Era invierno cuando cogí aquellas piedras en el páramo. El suelo vestía de pardo. Las piedras estaban embarradas. Desparramadas generosamente por el monte. Había tantas. Cada piedra era una arquitectura. Tenían oquedades por todas sus caras, irregulares, ahítas de aristas. Parecían pequeños acantilados sometidos a la furia de los elementos. Las puse en una bañera para quitarlas la arcilla. Ahí siguen. Meses después casi todo los días aparecen hormigas en su entorno. Salen de ocultas y profundas galerías que deben formar una red tan misteriosa como intrincada que llega hasta el corazón de la piedra. Tal vez en ese centro sagrado no exista la gravedad y las hormigas sobrevivan porque se mueven en otro mundo desconectado del nuestro. Ignoro qué come este tipo de hormigas. Probablemente tengan recursos almacenados en las entrañas de la piedra. Ahora me arrepiento de haber lavado las rocas. De haber atacado inconscientemente la aldea subterránea. Aunque lo más probable es que las galerías minúsculas estén bien protegidas y la absorción de la piel caliza haya parado la humedad. No dejo de asombrarme. Me estoy acostumbrado a ellas. Me hacen pensar en su aparente levedad. Me alivian de mi latente fragilidad.
No deja de ser desconcertante ese mundo interno repleto de galerías escondidas lleno de hormigas. Pese a un primer sentimiento de repelús, luego he pensado que podría ser una metáfora de este mundo, en el que otros pensando en su poder para sumergirte en agua, se olvidan de que existen hormigas que viven en ese cosmos. Parece entonces que hay esperanza.
ResponderEliminarSigo en fuga junto a Rachmaninov
Magnífico paralelismo. La materia sumergida, agua cubriendola. Vida dentro de materia latente, ignota para la mayoría, abrazada por las emociones del líquido elemente y resplandeciente para esas hormigas.
ResponderEliminarDejando los paralelismos de lado. ¿Has observado la velocidad tan enorme con que las hormigas recogen los huevos cuando levantamos una piedra que cubría "su nido". Todos los años vivo la experiencia junto a mi hogar y no paro de asombrarme. Beso.
Ata. Yo pretendía ver la metáfora intrahumana a propósito de esas hormigas que deambulan entre la piedra y mi casa. Hay esperanza. La capacidad de las especies es enorme. Mientras no confluyan elementos tan determiantes o mayoritarios que puedan con todo. Y el caos.
ResponderEliminarViva esa fuga.
Magnífica observadora filoformiquera, Emejota. Sigue la observación y déjalas en su mundo. Interpretas además muy bien le mundo de esas piedras que me traje. Los elementos más sencillos (que no son tanto) siempre nos hacen meditar.
ResponderEliminarSiempre observé el mundo de los hormigueros y de sus pobladores. Las filas largas, sus labores, sus acumulaciones...¡sus reinas! Mundo fantástico, creo que hay 12.ooo variantes de especies de hormigas, viejísimas avispas que se quedaron atrás y no llegaron a serlo...
Gracias, ya veo que de bichejos sabes mucho, mucho, mucho más que una servidora que se tiene que conformar con las hormigas y algún desgraciado ratoncillo, moscas, pulgas, garrapatas y demás fauna y flora autóctonas del lugar. Eso si, piedras, para parar unos cuantos trenes, sobre todo si son de la FEVE; anda y que no me gustan y hacen buen servicio, de lo más variado. Lo curioso es que he descubierto a mis nietos en las mismas lides instintivamente. Hasta me las traen de regalo, tan ufanos. Ja,ja será pedrusquigenética. Beso.
ResponderEliminarEmeJ. No sé nada de insectos. Sólo lo que disfruté en su día observándolos, cogiéndolos y, a veces, haciéndolos sufrir como sólo los niños en su inconsciencia y en su curiosidad malsana saben hacerlo. De piedras sólo sé que me gustan y que me hablan. Me parece bonito que tus nietos vayan tomándole gusto a los objetos más sencillos y a mano que nos rodean.
