Alarmada por no saber de mí desde hace varios días has enviado a uno de tus más diligentes mensajeros a interesarse por mi persona. Yo lo agradezco. No me pasa nada y sí me pasa. Por supuesto, te he tenido todo este tiempo en mi pensamiento, como es ordinario. Pero uno no siempre sabe qué relatar si piensa que con el discurso habitual no aporta mucho a otros. Es importante de vez en cuando mantener silencios, en parte porque no debemos abusar del oído de los amigos que queremos y agobiarles con nuestras cuitas, en parte porque precisamos dedicarnos a fondo a la solicitud con nosotros mismos. Puede que se me vea como un despegado, pero no se me malinterprete por tal actitud. Además no puedo evitarlo. Sabes que mis exigencias son modestas y que para mí lo importante de la vida es no percibirla como algo oneroso. Necesito reposar el pensamiento, calmar emociones, ya sean estimulantes o coléricas, soslayar pasiones inciertas, meditar sobre las propuestas que pueden forzarme a tomar decisiones y cambiar de vida. Retirado al interior de la isla encuentro un ámbito apropiado para apaciguarme. Así se lo he hecho saber a tu fiel Aeschylos, con el que he compartido una frugal pero agradable comida, y no dudo que te lo transmitirá. Agradezco tu interés y la hermosa copa ática que me has hecho llegar con Aeschylos. Sus colores y la geometría de las figuras son nuevas y no dejo de maravillarme. Ahora quedo turbado pues la presencia inquisitiva de tu mensajero y el regalo me han traído de una manera, encubierta pero intensa, a ti. Y veo en ello una suerte de reclamo para que vuelva. Esta fragilidad, suscitada espontáneamente, hace que tome como mías unas palabras que escribiste en cierta ocasión: No sé qué decidir: dos son mis pensamientos.
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