Al correr a cerrar las puertas, ha pasado por delante del estudio. El hombre no está dentro. El ambiente está menos umbroso y más ventilado, y ella ve de refilón el cuadro. Va directamente hacia el caballete, quiere observarlo con claridad. Ladea su cabeza para contemplarlo, arrastrada por una extraña sinergia, tal vez motivada por la posición del personaje. Se exalta en sus propios pálpitos. No se reconoce en la mujer del cuadro. ¿Y por qué tiene que ser ella esa mujer? Ella es alegre, tiene pómulos sonrosados, el rostro menos ovalado, los ojos vivos, no esas almendras semicerradas, no esos cuencos hundidos y esas mejillas amoratadas. El cuello podría ser, recuerda vagamente, pero no es tan esbelto el suyo. Y la caída de los hombros que ella tiene es más amplia, no posee la lasitud que insinúa esta figura. Tampoco se identifica con los labios de la mujer del cuadro. Los de ella sobresalen más y no son tan acorazonados y chiquitos como estos. Y esa nariz tan perfilada y rectilínea, no, tampoco es su nariz. Los cabellos suyos son abundantes y rizados y se expanden por todo el entorno de su rostro, y vigorizan sus facciones, en absoluto como los que se muestran aquí, tan aplastados y echados hacia atrás y dando una sensación de resecos. ¿O será tan solo un esbozo? Y esa mirada tan triste, de mujer melancólica y poco esperanzada, abandonada a la suerte de ser ignorada, tal vez olvidada. Pero no es una mujer marchita, aunque puede serlo, si el tiempo que aquí se representa se eterniza y no la salva. Y sin embargo, en la imagen hay algo de una Venus que en cierta ocasión admiró en una visita con su marido a aquella galería de Florencia. Todos estos pensamientos la perturban, pero le parece que estuviera leyendo en uno de sus libros mágicos. Y no obstante, él ha pintado aquí un capítulo y ella no sabe interpretarlo. ¿Será real esta mujer? ¿Acaso es un mero modelo? ¿Permanecerá como un recuerdo? ¿Se tratará exclusivamente de una representación renacentista, un mero ejercicio del pintor en búsqueda de nuevos enfoques de su obra? ¿Encarna esta figuración y este cromatismo pálido y desaliñado una invocación a alguien que él aún desea? No cesan las preguntas, no aparta la mirada. Debería irritarse, tal vez. Pero no puede dejar de compadecer esa marca de desvalimiento. Se sienta enfrente. No se despega de tal etereidad.
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