ResponderEliminarBuena noche.
¿Aparente levedad?
ResponderEliminarSolo porque con un pisotón nos la cargamos, pero ahí está un batallón dispuesto a sustituirla.
Ójala los humanos nos supiéramos organizar como ellas, y ojo que como te de un bocado en el dedo gordo del pie una de las que hay en mi pueblo: gorda y grande..., no te digo.
Como puedes ver, no soy nada poética en cuanto a hormigas y moscas, tengo escrito un micro sobre estas últimas que me están agobiando.
Salud veraniega.
Cuando hablo de insectos se me olvida lo demás. Me encantan las piedras, las colecciono. En esta, si se gira a la derecha, obsevo el esqueleto de cabeza de un animal de cornamenta.
ResponderEliminarIsabel. Y eso que hoy no hay las moscas que yo recuerdo en mi infancia. Aquello eran divisiones aerotransportadas. Los chicos hacíamos competiciones sobre quién cogía más al pasar la palma de la mano por una mesa larga plagada de ellas. Recuerdo también que las había de muchas variedades (luego ya me informé más en los libros) y algunas eran terroríficas por su aspecto, tamaño y color. Sobre las hormigas tengo memoria análoga. Naturalmente, las muy insignificantes pasaban casi desapercibidas, pero las había de un tamaño superior con unas pinzas que te pegaban sus buenos pero soportables mordiscos. No voy a entrar ahora en las tropelías que hacíamos con sus hormigueros, porque en aquella sociedad depredadora nos daba por cazar pájaros (otra tortura con ellos unas veces innecesaria, otras porque había gente que los comía enseguida) y se utilizaban de cebo los anderetes (así se llaman en Navarra una variedad de hormigas aludas, provistas de alas, peciosísimas por otra parte)
ResponderEliminarEl ejemplo de las hormigas, donde su expresión del Ser es el colectivo, su realización es casi como una máquina que trabaja incansable, no importa cuántas mueran que otras tantas o más surgirán, se utiliza a menudo como comparación con los humanos. Y muchas sociedades humanas casi lo llevan a la práctica, ¿o qué crees que ha pasado y está pasando en China por ejemplo? Creo que los humanos somos otra cosa (no entro ahora en más) y eso de compararnos con la laboriosidad de las hormiguitas me gusta como metáfora o cuento pero en la realidad lo detesto. Que hay muchos reyes y reinas y zánganos por ahí beneficiándose del esfuerzo colectivo, oye, jaj.
Dime por dónde anda tu microrrelato sobre hormigas, anda.
Abrazo.
¡Premio para la observadora, Isabel! Yo me di cuenta cuando la metí en la bañera. Tentado ando a ir a por más, pero me temo que podría empezar una hermosa amistad con otra especie y no quiero tampoco que sean las moradoras de las piedras mis mascotas.
ResponderEliminarSí, la belleza de cualquier piedra nos fascina. Participo de tu excelente gusto.
Fackel, hijo pordios, menos mal que no tengo que pronunciar el nombre.
ResponderEliminarNo había yo profundizado como tú en esas sociedades, ni mucho menos y no me parecen ejemplares.
Al decir "ójala..." mi pensamiento estaba en cómo nos disgregamos cuando el objetivo es el esfuerzo por conseguir algo que beneficie a más de uno.
Gracias por tu explicación, se aprende aquí y eso me gusta.
El micro, como responde a mis cabreos cuando cocino en el pueblo y me toquetean la comida, prefiero dejarlo un poco en cuarentena porque no me fio de mi misma.
No sé si conoces El torcal de Antequera, si no, te dedicaré una entrada. Alli sí que verás caras.
No, no conozco El Torcal, aunque hace mucos años un amigo que fue profesor en Campillos me habló de él. Hasta la fecha lo más abajo que conozco de esas características geológicas es la Ciudad Encantada. No sé si es del estilo. La naturaleza nos ha legado muestras fascinantes, aunque luego se las reduzca como parques temáticos.
ResponderEliminarGracias!!!!!!