Lo mejor que la mujer puede hacer cuando le ve inquieto es alejarse. No lo hace por condescendencia, está acostumbrada a sus reclusiones y a sus desdenes. Él aprecia esa actitud que presume respetuosa, pero ella se palpa excesivamente desorientada al asumir su desagrado. Hay algo de expulsión decidida en el gesto. Ha salido de la habitación donde poco a poco se va constituyendo el taller, donde él se crece en el caos de sus intuiciones. Se dirige hacia la puerta, la fuerza del día la atrae. El sol es más cenital ahora. Proyecta el ventanal acristalado sobre el suelo y se admira por lo bien pintado que está. Aquello, piensa, sí que es un lienzo de una sola pieza. El dominio de la luz conformando las formas. Sin una mancha, sin las gotas de los aceites, sin los embadurnes de los pinceles descuidados. Se sorprende por lo que se le ocurre, le espanta la comparación. La mesa de la comida ha quedado a sus espaldas, con los restos en los platos, sin recoger. Como un bodegón lóbrego. Sabe que mientras él trabaja ella no existe. Y después estará muy cansado o demasiado confuso para atenderla. Necesita salir. Si se queda en la casa será como una estatua. Una representación espectral que deambulará por otras estancias nerviosamente. Siempre en función de que él la solicite. Se sentirá ausente de sí misma. No soporta con facilidad ser la presencia frígida que él precisa para levantar su mundo de imágenes quebradizas. No le basta ya seguir sufriendo su papel de musa pasiva, que tanto le entusiasmaba antes. Comprende que no resulta cómodo rozar los tiempos con él. La llamada del sol la requiere, pero ella se resiste. ¿Por qué duda? Se ha sentado sobre la silla más albina de la casa, la que ya estaba cuando ellos llegaron. Se recoge tibia y aturdida por tanto pensamiento intrépido. Le escalofría reflexionar sobre la medida de los últimos años compartidos. Quedan tan lejos los primeros deslumbramientos, tan olvidadas las complicidades estimulantes, tan marchitas las pruebas iniciáticas que parecían consagrarlo todo entre ellos dos. Entre su posición y el ventanal junto a la puerta de salida hay una corriente de luz que ilumina el recorrido. Que unifica las distancias. Sin embargo, desde donde está, se encuentra tentada por el remanso de sombra del pasillo. Desearía cerrar las puertas, cegar los vasos comunicantes de las habitaciones, sentarse en ese rincón apartado. Oler allí la memoria del tiempo irrecuperable. Dejarse desgarrar por los pequeños olvidos que se apostan cada día tras los silencios. Vacila. Ha tomado un libro. Siente entre sus manos un hueco que la arroja fuera de sí misma. Un fogonazo de letras la deslumbra.
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Hace 7 minutos
Qué barbaridad, qué historia, qué sugerencias te traen y te llevan los cuadros de ese pintor. Un fuerte abrazo.
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