Detén la espada. Nada podrás contra el hechizo de la lluvia. Te creíste ungido por la autoridad suprema. Durante muchos siglos se nos hizo doblegarnos ante ese destino impuesto. No se nos dio otra opción. Cada vez que alguna de nosotras intuía la farsa era señalada. La que lo denunciaba desaparecía para siempre. A las demás nos hacían creer que estaba perturbada. Y que en su locura se había precipitado desde el monte Eskolio hasta el abismo. En las noches de tinieblas rodeábamos la hoguera en que estas cosas se relataban en voz baja. Aquel fuego era nuestro confidente. Todas metimos las manos dentro de las llamas de la memoria y nos curtimos. Algunas no pudieron soportarlo. Otras se desvanecieron en las renuncias voluntarias. Otras se traicionaron porque perseverar en la indocilidad era demasiado duro. No siempre el pacto de la resistencia se cumplía. Y aquella condición parecía que no tuviera fin. Fue mucha la oscuridad. Muchas historias contenidas. Muchas narraciones aplastadas. Demasiados tiempos de silencio. Como si no existiéramos. Como si esa condición doble y aparente sustituyera a la primigenia. A la que contenía nuestra esencia. Incluso ahora, en que creemos sentirnos seguras, un lejano sentido nos dice que no debemos bajar la guardia. Tenemos, por lo tanto, que hablarte con claridad. Desármate de la ignominia. No permitas que te embargue la cólera de la impotencia. Ya nada te exige lo que se les obligó a tus antecesores. En el fuego nos conjuramos. En la lluvia renacemos. Parece más débil que la potencia ígnea. No te fíes. El fuego se elimina en lo que tarda en consumir la materia. La lluvia no tiene fin. Está en nosotras. Mana de nuestras entrañas. Limpia lejanas adversidades. Los piélagos están formados por todas las mujeres que se desplomaron desde los acantilados. Las salvó en el extremo su metamorfosis en lluvia. Esto te decimos. Detente. Paraliza el ademán antes de que se convierta en sangre. Ésta se diluirá en el agua de la que estamos engendradas. Cambia antes de que te destruyas a ti mismo.
(Imagen de Bill Viola)
Es imposible luchar contra los elementos y contra uno mismo. A pesar de las referencias a los dioses...
ResponderEliminar"El mejor de los hombres es semejante al agua" dice Lao Tse.
ResponderEliminarCada vez hay más que se dejan empapar por la lluvia.
Un beso
NO es imposible. Se puede, Ramón. Nada hay decidido sobre qué parte caiga el triunfo. Total, a los dioses y al Dios los creamos los humanos, con nuestras debilidades.
ResponderEliminarBuena cita del Tao. Buena conclusión la tuya. Ya voy aprendiendo a ser hijo de la lluvia. No basta con serlo del fuego.
ResponderEliminarOtro beso.