(Variaciones VIII)
Has estado confusa estos días. Su desaparición te ha molestado. Quizás hasta te has sentido al borde de la exasperación. Reconócelo: no te preocupaba él, no le conoces lo suficiente para que suscite en ti inquietud. Tu rabia era tu propia debilidad. No has adelantado decididamente todos tus peones como para empezar a sentirte derrotada a las primeras de cambio. No sabías a qué atenerte, y nada más lejos de tu intención que mostrar nerviosismo y flaqueza ante tus amigos. En ese sentido, lo has sabido hacer. Te has aislado también, has recurrido a excusas, has reducido las visitas a los lugares acostumbrados. Y sin embargo, aunque nadie ha advertido tu intranquilidad, y la gente ha admitido que tu comportamiento es parte de esas rarezas que te sacuden periódicamente, para ti ha sido suficiente saber que has sufrido por él. Has reaccionado con control y tu rabia, virulenta y axial, ha engendrado su lado positivo y te ha conducido a sobreponerte. Hasta te ha gustado salir menos, y has disfrutado cuidando de las plantas de la terraza, o leyendo a alguno de esos autores que él te recomendó generosamente, o escuchando una y mil veces a Bach a través o no de la mediación de Gould, por ejemplo. ¿O acaso has hecho todo esto de una manera inconsciente para crear un puente invisible con el hombre que se ha ocultado sin aviso y sin delicadeza? ¿Ha sido su evanescencia la que te ha concedido visualizar una parte de ti misma que ocultabas y a la que no prestabas la mínima atención? Estás pensando en el milagro, en esa imagen caduca y tópica de que desde las tinieblas y las dificultades y los desconocimientos más hondos puede alzarse un cambio de actitud, por obra de una mano mistérica que te ha cambiado de lugar. Pero nunca te han seducido esas categorías religiosas. No olvidas que los milagros suelen ignorar las propias capacidades, y que lo que parece fruto del azar y de la benevolencia de fuerzas superiores no es sino esfuerzo de búsqueda y convergencia con los elementos. En definitiva, esta situación extraña ha servido para valorar tus momentos en otras dimensiones más reconcentradas. Según pasan las horas te encuentras más tranquila. Has combatido la ansiedad con tus propias ejercitaciones. Has hallado otro placer en los sentidos, rendida a la música, receptiva a las figuraciones literarias, dispuesta a otro significado del tiempo. Y ese placer sensorial se concentra en el área del pensamiento, y sientes que se pone en marcha una danza acorde dentro de ti. Es como si no necesitaras la urgencia de las salidas, el acuciamiento del movimiento exterior, el tropel de la gente a tu alrededor para palparte en tu propio valor. Pero te falta su presencia, eso piensas. Y estás a punto de convencerte de que podrías vivir incluso sin su revelación afectiva, pero dudas, te parece que hablas con la boca grande. Una sensación de decaimiento te estremece cuando miras a través de la ventana y sólo ves oscuridad y el brillo de las luces sobre el pavimento. Te desnudas, te acuestas, te cubres ligeramente con una sábana, te imaginas como difunta primero, luego como reencarnación. Te enervas cuando recuerdas al hombre, y todos los improperios de la lengua resultan escasos para maldecir la privación de él. No sabes que vas a caer muy pronto en un sueño que se va a apropiar hasta de tus sentimientos.
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