De Marina Ivánovna L. a Vladimir M.
...Sin que la luz lo invada todo. Sin que quiera saber lo que me cuentan. Sin que nadie me reconozca ni por la calle ni en las tertulias. Elijo pasar desapercibida porque así te preservo mejor, mi dulce V. Podría quedarme encerrada y convertir en duelo mi silencio anónimo. ¿De qué serviría? Reducir la memoria de los buenos instantes a una serie de recuerdos afectados y marchitos no te gustaría, y a mí tampoco. Si algo me aportaste fue vitalidad. Si algo te di fue vitalidad, aunque ambos lo manifestáramos de modo diferente y no siempre se cruzaran en paz. Pero ¿te das cuenta que esa energía que poníamos en marcha no era solamente la que traíamos a nuestros encuentros? Iba más allá, luego la seguíamos alimentando, aquellas maneras que ya no se sabía si pertenecían a uno o al otro. Me acuerdo de cómo a veces hablabas con amigos comunes y te decían que no eras tú. No, no eras tú. Habías tomado mi encarnación, de la misma forma que yo en otras ocasiones reaccionaba más colérica que de costumbre. Pero a mí nadie me dijo que parecía V., porque pocos tenían idea de que nuestro carácter se transformaba, que había un intercambio, una cesión espontánea imposible de prever. Algo que se elevaba por encima de nuestros retozos dispares. O que nos atravesaba cuando nos alejábamos. ¿Sabes cómo le llamaba yo a eso? Cordón umbilical, un procedimiento de nutriente mutuo que nos mantenía no obstante nuestras separaciones.
No me pongo a escribir estas notas para tratar de hacer una narración. Un relato se hace para que se conozca una historia. Y yo no quiero que se sepa, como tú no querrías que se supiera. No porque a ambos nos perjudique, sino porque hay en este silencio algo de manto que conserva el calor que hubo entre los dos. No hay necesidad de que nuestras vivencias discretas, pero profundas, sean pábulo de las incompresiones y los dimes y diretes. Estoy segura que algunos, malévolamente, las utilizarían para explicar caprichosa e interesadamente muchas actitudes tuyas, incluso tu resolución final. Pero necesito escribir para situar mejor nuestro conocimiento mutuo. Lo vivido, en fin, se da en esta existencia pero se amplía con la pedagogía de la palabra que tan útil nos resulta. Cuando haya escrito hasta un punto en que no sepa qué más decir, o no encuentre más sentido, romperé estas cuartillas. Antes, te haré sentar al otro lado de la mesa, te las leeré y me escucharás desde tu evanescencia. Sé que juego con ventaja, porque no cabe esperar tus objeciones, salvo que yo misma me dé cuenta de aquello que tú considerarías inconveniencias. Un juego arriesgado, pero que prolonga mis propios sentimientos de pasión. Y que no podrás impedir.
(aquí se interrumpe)
me encantó Fackel,
ResponderEliminarsaludos
Omar, extrañas exploraciones que veo compartes.
ResponderEliminarSaludos.
Me encanta la sencillez y al mismo tiempo, la profundidad de esta (seguro que sí) enamoradísima Ivánovna.
ResponderEliminarSigue con lo que puedas rescatar de estas cuartillas, que por suerte no se llegaron a destruir. Creo que se podría hacer un buen puzzle de la vida entre ella y Maiakovski... alguien tal vez se ponga en ello (o tal vez ya lo ha hecho...).
Un abrazo,.
Utopazzo, sigo buscando y encuentro más cosas, aunque algunas no resulte fácil comprenderlas...
ResponderEliminarGracias por comentar, me das luminosas ideas.
Un abrazo.