“…la avaricia y la ciega ambición de honores, que a míseros hombres obligan a transgredir los límites de la ley y a que a veces como cómplices e instrumentos de crímenes se afanan noche y día con extraordinario esfuerzo por elevarse a los supremos poderes, estas llagas de la vida las alimenta en no pequeña medida el miedo a la muerte. Pues por lo general el vergonzante desprecio y la amarga pobreza parecen alejadas de la vida dulce y estable y casi un demorarse ya ante las puertas de la muerte; por ello los hombres, mientras quieren coaccionados por un vano terror escapar lejos y retirarse lejos, con sangre de ciudadanos acrecientan su patrimonio y duplican ansiosos sus riquezas, acumulando matanza sobre matanza; se regocijan crueles en el lúgubre funeral del hermano y odian y temen las mesas de sus parientes…”
Aunque Lucrecio (ca. 98 - ca.55 antes de nuestra era) habla de esta manera en el Libro III de su obra La naturaleza de las cosas, ¿no resulta demasiado cercano lo que se referencia en el discurso? ¿Ponemos nombres y apellidos? ¿Situamos clases ricas tradicionales y acaparadores recientes? ¿Mencionamos inversores fraudulentos, empresarios multinacionales y locales chantajistas, banqueros delincuentes y políticos corruptos al servicio de todo lo demás, es decir de la gran rapiña? ¿Sacamos la lista de defraudadores al fisco, de expoliadores, de evasores de capitales? ¿Establecemos la relación de instituciones públicas y privadas, regionales y estatales, religiosas y civiles, pringadas en el afán del negocio turbio y del despilfarro? ¿Citamos el gran robo a través de todas sus vertientes que está teniendo lugar sobre bienes públicos y privados en la vieja tierra de los conejos, de las serpientes, del toro y de los suicidas? ¿Nos referimos al señuelo lanzado a la sociedad para que entre al trapo y en nombre del beneficio se convierta en su cómplice y opositora, sujeto y objeto, productor y mercancía, víctima y verdugo? No anda descaminado Lucrecio, no. El insalvable miedo a la muerte que hace creer a los hombres que se conjura -miedo y muerte- con el beneficio, el status social, el dinero, en definitiva. Ridículo exorcismo que, temporalmente, puede resultar para aliviar el miedo. Absurda conjura intentar comprar la muerte. La lectura fatal es que los poderosos -y toda la ralea menor que se presta a su juego- quieren arrastrarnos a todos a evitar su muerte, provocando la nuestra. ¿Hablo metafóricamente? Ojala. Pero el aumento de los suicidios de hoy, ¿qué son? ¿Mera opción individual? Hoy nos tantean, nos pulsan y nos la juegan. Mañana, nuestra sumisión será su baza decisiva. Harán lo que necesiten hacer, como anteriormente lo han hecho, si consideran que no aciertan y no hay marcha atrás. La barbarie habita entre nosotros. Las hecatombes siempre permanecen agazapadas. Pero acaso esta vez tampoco ellos se salven.
(Fotografía de Ivan Cap, DGTLK)
De ahí viene, precisamente, mi derrotismo: de ver que, en realidad, nada ha cambiado a lo largo de los siglos, que los peces grandes se comen a los chicos por muchas batallitas que haya entre Davides y Goliats, que sólo somos esclavos, siempre incluso cuando nos creíamos consumistas privilegiados. Un abrazo!
ResponderEliminarLa avaricia, es en realidad una enfermedad que no tiene cura, porque nunca puede saciarse.
ResponderEliminarSoy más bien del parecer que si el avaricioso pensase en la muerte, que está aquí de paso, y que lo que posee es prestado y no una propiedad, dejaría de serlo, para intentar gozar la vida con intensidad, todo lo contrario de lo que hace el avariento, que no vive, pensando en amasar fortuna.
Pero su problema es que la ceguera de la pasión que le domina es superior a la realidad y le impide verla, por lo que sigue encerrado en un mundo que le atormenta a él y a quienes le rodean.
Tal vez sea un pensamiento estoico y ya algo anticuado, pero ¡conozco a tantos de estos!
Un abrazo.
Es cierto. Resulta un texto muy cercano. Espero que la cuota de sangre -habitual en esos días para mantenerse en el poder- no resulte similar ahora.
ResponderEliminarun abrazo
Francesca, no obstante...que el pesimismo del momento no sea derrotismo.
ResponderEliminarCarlos, razón tienes, pero ya ves, en vez de hacer meditar algunos se vuelven más ansiosos, más acaparadores, más destructivos...a costa del común, claro. Un abrazo.
ResponderEliminarNeo, se ve que las pasiones actuales no son nuevas, proceden de lejos. Nadie de nosotros desea la opción violencia. Pero todo hace indicar que siempre se genera en el mismo lado del río. Por esa constante de las apetencias, el poder y la propiedad.
ResponderEliminarAbrazo.
No sé si ellos podrán salvarse sin nosotros, lo veo difícil. Pero lo que tengo claro es que nosotros no podemos salvarnos con ellos.
ResponderEliminarUn saludo
Yo también lo tengo claro, Camino.Un abrazo.
ResponderEliminarY por si fuera poco el tema de suicidios, ahora se dan otros casos de muertes relacionados con dependientes a los que se les recorta la asistencia. ¡Viva el Estado...de la frustración!
ResponderEliminarVer:
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/11/11/actualidad/1352639598_936847.html