La mujer radioyente hacía un hueco en su tiempo y conectaba puntualmente la emisora prohibida. Se refugiaba en el rincón más apartado de la casa, donde las paredes no colindaban con pisos vecinos, y a la misma hora nocturna encendía el dial tabú. A nadie se lo comunicaba. Cuanto oía por las ondas, que llegaba con altibajos e interferencias, era contrario a lo que ella había defendido, siquiera por tradición familiar. Sin embargo, su avidez por lo que transmitían aquellas emisiones rebeldes podía más que cualquier circunstancia anterior a la guerra que los suyos habían ganado y los de la radio habían perdido. Cuando salía a la compra por las mañanas, nadie hablaba de nada especial más allá del eterno tema de la carestía de los alimentos y del estraperlo. Si escuchaba algún comentario falaz sobre la vida precaria en el país, que pretendía pintar de rosa a éste, ella callaba y sonreía. En su inmensa humildad la mujer radioyente iba aprendiendo a descreer de lo propio y a permanecer expectante. La noche en que la emisora apenas se captaba medianamente iba a la cama malhumorada. Allí, tendida y presta a recuperarse de las labores de la jornada, la mujer radioyente fantaseaba noticias que no había escuchado. Ponía rostros agradables a obreros desairados, volvía a colocar en su entorno a viejos fugitivos, resucitaba a los muertos de las cunetas. No alzaba banderas, ni sacaba a relucir insignias, ni entonaba himnos, porque la parafernalia le decía cada vez menos. Ella solo quería ver de nuevo viejas caras, escuchar voces desaparecidas, confraternizar con sus antiguos amigos de juventud de los que ya no se había vuelto a saber nada. En sus devaneos, se consideraba locutora y a la vez oyente, y urdía una programación como si medio país clandestino estuviera pendiente de ella. Nunca supe por qué aquella afición de la mujer radioyente a entrar cada día en las ondas de otro mundo que no había sido el suyo. Tal vez su novio militar, muerto hacía ya muchos años, pudiera saber algo. Pero se calla como un proscrito.
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Hace 42 minutos
ResponderEliminarMe están gustando tus Sotobosques, me dejan sensaciones variadas, a alguna puedo abandonarme.
Gracias, Fackel
Abrazos, salud
m.
Para eso están las sensaciones, incluso estas: para ser cada día otros.
EliminarGracias a ti, por segiir en ese planeta.
Para pensar.
ResponderEliminarSalut ¡
El pensamiento a través o junto a o desde...las sensaciones, que nutren tanto a la memoria. Salut!
EliminarLa verdad siempre tienta a quienes no deja satisfechos la resignación.
ResponderEliminarUn saludo
Tentación que las más de las veces, en mi experiencia, se queda en seducción. Salud siempre.
EliminarCelia en la Revolución. Elena Fortun.
ResponderEliminar¿Te parece? Ni idea, no he leído a Celia, ¿no era de antes de la guerra de España? La radioyente, en mi elección, es posterior, te lo aseguro.
EliminarCelia en la revolución estuvo prohibido mucho tiempo. Ella, republicana, emigró, aunque luego volviera. Su espíritu curioso liberal y sociológico trascendía sus narraciones infantiles. Pero claro .....
ResponderEliminarSí que recuerdo cierta serie televisiva hace unos años, ponía los acentos en sus travesuras medidas, pero no recuerdo apenas nada del guión, digamos.
EliminarLo de la tele fue un insulto a la verdadera intención de la autora. Nada que ver, pero indicio claro del tipo de receptividad de los guionistas, y por ende .....
ResponderEliminarCuando las barbas de tu vecino ......
y así ocurre con casi todo.
Lo cual me hace valorar más las excepciones, pero visto lo visto ya ni me molesto en enfurecerme, es lo que hay y quien no comulgue con determinadas ruedas de molino mejor que se esfume, salvo que decida prostituirse para pertenecer a la grey imperante, que pocos soportan la soledad.
Pero aunque ya no nos molestemos debe quedar constancia. Creo que hemos ido tomando buena nota de los mixtificado, aprovechado y corrupto incluso que son grandes asuntos de la vida social. A estas alturas tenemos que estar más allá, ¿no crees?
EliminarMAS ALLÁ!! Ahí me has dado hermano. Esa expresión merecería todo un tratado pero no dispongo de tiempo para ello.
ResponderEliminarSiempre resultó mi ubicación natural desde infancia pero hube de embarrarme porque está feo morirse sin conocer la existencia a través de la sangre y lo que ello implica. Nada que ver con chorradas religiosas sino con la justicia de ser consecuente con el entorno que nos nutre.
Un más allá que parece metafísico o esotérico, porque ¿quien se libra de no dejarse afectar siquiera en una mínima parte por las circunstancias que aportan el mero hecho biológico de vivir?
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