Temes los libros como temes a la experiencia.
Crees hacerte fuerte con ellos de la misma manera que piensas que tu pasado, en forma de digestión asimilada, te hace poderoso. Pero tu propia e inseparable historia no la tienes digerida todavía y mucho menos asimilada. Entonces, ¿qué fuerza nutriente pretendes haber obtenido de ella?
Lees para vincular contigo las historias, fingidas o no da lo mismo, que otros ponen al compás de los sonidos del abecedario y de las sintaxis. Muchas veces esas historias ajenas, y que tú sientes tanto como si fueran tuyas, no te vienen directamente. Hay intermediarios. Hay lenguas que se convierten en otras lenguas como paisajes en otros paisajes. Hay transposiciones. Y disfraces, y alteraciones (y aliteraciones) Tú mismo te preguntas cuando lees si hay vínculo con lo que lees. No es fácil. El vínculo, la aceptación, dependen del tiempo. La lectura está repleta de fogonazos que deslumbran, seducen, arrastran. ¿Cuántos de esos destellos iluminan de verdad tus sentidos profundos? Sólo hay vínculo estable de tus lecturas contigo si el tiempo que te llega transmitido coincide en algún modo con el que tú has vivido hasta ese punto. Y no me refiero a un tiempo genérico ni puramente histórico, sino de experiencia común. De asunción de hechos que nos hacen saber de nosotros como individuos.
Leer no es tanto un ejercicio de pensamiento, como de vivencia. Me refiero a comprender lo leído o, mejor dicho, a comprehender lo que te llega. Las lecturas lineales son como el aprendizaje infantil: seguir las palabras ordenadas con el dedo; y ello fue útil al principio, hasta que tu cerebro se convirtió en la red que cazaba las fieras expresivas, hasta que pudo hacerlo sin una guía física añadida. Cuando tu cerebro se convirtió en delimitador total del texto naciste a la independencia de lector. Poco importaba si el acierto era grande o pequeño. Empezabas a andar y también a perderte entre las posibilidades abiertas de unos relatos y las escrituras abstractas o cerradas de otros.
No hay lectura entendida si no nos ratifica. No leemos tanto para iluminarnos como para descubrirnos. No tanto para descubrirnos como para asegurarnos de que lo que hemos vivido ha tenido, está teniendo, significado. No tanto para que nos signifique como para que nos convenzamos de la utilidad que ha supuesto el acontecimiento del vivir hasta ese momento. Leemos para seguir sintiendo el pálpito de la vida, no la general o la difusa, sino la propia de cada uno de nosotros. No es una acción directa ni unilateral. Por mucho que abramos los ojos o el pensamiento o las zonas profundas de la mente donde se acumula el tesauro de la información, si no hay aceptación, si no hay identificación con lo vivido, nos quedamos cortos. No hay verdadera captación ni garantizada asimilación mientras no sentimos.
Cierto que a veces parece bastarnos la llegada de esos otros relatos, que siempre nos sobrevuelan como si fueran los de los demás, para entretenernos. Relatos que se nos entrometen y, en ocasiones, los revivimos sin haberlos vivido. Y no me refiero solamente a una actitud formal, sino a lo que supone saber algo de las otras vidas. Nos motivan ilusión, deseo, curiosidad, emulación, aproximación, arrobamiento. Pero siempre nos queda la duda. ¿Son las vidas tal como nos las cuentan otros (los narradores)?
Temes lo que viene en los libros como temes lo que aún no has rastreado con éxito dentro de ti mismo. Te preguntas más bien si no tendrás que leer cada vez menos, y sí hacerlo de otra manera. Tienes la suerte de elegir y de perderte en la elección. Pero debes buscar la suerte del hallazgo. De aquello que otros escribieron sobre ti sin conocerte.
