"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez
miércoles, 13 de junio de 2007
Tirabeque
¿Conócese mayor arma arrojadiza? Jamás una y griega estuvo tan cargada de munición como cuando se pone al servicio del pronombre por excelencia. Ese monosílabo que es todo un mundo por sí mismo. Que pretende ser todo el mundo incluso sin él mismo. Que aparenta ser corto pero que alarga su enunciado. Que parece mudo pero que asevera desde los primeros balbuceos. Que a veces apenas se escucha su emisión pero que estalla en sonoridad. Que encarna la supremacía y la independencia. Que marca la partida y el fin. Que es el centro y la ascensión. Que en nuestra lengua puede quedar oculto o del que se puede abusar innecesariamente (los franceses lo muestran con obviedad malsana para todo) Pero que aunque no se cite se repite a lo largo y ancho de nuestras entrañas como una construcción poderosa sin la cual nuestra vida interior apenas tomaría conciencia. Templo y fortaleza, camino y hábitat, cárcel y liberación, océano y balsa, instinto y razón, el pronombre se multiplica, se carga, se recarga, adquiere fuerza, tensa su proyección, apunta sobre el más allá (al tú, al él, al nosotros, al vosotros, al ellos) ¿Quién osa ponerse a tiro? ¿Quién espera ingenuamente el disparo demoledor? ¿Quién permanece quieto ante su impacto? Y, sin embargo, no es un dispositivo perfecto. También resulta una defensa defectuosa, también arriesga el tiro por la culata, también oculta la bala en la recámara. Recuerdo que de niños arrancábamos ramas de los cerezos o de los avellanos, buscábamos las íes griegas mejor formadas, limpiábamos la piel con una navaja, fijábamos con fuerza en sus extremos una goma larga que nos daban en los talleres de reparación de bicicletas, dejábamos pasar un cuero como cazuelilla que sujetara la munición, tensábamos la poderosa herramienta y disparábamos a los pájaros, a los botes, a los cristales de la vecina a la que teníamos manía. ¿Era ya una forma simbólica y práctica de nuestra afirmación del YO? Dejado de lado el tirabeque infantil, resulta que hemos seguido practicando el arraigado ejercicio de nuestra confirmación. Por si alguien no se da cuenta, seguimos disparando nuestro ego en cada conversación, en cada acto, en cada sueño, en cada aspiración, en cada deseo. Es ya inercia. Algo arraigado, interiorizado, asumido. Al alcance de todos y cada uno de los mortales, a nadie le es negada su licencia. No hay freno posible. Sólo la propia dosis de escepticismo, de duda y de sarcasmo que la sabiduría del vivir puede habernos concedido.
También los elásticos del Yo se rompen. Riesgos de no medir la tensión, de no calibrar el impulso y de la ansiedad por cazar la pieza. ¿No te parece Fackel? Saludos de anochecida.
"Yo he elegido ser un poeta troyano. Pertenezco decididamente a la facción de los perdedores: los perdedores, privados del derecho a dejar huella de su derrota, privados hasta del derecho a proclamarla. Ahora bien, acepto la derrota, no la rendición". Poeta palestino Mahmud Darwish.
EL PASEANTE VALLISOLETANO
LAS FRANCESAS. UN CLAUSTRO CONVENTUAL DE LUJO DE HACE SIGLOS INCRUSTADO EN LA ARQUITECTURA DE HOY
TÚ, LA EVANESCENTE
El alma condenada. De Bernini a Bartolozzi
CHITÓN
El mar de Aral
LA SILLA DE K
TAKLAMAKÁN
DICHOS Y CONTRADICHOS
LA DAME AU CHIEN
EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
"-¡Ay! -respondió Sancho llorando-. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía."
También los elásticos del Yo se rompen. Riesgos de no medir la tensión, de no calibrar el impulso y de la ansiedad por cazar la pieza. ¿No te parece Fackel? Saludos de anochecida.
ResponderEliminarNaturalmente. Pero sin la herramienta YO, ¿qué sería de nosotros?
ResponderEliminarUn abrazo Sebastián.