El sol era tan intenso e inclemente que le derribó. Sus alas cerúleas se derritieron al poco de emprender el vuelo. Sus extremidades no habían sido dotadas por la naturaleza para flotar en el aire, y menos para tomar impulso en el vacío. Su soberbia no bastaba para confiar en el éxito de la empresa. Fue un error de cálculo. Sintió durante unos ligeros instantes que era posible sentirse leve y que podría enderezar un rumbo sentenciado. Pero esa percepción equívoca no tuvo piedad con él. Al caer, todo su cuerpo esbelto quebró en infinidad de porciones. Las aves, que reclamaban satisfacer su necesidad, lo cubrieron rápidamente con ansia y le desposeyeron de la carne. Hicieron una excepción. Respetaron su cara, de una belleza excepcional. Fue lo último en quemarse. Las aves estaban advertidas de que su rostro pertenecía al sol y éste se lo reservó como trofeo inútil. Fue una lenta combustión. El audaz e ingenuo volador no debería haber echado aquel pulso con la belleza suprema. La que todo lo da y la que todo lo quita. En un gesto postrero de perdón simbólico, el sol permitió que su faz quedara convertida en una máscara para aviso de los osados. Una representación irreconocible en el límite entre el recuerdo y la ignición total.
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Hace 1 hora
Existe un cuadro que me fascina: la caída de Ícaro, de Pieter Bruegel el viejo... Me gusta tanto porque no deja de ser una escena costumbrista. Icaro casi ni se ve... chapotea en el mar y le asoman los pies. La cara ni se le ve, claro. Pertenecía al sol...
ResponderEliminarVolveremos a intentarlo, Fackel, aunque las aves se lancen sobre nuestras tripas y la máscara nos advierta el resultado. Porque somos cándidos, porque tenemos mala memoria y, a veces, porque no nos resignamos.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Como Ícaro. Nos atrevemos a acercarnos más allá.
ResponderEliminarY hemos caído muchas veces. Pero como dice Mariel, tenemos mala memoria. Por eso aunque tengamos alas de cera seguimos acercándonos al sol. Y caemos..caemos...
Pero miramos a nuestro alrededor y vemos miradas cómplices...que nos abrazan...
Brueghel el Viejo era un pintor extraordinario. Ese cuadro es deconstructivista total. ¿Dónde está Ícaro y su caída? La gente sigue a su ritmo, a sus trabajos y sus días y, salmo una luz intensa en el cielo, nada diría que el atrevido héroe reclama la atención de los humanos.
ResponderEliminarLos humanos, siempre cuestionando el valor de sus héroes. O más realistas que ellos o más sojuzgados. Interprétese por libre.
Un abrazo.
Mariel. Claro que siempre hay que mantener la llama icariana. Siempre volver a intentarlo pero, a ser posible, corrigiendo y aumentando. Repetir los fracasos no es de recibo. No es que tengamos mala memoria; es que no queremos preservarla y actualizar la información.
ResponderEliminarMe gusta tu idea: seguir intentándolo. Afrontar lo que sea para sobrevivir. Como individuos y como agrupaciónes conscientes.
Salud y apoyo. Un abrazo.
Gracias, Say, por recordar la existencia de las miradas -y los esfuerzos, y los apoyos, y la mano extendida- cómplices. IMportante conquistar la camaredaería de una cierta clase de amor cotidiano que evite o aminore el dolor de la caída.
ResponderEliminarPerdona, Mariel, soy el anónimo que no quiso serlo, jaj.
ResponderEliminarFackel