El pequeño comité de hastiados se había reunido con carácter de urgencia. Cada día se acumulaban más razones, no necesariamente nuevas, para hacer su vida más insoportable de lo que ya era. No, no había llegado la hora final y probablemente no llegue jamás, habían concluido en sus primeros análisis, efectuados, eso sí, un poco a la carrera. Arrastraban motivos desde hacía siglos. Como en todas las organizaciones visionarias, el hastío se transmitía de unas generaciones a otras. Si el sistema desarticulaba una célula, se reponía pronto con otras. Si se arremetía contra todo un tejido, al cabo de un tiempo volvía a manifestarse otra urdimbre nueva con más empuje y una decisión más elaborada. El pequeño grupo de resistentes se sabía en una cierta soledad contra la vorágine de la insensatez. De alguna manera, cuando conectaban con los habitantes, se sentían predicadores, lo cual les horrorizaba en grado extremo. Ellos no estaban allí para hace misión ni trasladar falsos iconos ni elevar a los altares mundos imposibles. Por esa causa tenían más dificultad que el resto de entes y grupitos que se dirigían a las masas abstractas prometiéndoles el oro y el moro de lo inalcanzable. Ni siquiera tenían un programa estructurado. Establecer una coordinación de ideas, criterios y pautas sobre la necesidad de superar el hastío puede parecer fácil, pero es sumamente complicado de llevar a cabo. Al fin decidieron que mejor hacer algo impulsivo y testimonial que callar y seguir reconcomiéndose en la mejor tradición de los cenáculos seculares. Se sugirió desvestir los gestos y desnudar el lenguaje. Cuando el intelectual mayor del grupo lo propuso los hastiados se dividieron en dos: los que consideraban la propuesta de una lucidez desbordante y los que la veían sumamente arriesgada y peligrosa para el futuro del propio comité. Se entabló un debate acalorado donde la tendencia
lúcida proclamó el valor de acabar con las palabras al uso y eliminar todo tipo de ademán que las respaldase. El sector
del riesgo consideró que sin palabras no había contacto ni por lo tanto sentido ni por lo tanto comunicación ni por lo tanto aproximación a la masa ni por lo tanto alternativa ni por lo tanto toma del poder ni por lo tanto consolidación de la nueva clase ni por lo tanto…Ante el riesgo de ruptura entre las filas de la ya de por sí diezmada corporación secreta, alguien lanzó la luminosa idea de conceder una moratoria. No había condiciones objetivas (otro de los asistentes señaló muy perspicazmente que esto venía oyéndolo toda la vida) y, por lo tanto, se aplazaba la discusión, se plegaba velas y se rogaba a los propios miembros paracarbonarios que se apretasen los cinchos de la paciencia, se reclamaran portadores de la templanza y se recluyeran en un proceso de renovación del pensamiento. Total, concluyó el intelectual segundo de la corporación clandestina, nada ha cambiado desde ayer ni desde hace mil años. Podemos esperar a estar mejor organizados y más pertrechados intelectualmente. Las masas nos lo agradecerán (al citar esta última frase fue acogido con una salva de aplausos inenarrable) Lo que el pequeño comité de hastiados no sabía es que se había producido un chivatazo y que los esbirros del sistema les estaban esperando a la salida del antro donde ellos concebían sus falsas esperanzas.
Hastiad@s, por las mas diversas razones, somos más de los que parecen. Alguna que conozco ya está hastiada del hastío de estar hastiada y hace mucho que se tomo la justicia por su mano, deshizo la mochila y se echó a volar. Total.... ya daba lo mismo.
ResponderEliminarTe respondí en la entrada de mi blog a tu pregunta sobre los arquetipos, luego lo repensé y la borré para responderla de una manera diferente puesto que ignoro si sabes que utilizo mucho los arquetipos astrológicos (no de forma comercial), por pura comodidad, y esta es una forma de expresión no demasiado común, por eso me remití posteriormente a definirme por medio de una imagen.
Beso.
Sí, elegí el verbo hastiar-se, porque es dual: parece el no va más, pero es moderado. En cierto modo, con los verbos relativizamos mucho: un amigo fue una vez a un psiquiatra porque le parecía que se hallaba deprimido (primer verbo que igual vale para un roto que para un descosido) En una de las sesiones empezó a insistir en que estaba desesperado; lo repitió tantas veces que el profesional le replicó: a ver, ¿de verdad te consideras desesperado? Mi amgio me contaba que ese hincapié del técnico para que reflexionara sobre el sentido y uso del verbo fue la mejor medicación. Comenzó a repasar todos los verbos y sustantivos que había coleccionado presa ¿de su hastío? (del personal, del que se acomete unoconsigo mismo) y al poco tiempo dejó de asistir a más sesiones. Desde entonces ha seguido estando harto, cansado, desengañado, desgastado o confuso, pero ni se ha atrevido a utilizar el término desesperación ni ha mencionado los vocablos sin relativizar antes en su mente los propios conceptos.
ResponderEliminarUn abrazo.