Un símil muy manido solía recurrir, hasta ahora, a que la vida es como un cuaderno. Una vieja idea que probablemente las nuevas generaciones no interpreten porque el cuaderno como soporte va decayendo. ¿La vida como cuaderno? Para apuntar ¿qué? ¿Las equivocaciones, las dudas, los desaguisados, las contradicciones, los gestos de desdecirse, las turbulencias, las quiebras? Si de cada conducta mencionada se hiciera una redacción, ¿qué se contaría? ¿La verdad o la mentira? ¿Lo que fue o lo que nos parece que fue? ¿O acaso lo que pudo haber sido pero llegamos tarde para escribir los renglones correctos? Pues sí, la vida puede ser un cuaderno. No solo para plasmar lo existido, sino para cubrir las páginas con la invención. Inventar no necesariamente es engañar. Y tiene mucho de persuasión sobre el viviente mismo. El cuaderno abierto, pues, a que la vida pueda ser reescrita. ¿Con anhelos pendientes, aspiraciones ocultas, tendencias no reveladas, tentaciones abortadas, voluntades marchitas, amores flotantes? Todo es cuestión de tomar la pluma del propio vuelo, conjurar la edad y echar la llave al sentido del ridículo inicuo. El pudor, eso sí, siempre a salvo. Porque, llegada la circunstancia, salva.
(Fue una vez un tintero lleno. Una mesa, un palillero, un cuaderno, un secante. Fue una vez una mano tibia, temerosa, frágil, indecisa. Fue el ángulo abierto del codo ocupando desmesuradamente el pupitre. Fue también una pizarra y un maestro y unos padres y un modelo de estilo a seguir al que llamaban caligrafía. Fue sobre todo una mano correctora grande sobre la mano pequeña que iniciaba las primeras letras escritas. Y una rigidez, una tensión, la manía de morderse la lengua. Fue la labor de lo que llamaban aplicación. Fue, en fin, un pulso, un garrapatear signos que se resistían, una sucesión de borrones y de páginas destrozadas. Fue el error, el fallo, la mancha, el propio desorden de los trazos, la repetición persistente, la dificultad costosa y cansina. Todo ello fue lo que se alió con el empeño y alentó la tenacidad. Algún día, sin saber cómo ni por qué, el niño se puso en pie de letras y agilizó la costumbre de escribir sobre unos y otros cuadernos. Pequeñas cárceles de papel de las que mucho más adelante se fugaría)
y la caligrafía como forma de moldear la mente
ResponderEliminarNo dejaba,o deja, de ser una disciplina, ¿no? (También es un arte) Eso lo dice todo. Recuerdo que, a veces, al principio los cuadernos mostraban trazos rigurosos y firmes y después abundaba el desorden y los tachones. ¿Rebeldía versus sistema de moldeo de la mente?
EliminarSi amplías la mirada sobre la enseñanza, ¿acaso no todo tipo de disciplina iba dirigido (va) a moldear mentalidades?
Se de alguien que dejó los principales acontecimientos emociónales de su infancia escritos con caligrafía rebelde, pues nunca se atuvo a las paralelas marcadas. Lo hacía para que quedara constancia ante un futuro ineludible de cruel, estupida y constreñida madurez oficial. Ocurrió durante las pasadas décadas de los 50 y 60. En 1972 por necesidades biológicas se la tragó la tierra y se azopenco durante dos décadas.
EliminarNunca es tarde para resucitar, ¿no?
EliminarNi te cuento cómo resucitó mediada la cuarentena. Se resarció y disfrutó de la vida a tope una vez cumplidas todas las responsabilidades y losas pertinentes.
ResponderEliminarEso está bien si la salud fue tu aliada y tu mentalidad un campo abierto o un océano fecundo.
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