros. Esto hace que el texto suene de una manera embriagadora. Escribe poesía también, sobre todo haikus y tankas. Me ha impresionado mucho uno que dice:
Aquí perdido
Encuentro tu sonrisa
Si me olvidas
Moriré dos veces
Si me invocas me salvas
¿Por qué tengo que llorar yo también por dos hombres?
(Pintura china con motivos de carpas del Museo Oriental de Valladolid)
Bueno, ya te he dicho que la serie entera me viene gustando desde que era apenas un punto. Pero este, este es mi favorito, Fackel. La pregunta al final, esa... es la que redondea el texto en un giro como el que da uno cuando se cae de bruces y todo parece confuso hasta que, por fin, se da cuenta que se ha caído y se ha aporreado. No sé, los fragmentos son tan íntimos, uno lee como si estuviera asistiendo a un diario escrito por una persona sencilla que sabe apreciar lo que es bello además de contar su propia historia, hay partes en las que parece que la narración se aleja y ubica a la primera persona a distancia, no emite juicios sobre lo que sucede, simplemente expone. Y esto, bueno, me gusta mucho. Te dejo un saludo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato, supongo que es ficticio, no se, es la primera vez que te visito pero continuaré apareciendo por aquí.Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bueno. Es normal llorar en general, por mímesis, o llanamente porque lo que otro escribió, sea tu padre o no lo sea, te llegó al alma.
ResponderEliminarLas carpas saltando son una metáfora.
Susan, tengo en cuenta tus valoraciones. Me resultan útiles y estimulantes. No sé qué hay en la escritura de intuitivo y de preconcebido, pero siempre acaba dominándome lo primero, y trazando el camino. Aunque no sepa a dónde llegar.
ResponderEliminarDesde la noche oscura.
Gracias, Eugènia por tu atrevimiento en parar aquí, jaj. Bueno, ya en serio, me alegraré si sigues mirando el blog. Claro que el relato es ficticio...¿o contendrá algo de mi anterior existencia que emerge en forma de fantasía? Nunca se sabe.
ResponderEliminarOtro abrazo.
Los humanos en situaciones límite, Ramón, lloran y se contienen a partes iguales. Probablemente todo quede más recatado e íntimo.
ResponderEliminarY respecto a las carpas...ay, las carpas, si sólo fueran metáforas. Qué viajes por aquellos ríos de China cumpliendo su función legendaria. Qué empeño de mensajeras contribuyendo a la feclidiad de los seres. ¿No la conoces?