Si el niño supiera que una pompa es una pompa es una pompa...Lo sabe. Y como lo sabe no se dirige a ella como si se tratara de una bola de cristal. El niño no necesita ésta. Se conforma con la pompa. Cada gesto, cada maniobra, cada acto hábil es una creación. Acaso algún día desee consultar la bola mágica o vivir en una burbuja, pero ambas actitudes, además de inútiles, le privarían de su propia genialidad. Porque la genialidad no es otra cosa que la realización. Y antes le ungirá la capacidad observante, la receptividad ilimitada y el ejercitar continuo. El niño empieza a vivir la vida como un juego, aunque ya es más: una prueba. Las acechanzas se confirman día en día en un aprendizaje dual y contradictorio. Se desliza por la frontera entre lo divertido y lo obligatorio. Caos y orden ya se manifiestan en origen y van a estar presentes toda su vida sin que a priori se sepa qué sentido va a incidir más en su personalidad. Probablemente, el desarrollo de ésta sea un mestizaje y una pugna entre esos dos conceptos antagónicos, ¿o tan solo complementarios? El niño practica las pompas para lograr el efecto. No sólo se interesa por el artefacto y por la propia técnica resultado de su acertado soplido. Se entusiasma con el resultado de una ficción. Pero quien diga que con ficciones no se vive, olvida. Olvida su pasado, olvida que, de alguna u otra manera, sigue llevando dentro el niño.
El problema es que el sistema educativo se encarga de destruir la pompa de jabón y, especialmente, el asombro ante la emergencia-resurgencia de ese pequeño milagro cotidiano.
ResponderEliminarNos anestesian y coartan ya desde muy pequeños. Es lo que hay. Olvidamos pronto las imágenes fundadoras y el asombro.
Abrazos
No sólo es el sistema educativo el que rompe las pompas, pero tampoco soy tan negativo. Uno puede reconstruir infinidad de pompas a lo largo de ese crecimiento que ordinariamente denominamos vida. La emergencia/ resurgencia que tú dices, imagen que me agrada, es posible si no acabamos de olvidarnos de la tentación del niño que llevamos siempre dentro.
ResponderEliminarPero de acuerdo en tu párrafo final. Sólo un matiz: lo malo de esa castración de la infancia es que de adultos asumimos nuestra propia autocoacción y entonces, permítaseme la expresión castellana, la cagamos.
Reproducimos, o al menos corremos el riesgo de ello, esa carencia creativa y autocrítica en nuestros hijos.
Pero perder la capacidad de asombro, ni hablar, Stalker. Me niego. Sin un margen de asombro, sorpresa y disposición al misterio, ¿pará que vivimos?
Hablar de esto nos conduciría al pragmatismo cutre y homogéneo que rige nuestras existencias, pero hay que prospectar esas pompas que rompan el esquema y nos proporcionen el descubrimiento, la quintaesencia de la vida.
Salud y luz, hermano.
en eso tenemos que insistir, en mantener la capacidad de asombro. Pero, ¿tú crees que está muy extendida?
ResponderEliminarMe temo que no.
Te aguardo en "El pánico", hermano.
Salud y anarquía.
Jardinero: me importa un bledo que esté o no extendida. Allá cada cual. A mi me revitaliza y me hace nacer cada día.
ResponderEliminarSalud y crecimiento.