(Indagaciones, XIII)
Pero la mirada de los hombres de estos tiempos es dura. Pesa en ella el desconcierto. Se congela la esperanza. Se filtra entre sus párpados la desconfianza callada. Hay que reclamarse del silencio o arriesgar una definición que no se tuvo ayer. Los hombres miran ansiosa y fijamente todo lo que pueda ser tocado, asido, trasladado. El objeto hallado casualmente, la cosa robada, el espacio desposeído, el cuerpo prestado hacen renacer el instinto de supervivencia. No quieren saber de nada más. Es así de frágil y de áspero. No emiten destellos de compasión ni de piedad. Los extraviaron hace tiempo. La mirada de estos seres arrojados a la penuria y al desencanto tampoco imploran nada. Un extraño mecanismo de orgullo reprime sus emociones más naturales. Podría decirse que la expresión no se encuentra a sí misma, que les ha abandonado. Aletargadas por la sacudida del fracaso colectivo, escépticas de la palabra, carentes de una brizna de amor, las vidas se reconstruyen por causa de la inercia y de la necesidad. Los hombres miran con ausencia y observan rígidamente y se incomunican desde su evasión. Grava demasiado el sufrimiento de oscuras identidades perdidas. No desean seguir flagelándose, ya lo hacen otros contra ellos y temen que ese castigo dure un tiempo largo e indefinido. Cuando se desplazan por las calles ruinosas de la ciudad sólo se escucha el ruido de un acarreo de roces. Arrastre de sus pies, de sus encorvamientos, de sus toses, de sus piojos. Hoy en la cola del pan me ha mirado uno de estos hombres mecánicos y he creído que me observaba con ojos extrovertidos. Tenía un brillo en su pigmentación verdosa que atraía. Emanaba de ellos una luz que relajaba sus facciones y las hacía menos severas. Al desplazarme hacia un lado su mirada no cambió de posición. En ese momento me dio la impresión de que podía estar ciego...
Winckelman pone la mano sobre la página de su diario y echa la cabeza hacia atrás. La luz eléctrica es escasa y teme por su vista miope.
¿Quién frunce el ceño?
ResponderEliminarParece una estatua, Fackel. Enigmático y extremadamente duro parece. Pero hay algo, ¿como diria? Algo que alivia la mirada...BIen tus relatos, F. Un abrazo.
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