(La foto es de Jorge Molder)
"Quizá no hay días de nuestra infancia tan plenamente vividos como aquellos que creíamos haber dejado de vivir, aquellos que pasamos con nuestro libro predilecto" Proust
ResponderEliminarCreo que en esos momentos de lectura vivíamos doblemente, porque dábamos significado y sentido a lo vivido. Veíamos reflejados en los libros viviencias y sobre todo pensamientos y sentimientos que creíamos extraños o fantasiosos. Los libros nos daban razones poderosas para sentir la libertad dentro nuestro, mientras padres o sociedad reñían y reprimían nuestras ansías de ser y vivir libres.
Como dices "No hay lectura entendida si no nos ratifica".
A lo largo de la vida hemos seguido leyendo para ratificarnos. Y además del contenido de las historias hemos añadido la complicidad, la comprensión y la compañía de los autores. Con ellos nos hemos identificado y los hemos sentido como compañeros que escriben de nosotros sin conocernos.
"Pero debes buscar la suerte del hallazgo. De aquello que otros escribieron sobre ti sin conocerte."
Fackel, un texto precioso que da para reflexionar de forma feliz y enriquecedora. Me ha encantado.
Un abrazo
Y qué razón la de Proust. Me veo con aquellos ejemplares de editorial Juventud (El hombre invisible, La cabaña del tío Tom, etc.) en los veranos locales (los veranos del Norte eran más agitados, era la comprobación de la comprobación, sin menos dedicación al libro y mucho a experimentar) Pero en aquel apartarnos del mundo habitual ya había prospección, atracción por lo desconocido, seducción por las otras formas de vida...Algunos adultos nos decían que aquello era mentira. Cuanto más nos lo decían más leíamos y más nos dejábamos atraer por las mentiras de ficción, como alternativa a las mentiras de la realidad cotidiana (tan falsa e hipócrita, tan de dos varas de medir, tan de exigencias)
ResponderEliminarSí, Say, aquellas lecturas ya refrendaban nuestros sueños de niños o adolescentes, los impulsaban, los apoyaban. Compensaban el mundo de normas, dictados y obligaciones, muchas veces duras, de nuestros mayores. Creaban un pasadizo por donde sobrevivíamos.
Tu razón te la doy y me quedo con ella de paso: "Y además del contenido de las historias hemos añadido la complicidad, la comprensión y la compañía de los autores" como dices. Luego, las modas, las nuevas exigencias interiores ante las nuevas edades y los nuevos tiempos, nos hicieron reconducir lecturas.
Algo lamento: ciertas interrupciones temporales por culpa de la criminal dictadura que sufrimos en España. La complicidad en resistirla y combatirla nos hizo a muchos quitar tiempo de lectura. Luego hemos querido recuperarlo y hemos corrido y no importa si ya vamos contrarreloj. Leer no es una religión ni una ideología ni una imposición. A veces, algo vicioso, sí.
Gracias por tus sugerencias que me llevan a otras y no acabaría, uf.
Estamos olvidando algo muy importante.
ResponderEliminarEn el Nuevo Testamento, Juan dijo:
"En el principio era la palabra..."
A través de la palabra, el hombre se integra en el mundo o eso creo.
Saludos
Aquí. Me temo que los descubrimientos de Atapuerca (por ejemplo) sitúan al homínido y al homo antecessor antes que la palabra. Los sitúan en sus necesidades de supervivencia y lucha por la vida. La palabra llegó más tarde, con otras sociedades más evolucionadas, creo.
ResponderEliminarNo te fíes de las teorías justificativas ( ergo literarias) de uno de los libros del Libro. La literatura de San Juan es de hace dos días. El Neolítico -la agricultura y la ganadería asentada, las primeras sociedade surbanas, las primeras propiedades con sus exigencias de la Palabra- había quedado ya muy atrás.
No perdamos las referencias temporales para no ser pasto de las ideologías, y menos de las religiosas.
A mi también me gusta metafóricamente hablando eso de "En principio fue la palabra", pero tiene trampa. Mucha.
El hombre ya se venía integrando en el mundo anteriormente a la palabara oral y sobre todo a la escrita. La Biología y las pauras antropológicas anteriore spropiciaron que llegara el hombre hasta donde ha llegado.
Largo e intenso tema, Aquí. Buena noche.