Ha pasado horas ignorando el día, la luz y las tareas. La lectura le ha arrastrado tan lejos que no sabe volver. Casi no se acuerda del hombre del cuarto de pintar. Hace más de dos días que no sabe de él. No se ha dejado ver. Enfrentado a un cuadro enigmático, supone ella, no ha salido de su recogimiento y de su silencio desesperado. La mujer lee con saltos. Hay momentos en que un capítulo le sugiere interpretaciones contradictorias y necesita releerlo, sin prisa, sin sacudidas, desproveyéndose ya de la primera emoción. Hay ocasiones en que no quiere avanzar, paladea las palabras, casi deletrea. Le resulta difícil desprenderse del ánimo que la excita. Hay tantos matices que la conmocionan. Entonces se detiene por reflejo y extravía la mirada. Es como si estuviese saboreando la manera como se dicen las cosas y accediendo al significado. Extraño y sublime momento de la comunión con el texto. ¿O tal vez con lo que el texto le descubre a ella sobre sí misma? ¿O tal vez porque ratifica lo que ella intuía pero no se había consustanciado con claridad en su mente? ¿O acaso porque le aproxima a revelaciones que nunca hubiera sospechado que serían tan extraordinarias? ¿O simplemente es esa especie de convulsión que la atraviesa en zigzag la que le da la clave y la pone en el sendero de las respuestas? La inercia de la curiosidad la lleva nuevamente al libro, justo a aquel párrafo que dice
“La felicidad no les es concedida a los humanos, sino en forma de intervalo. Hay períodos más o menos extensos en que los hombres creen que han tocado la satisfacción más absoluta. Pero los reveses de la vida se agazapan de forma inescrutable. Con frecuencia los hombres llaman felicidad a estados de obtención. A una acumulación mayor o menor de bienes, a una correspondencia, casi siempre efímera, en el amor, a una estabilidad en los oficios, a una serenidad harto durmiente en el matrimonio, a la disponibilidad prolongada de una salud llevadera. Y a estas concesiones se las pretende dotar de una calidad infinita. Pero puesto que todos comprueban antes o después la limitación y pequeñez de los logros, la tendencia consiste entonces en dar un carácter absoluto a la felicidad. Lo cual les aleja de su consecución, pero les permite vivir en un estado contradictorio de esperanza y comportarse con un ansia por conseguirla extremadamente irracional. No en vano están tan extendidas las religiones o los opiáceos, por poner dos ejemplos diferentes pero paralelos, cuyo objetivo, aparte de mantener a los mercaderes de castas y a los negociantes de las bolsas de valores, reside en amparar lo que resulta difícil de sostener, es decir, la fe en las mentiras categóricas, la renuncia a la búsqueda concreta de la satisfacción personal, la sublimación del dolor, la aceptación de la desigualdad...”
Aquí, ella siente un estremecimiento. Se interrumpe. Se pierde. Las palabras tajan su actitud habitualmente conformista y aquiescente. Percibe un escalofrío. Alguna puerta ha sido abierta. Una corriente de aire la golpea en el pecho como si se tratara de un párrafo.
Que precioso lo del párrafo que golpea.
ResponderEliminarAcaso no le quiere?. Quizá la calma de la casa sea pura y blanda monotonía?