Avanza el día, sin ruidos. Fuera de la casa la nieve empieza a deshacerse. Los moradores no se han levantado temprano, pesaba el cansancio motivado por el trasiego de la víspera. Acaban de tomar unas sopas en los tazones de loza rústica. El aguardiente les ha entonado. Han encendido la lumbre y pasan revista a la vivienda. Se admiran de la cantidad de ventanales, de los largos pasillos, de los espacios desahogados que quieren seguir respetando. Pocos planes. En tal cuarto estaría bien una mesa para celebraciones, en el otro el gabinete de trabajo, y en el de más allá, donde el sol no entra de golpe porque da a poniente, podría ir el dormitorio. Lo justo para moverse sin agobios. Las demás habitaciones, que permanezcan austeras y vacías. Eso comentan. Ella colocará una silla balancín para contemplar el arco de las horas a través de una de las vidrieras. Y donde poder aprovechar para leer con comodidad. Él también reclama que su estudio reciba luz desde todos los lados posibles. No quiere tanto ver el paisaje como observar con claridad la obra que va creando. Pondrá el caballete en una zona donde la luz le guíe los trazos, pero no le cree sombras. En otro ángulo irá el torno donde moldeará esbozos de arcilla y seguramente acabará elaborando platos y cuencos que le pedirán los vecinos cuando sepan de sus habilidades. Ya ocurrió antes. Los cuadros que ha traído del alojamiento anterior los ha ido colocando dispersos y amontonados, apoyados en las paredes. Sabe que hará como siempre, cambiarlos de posición, ocultar unos, anteponer otros. Gusta de contemplarlos con una mirada que le acerca y le aleja de su propia creación. A veces los observa con exigencia, otras displicentemente, otras simplemente se deja sugerir. Sucederá como otras veces, pasarán semanas sin echarlos un vistazo, o de pronto se precipitará agitado hacia ellos porque alguna duda, algún temor, alguna ocurrencia, alguna manía le estarán pidiendo a gritos que descifre una clave que le inquieta y no resuelve. Ella se ha echado por encima un chal de lana y ha salido al jardín donde, bajo la nieve que se disuelve, asoman briznas de hierba y tímidas plantas. Él pasea por los corredores, deja abiertas las puertas de par en par, calcula las medidas de la superficie con sus grandes zancadas. Se disgusta con las tonalidades embreadas del entarimado, aunque el contraste con el albor que conecta unas estancias con otras le deja perplejo. Tiene claro que observar y comparar son las herramientas elementales de su trabajo. Luego vendrá la mezcla de los colores, la combinación de sombras y luces, la valoración de los volúmenes, la ubicación de los objetos, la consideración del vacío. No deja de dar vueltas por la casa, asombrado y absorto. Tan ensimismado está que no ha oído que la mujer le llama. Desde el ángulo donde permanece impasible advierte un campo de visión nuevo. Las puertas le parecen fichas de dominó dispuestas a moverse entre sus pinceles.
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Hace 24 minutos
Precioso Fackel. Me encanta esa casa, si, y la calma que se respira en ella y la luz Y la nieve fuera en el jardín...Espero sigas contando la historia
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