Hoy he entregado a la mujer un texto que me rondaba desde hace días. Léelo luego, cuando nos hayamos ido, le he dicho. ¿Y si prefiero leerlo ahora?, ha replicado arrebatándome el folio. Se ha apartado. Me ha dado la espalda. No sé si ha repetido la lectura o contemplaba a las cornejas.
Una vez bebí de la fuente y probé de la tierra. Deja que hoy esté también cerca de la materia transparente.
De niño me acercaba a aquella roca en forma de plato por donde se filtraba el manatial, tan leve como prístino. Al ras de sus bordes sorbía una pureza hija de las entrañas de la montaña. Me empujaba la sed, me apremiaba el calor del estío. Me desbordaba la frescura que se deslizaba por el interior de mi cuerpo. Como un aborigen primitivo postrado ante la humedad natural estaba a mi alcance la posibilidad de saciarme. Pero siempre quería más, y volvía una y otra vez a aquel cuenco que filtraba su don oculto para mí. Solo mucho tiempo después sentí lo mismo contigo, un ejercicio no menos natural. ¿Echaste en falta alguna vez mi sed que no acababa de apagarse?
Una vez, también en la infancia, caté los frutos violáceos de los matorrales que crecían por las riberas. Haz que su dulzor asome ahora a mi boca que no ha perdido la memoria.
La maleza era espinosa. Su tejido, un laberinto. Las bayas competían en sabor. Del dulzor a la acidez enseñaban a la criatura a distinguir y encontrar su valor. Aprendía en cada sapidez. Me educaba en el gusto. Me reconocía en la medida y el tiempo porque para saborear lo frutal hay que detenerse y olvidar. Sentarse bajo la fronda, ahuecar el espinar, acostarse junto a los juncales. Solo el aire escurridizo. Los olores de la tierra. El murmullo del regato. La ausencia de sonidos humanos. Entonces abrir los labios al fruto y ser tomado por él. Cuando tú eras agua y tierra y brisa y parada para mí volvía a reencontrar la frutalidad en sus propiedades exactas. ¿Comprendiste que el apetito era el instinto que no cesaba de desbordarnos?
En la privación de ti quise renacer desde la memoria y me convertí en raíz.
Siempre serás tú, dice mientras se da la vuelta y sostiene el papel. Sabes cambiar y a la vez estar en el mismo sitio, ¿cómo es posible? Ven, y me señala la ventana, contemplemos a las aves que saben de inviernos más que nosotros. Acaso ellas tengan respuestas de las que nosotros carecemos.
*Fotografía de Inés González
Ese pubis angelical, delicado y misterioso, acompaña silencioso el texto que el hombre no menos delicado ha escrito en honor a esos ecos, a esa memoria tan fructífera de pasión y erotismo. Me llama la atención la mujer: arrebata el folio, da la espalda, se aparta. Pareciera ajena o que no van con ella esos recuerdos, esos ecos que se quedan ahí sin tocarla.
ResponderEliminarTal vez esa mujer se debate entre dejar los recuerdos en su tiempo y espacio o retomar lo lejanamente vivido en una aventura del azar.
EliminarPensaba que la respuesta estaba en el viento, pero quizás este en las aves, unas aves que son lo más parecido a un avión.
ResponderEliminarSaludos.
Las aves nos hablan, a la vez nos ignoran. Parecen humanas.
EliminarTiene razón, tienes la capacidad de ir, volver, mover la luna con tus manos; de regresar al remoto tiempo del recuerdo donde todo se desdibuja, sin embargo tú, tú me regresas los sabores en la punta de lengua, los olores inundando de luces mis antiguas estancias en los bosques, mis risas al pie de la cascada, mis llamadas en la nieve, o atravesando la Südstadt donde vivía... Allí... una tarde cualquiera, donde se veían estrellas fugaces desde el tranvía. Tú siempre me enseñaste que todo aquello que anhelamos se mantiene vivo, sigue latiendo con la milimétrica intensidad de entonces.
ResponderEliminarPor supuesto que se mantiene vivo. Conviene retener lo que late, es manifestación de vida. El anhelo mantiene una suerte de matrimonio con la imaginación, tiene más vigor de lo que se piensa, es transtemporal y en él se puede hallar una cierta clase de consuelo y de gozo, y sobre todo de comprensión, pues la materia humana es más profunda de lo que parece.
EliminarLa veu que parla devia convertir la privació d'ella en poesia.
ResponderEliminarAsí: las privaciones aguzan el ingenio más íntimo y bucea en las expresiones más personales (tal la poesía)
EliminarHaverá sempre respostas que nos escapam... Mesmo quando se volta ao mesmo lugar, há qualquer coisa que é diferente e podemos já não sentir o mesmo...
ResponderEliminarInteressante como sempre....
Beijos e abraços
Marta
Vivir es indagar. Uno no deja nunca de hacerlo. El pasado no es solo lo que fue sino también lo que no pudo ser. De ahí que nos reclamemos una comprensión sobre lo que no sucedió.
EliminarA muchos, recuerdos de la infancia acuden a nuestra memoria con cierta frecuencia . No tengo clara la interpretación que hay que hacer de ello.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Interpretación, no sé, tampoco me preocupa. Buscar claves, sí, ver que hay un hilo que se mantiene incluso en otras coordenadas, más fascinante todavía, como en el caso del relato.
EliminarEse mirar por la ventana, esa carta tan sabrosa, esas aves que saben...
ResponderEliminarHas dibujado un cuadro estimulante... y tan poético!
Tal vez los personajes, el paisaje y la situación generaban de por sí estímulos, no solo poéticos.
EliminarAlgunas veces no hacemos más que complicar lo que ha de ser muy sencillo, pero no, si es sencillo no nos atrae, ansiamos, preferimos, anehlamos, lo difícil. Y luego nos quejamos de los esfuerzos y trabajos extra.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Tal vez tanto lo que pensamos sencillo como complicado no son sino recreaciones de nuestra mente, nos generamos expectativas con arreglo a los deseos y de esta voluntariedad ansiosa no dependen los hechos que tendrán lugar. Es por eso que consideremos esfuerzos vanos cuando algo no sale según lo previtos o anhelado y sin embargo nuestro ego resulte exultante cuando algo sale bien, aunque no haya dependido de nosotros en gran medida. Somos así.
EliminarEl mundo nunca se adaptará a las expectativas de los soñadores. Lo mejor que pueden es construirse un mundo lejano y no dejar, nunca, leer nada a mujeres demasiado prácticas, dios las bendiga.
ResponderEliminarLas prácticas no dejan de ser buenas lectoras, más comprensivas de lo que nos pensamos, y por supuesto que los cientos o miles de dioses inventados por los hombres, entre los cuales está también el que nombran en singular, porque a su vez es otra invención, las bendigan a ellas. Lo haré sin dudarlo yo también.
EliminarLa ausencia, los recuerdos, la memoria....
ResponderEliminarQué bonito y poético texto, Fackel.
Una maravilla...
Un abrazo enorme.
El camino de la vida no es algo inexistente que se espera para el día de mañana, es sobre todo lo ya recorrido, y su bagaje nos ha construido y eso hay que valorarlo como un tesoro.
EliminarFáckel:
ResponderEliminaruna imagen muy perturbadora.
Salu2.
Pero tan bella...
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